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25 de Febrero de 2014

Tragedia china: Las historias de los activistas que luchan contra la contaminación

El desarrollo del país más poblado está provocando un verdadero apocalipsis medioambiental Aunque la conciencia ecológica todavía no cala hondo, existen personas que se la juegan para evitar que la contaminación se imponga.

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En medio de los fuertes episodios de contaminación que afectan a la zona norte de China y que ya llevaron a las autoridades a decretar una alerta naranja, el trabajo de los grupos ambientalistas no hace más que intensificarse.

La labor de la joven Zhou Reng es un ejemplo de ello. Armada con el equipo de medición de Greenpeace, la organización en la que milita, sale día a día a registrar los niveles de polución. “Hoy, (ayer) uno de los mejores días que hemos tenido en la capital en las últimas semanas, el índice de polución atmosférica sigue superando los 100 puntos”, afirma. Concretamente, el aparato marca una concentración de 138 partículas de tamaño inferior a 2,5 micras por cada metro cúbico de aire. En cualquier ciudad europea ese nivel sería calificado como de polución severa, pero en la capital china, donde el pasado invierno el índice coqueteó con los 1.000 puntos, parecía un día inmejorable para dar un paseo.

No en vano, aunque ese triste récord de contaminación atmosférica no ha vuelto a repetirse, estos días la capital sigue bajo la segunda mayor en una escala de cuatro. Las mascarillas se han convertido ya en una prenda más, la población presta más atención a las previsiones de polución que a las del tiempo, y no faltan razones para todo ello. La Academia de Ciencias Sociales de Shanghái considera que Pekín es una ciudad “casi inhabitable para el ser humano”, y, en un estudio publicado el pasado día 12, la sitúa como la segunda peor ciudad en una lista de 40.

“Estamos ante un gran punto de inflexión que puede determinar la supervivencia del planeta”, enfatiza Zhou y luego agrega que “los recursos son limitados, y China los está agotando. Lo único que importa es el crecimiento económico, y el respeto por el medio ambiente está en último plano”. Zhou sabe de lo que habla: antes de afiliarse a Greenpeace trabajó para el Gobierno chino en el departamento de Protección Medioambiental, y allí vio cómo “las empresas que contaminan saben de antemano cuándo van a llegar inspectores y pueden así preparar todo para pasar las auditorías”.

Por esa connivencia existente entre los poderes político, económico, y judicial, también en lo que respecta al Medio Ambiente, Zhou decidió dejar la seguridad de la labor como funcionaria publica y embarcarse en una lucha que sólo acabará “cuando cambie el actual modelo de desarrollo”, asegura. Para ganarla es imprescindible que la población se involucre, y Zhou cree que nada mejor para lograrlo que hacer pública la situación medioambiental del gigante asiático, calificada por algunos científicos de apocalíptica.

Estadísticas escalofriantes

Las cifras chinas simplemente provocan escalofríos. Y es que 16 de las 20 ciudades más contaminadas del planeta están en China, el país que hace cuatro años superó a Estados Unidos como el principal emisor de CO2 a la atmósfera, y solo un 1% de las principales ciudades del país disfruta de aire considerado saludable por la Organización Mundial de la Salud.  ¿La razones? La rápida industrialización, dependiente energéticamente del carbón y caracterizada por un bajo nivel tecnológico, se suma a una peligrosa falta de ética empresarial para agitar un explosivo cóctel que se cobra un elevado precio humano.

El informe independiente Global Burden of Disease aseguró la pasada primavera que el número de muertes prematuras por la contaminación ha aumentado hasta los 1,2 millones, una cifra que supone el 40% del total. Y otro estudio publicado en la prestigiosa revista norteamericana Proceedings of the National Academy of Sciences cuantificó por primera vez el impacto que la polución atmosférica tiene en la esperanza de vida de los chinos: 500 millones de personas que habitan en el norte del país, y que nacieron antes de 1990, momento en el que comenzó la expansión económica más rápida, vivirán una media de 5,5 años menos que sus compatriotas del sur, donde no se utiliza calefacción central de carbón.

Por si fuese poco, el año pasado el Partido Comunista reconoció también la existencia de los polémicos pueblos del cáncer. Se trata de unas 400 localidades, situadas cerca de industrias particularmente contaminantes, en las que la mayoría de sus ciudadanos muere por esta enfermedad. A nivel nacional, el cáncer mata a una de cada cuatro personas, y el número de fallecidos por la variante que afecta al pulmón se ha disparado un 465% en las últimas tres décadas. Ningún caso ha reflejado mejor este problema que el de una niña de ocho años, residente en la provincia oriental de Jiangsu, que se convirtió el año pasado en la paciente más joven del país por esta dolencia y causó una gran conmoción mediática.

No es de extrañar entonces que en ciudades como Chengdu hayan decidido establecer clínicas especializadas en problemas causados por la contaminación atmosférica, y que en Pekín estén desarrollando un sistema para lanzar nitrógeno líquido a la atmósfera y combatir de esta forma el smog. Son medidas que se enmarcan en el plan quinquenal del Gobierno que, a través de un sistema que contempla castigos más duros para quienes contaminan, subvenciones a las energías limpias y una mejor planificación, pretende reducir de forma sustancial la concentración de partículas en suspensión en las principales zonas industriales del país.En las esferas más altas del Gobierno están concientizados, pero a nivel regional todavía funciona el sobre por debajo de la mesa”, denuncia Zhou Reng.

Peligro en el agua y la tierra

Y por su fuera poco, las sustancias nocivas no sólo atacan por aire, también lo hacen por mar y por tierra. Según las propias estimaciones del Gobierno, el 64% de los acuíferos están gravemente contaminados, y algo similar sucede con el agua en las costas del país. Por otro lado, hace dos años el Gobierno chino encargó un detallado análisis del suelo. Lo recibió el pasado mes de abril, y decidió calificar su contenido como secreto de Estado, una etiqueta que no hace presagiar nada bueno.

Con todo, en diciembre último se hizo público que unos 3,3 millones de hectáreas de tierra están demasiado contaminadas como para ser utilizadas con fines agrícolas. Eso supone nada menos que un 2% de toda la superficie cultivable del país, y muchos científicos estiman que es un porcentaje muy inferior al real. “Todos esos químicos son absorbidos a través de la tierra por los vegetales, que a su vez los pasan a los animales. Así, terminan provocando un grave daño a la salud de la población, que no tiene más alternativa que los caros productos importados”, explica la activista de Greenpeace.

La situación, además, empeora. Según el Ministerio de Protección Medioambiental, los niveles de polución de 2013 han sido los peores en los últimos 52 años. De media, la capital duplicó los niveles máximos de contaminación establecidos por el Gobierno y ha sufrido 186 días de ‘polución severa’. Incluso ciudades como Shanghái, que habían disfrutado de niveles de contaminación relativamente inferiores gracias a su ubicación geográfica, están ya al límite. La capital económica de China lo demostró el pasado mes de diciembre, cuando la concentración de partículas inferiores a 2,5 micras batió un récord y superó las 600 por metro cúbico.

De ahí que Zhou abogue por una mayor confrontación. “Está en juego mucho más que nuestro bienestar, así que es necesario plantar cara a los poderosos que sólo piensan en el dinero rápido” plantea. Afortunadamente, en un país que tradicionalmente no ha destacado por su conciencia ecológica, cada vez hay más gente que piensa como ella. Y por eso se han multiplicado las manifestaciones, muchas veces violentas, contra proyectos especialmente perniciosos. Fábricas de productos químicos, plantas de procesamiento de uranio e incineradoras están en la diana de la población. “La mayoría son protestas de quienes no quieren esas infraestructuras sucias al lado de su casa, pero cada vez somos más los que nos preocupamos por la situación del país en general”.

Ciberactivismo medioambiental

Sun Xiaodong es otro de ellos. Hace diez años que se especializó en fotografía de naturaleza, y hace cinco que decidió dar a sus imágenes un claro contenido de denuncia. “Uno de mis primeros trabajos lo realicé en unos humedales de la provincia costera de Zhejiang. Regresé allí cinco años después y me encontré con un panorama desolador. La sequía había hecho estragos, y era imposible encontrar a la mayoría de las especies animales que había fotografiado en el primer viaje. Ese fue el momento en el que tomé conciencia de lo que está sucediendo en mi país”, relata.

Sun entrevistó a varios lugareños, que confirmaron lo que él había visto: no se trataba de algo puntual sino de una degradación continua y, aparentemente, irreversible. Agrega que “regresé a Shanghai preocupado. Y fue entonces –en 2007– cuando comenzaron a publicarse noticias sobre las desastrosas consecuencias de nuestra política económica en la naturaleza”. Eso es lo que le llevó a crear, junto a otros compañeros, Xihan Action, una de las pocas ONG locales que tienen como objetivo descubrir los desmanes de políticos y empresarios que afectan al entorno y proteger la biodiversidad china. “Una de las principales razones por las que el pueblo chino no reacciona ante el holocausto natural que sufre es la falta de información. Nosotros queremos llenar ese vacío”, explica.

El año pasado, Pekín casi multiplicó por diez los niveles de lo que se considera contaminación severa
Por eso, Sun viaja por todo el país armado con su cámara. Retrata la degeneración medioambiental y la da a conocer a través de blogs y de las redes sociales. “Internet, sobre todo Weibo –el Twitter chino, que tiene más de 550 millones de usuarios–, ha dado al pueblo una fuerza que antes no tenía. China no es una democracia, no podemos elegir a nuestro Gobierno, pero ahora sí que podemos ejercer cierto control sobre él y demandar responsabilidades”. Eso es lo que han hecho ya, con éxito, en varias ocasiones. Una de las más sonadas, a primeros de año, consistió en ofrecer públicamente 100.000 yuanes (12.000 euros) a un político local a cambio de que se bañara en el río de su localidad, donde van a parar los residuos tóxicos de varias fábricas textiles.

Lógicamente, no aceptó. Pero la bola de nieve que se formó en el ciberespacio le obligó a reconocer la putrefacción que se había apoderado del arroyo y a redactar un plan para castigar a las empresas que lo estaban ensuciando. “Estaremos al tanto de lo que suceda, y hemos prometido al gobierno local documentar periódicamente el progreso con fotografías. Es una forma de decirles que no pensamos olvidar el asunto, y de darles la oportunidad de lavar su imagen si hacen bien las cosas”. Al fin y al cabo, Sun es consciente de que en un régimen autoritario, cualquier transformación tiene que incluir al Gobierno.

Y los dirigentes chinos reconocen que es vital poner remedio antes de que sea demasiado tarde. De hecho, diferentes estudios estiman que la contaminación le cuesta a China entre el 7% y el 10% de su PIB. El propio ex primer ministro, Wen Jiabao, aseguró en su última rueda de prensa que el objetivo de China ya no puede ser crecer mucho sino “crecer mejor”. Eso supone relajar el ritmo del desarrollo económico –se espera que esté en torno al 7% anual durante la próxima década–, modernizar las industrias obsoletas, y reducir la dependencia del carbón, que todavía proporciona el 70% de las necesidades energéticas del Gran Dragón.

Pero la realidad es terca y, si continúa la tendencia actual a pesar de los titánicos esfuerzos por aumentar el peso de las renovables y de la nuclear en su menú energético, la combustión actual de piedra negra en China se duplicará en 15 años, y no alcanzará su cénit hasta la década de 2030. Por eso, la propia Greenpeace considera que es de vital importancia modernizar el sector del carbón, algo que, como ha demostrado la primera investigación que la ONG internacional realiza contra una empresa estatal china en particular, no se está haciendo.

Deng Ping es la joven que ha coordinado el estudio, tan controvertido que el gobierno central ha prohibido a todos los medios de comunicación que se hagan eco de él y ha borrado todos los mensajes que lo mencionan en las redes sociales. “Es una muestra de que hemos hecho bien nuestro trabajo, pero nos apena porque censurando la información no se solucionan los problemas”, asegura Deng. Su equipo ha dejado al descubierto cómo la principal compañía minera del mundo, Shenhua, está provocando una grave sequía en una zona de la provincia de Mongolia Interior en la que ha puesto en marcha el primer proyecto piloto para obtener diesel a través de la licuefacción del mineral.

“Hemos demostrado que el proyecto es extremadamente dañino para los recursos hidrológicos de la región, que se está quedando seca, y que si se expande como está previsto, puede provocar una crisis a gran escala”. No en vano, China sólo cuenta con un 7% de la capacidad hídrica del planeta para abastecer al 22% de su población. “Si se cumplen los planes detallados en el 12º Plan Quinquenal, que prevé 16 nuevos centros de carbón, China necesitará 10.000 millones de metros cúbicos de agua, lo que supone una cuarta parte del caudal del Río Amarillo”, explica Deng. Según cálculos de la investigadora, provincias carboneras como Shaanxi no tendrán agua suficiente para abastecer a esta industria en 2015. “No actuar ahora saldrá mucho más caro que hacerlo en el futuro”, sentencia Deng Ping.

A casi 3.000 kilómetros hacia el suroeste, en la región tropical de Xishuangbanna,  es de la misma opinión. Consciente de que denunciar una situación no es suficiente, hace ya años que se puso manos a la obra. Y su gran proyecto personal ha conseguido proteger un pedazo de tierra de los promotores inmobiliarios sin escrúpulos. Li es la viuda del biólogo alemán Josef Margraf, un hombre que, hasta su muerte en 2010, se empeñó en reproducir el ecosistema de la frondosa jungla original para revertir la destrucción que asuela la región, fronteriza con Laos y Birmania y víctima de la avaricia de empresas y de gobernantes corruptos.

Juntos crearon Tianzi –literalmente semillas del cielo–, un parque natural privado que guarda 600 especies vegetales, muchas en peligro de extinción, en otras tantas hectáreas. “Lo hacemos por nuestros hijos”, asegura Li en el caserón de madera desde el que dirige el parque. Su marido consiguió crear un microcosmos en la parcela-laboratorio que rodea la sede de Tianzi, y ahora ella busca trasladarlo en gran escala a la montaña. “China vive una transformación brutal que supone una grave amenaza para la naturaleza. Primero hacemos dinero, luego ya haremos el bien, piensan muchos”, denuncia la mujer.

Sus palabras toman forma durante las tres largas horas de viaje por carreteras imposibles hasta la reserva. A ambos lados se ubican condominios de lujo, centros comerciales, y un monótono desierto verde. Cerca de la entrada a Tianzi todavía son visibles las quemaduras provocadas por el incendio que, en 2011, amenazó todo el proyecto. Li es incapaz de contener las lágrimas ante la visión de la tierra ennegrecida, y recuerda los grandes intereses a los que se enfrenta. “Somos molestos para mucha gente poderosa que se alegraría si desapareciésemos, pero me reconforta ver cada día cómo más y más chinos se interesan por proyectos como el nuestro y toman conciencia de lo que está sucediendo en el país”, comenta.

Especies en peligro

Otra de las organizaciones que trabaja sin descanso para que así sea es WWF. No en vano, se trata de la primera ONG internacional que, en la década los ochenta, consiguió el permiso para trabajar en China. “En aquel momento, nuestro objetivo se limitaba a salvar al oso panda, y hemos conseguido proteger el 65% de su hábitat, pero ahora trabajamos en muchas otras áreas”, explica Fan Zhiyong, director del programa para la Protección de las Especies. Las que más quebraderos de cabeza les dan son el tigre amur –sólo quedan 20 ejemplares en libertad–, el leopardo de nieve, y los delfines del río Yangtsé. La urbanización y la deforestación ligada a ella están acabando con ellos.

“Otro de los problemas llega de la propia legislación china, que prohíbe a las ONG internacionales recaudar fondos en el país. Así que los programas se tienen que financiar desde el extranjero, y los donantes tienen la potestad de elegir a qué especie quieren que vaya destinado su dinero. Eso hace que los animales menos fotogénicos estén en desventaja. Es el caso del panda rojo, cuyo proyecto mantenía Canon y que hemos tenido que cancelar cuando la empresa ha dejado de apoyarlo”, explica Fan. “Así es complicado trabajar en la recuperación de todo un ecosistema, que debería ser el fin último, y nos vemos obligados a preservar pequeños espacios en los que se mantienen pequeñas poblaciones semilla de especies para volver a introducirlas después en el medio salvaje, como se ha hecho con éxito con el visón europeo”.

A pesar de todo, Fan considera que los avances no son suficientes: “Es evidente que se están haciendo cosas. Por ejemplo, China ha modificado su vademécum de medicina tradicional para retirar especies en peligro de extinción. Pero la velocidad a la que se está degradando el Medio Ambiente es tal que puede que el daño sea ya irreversible. Por eso, tenemos que trabajar con más ahínco y exigir al Gobierno que implemente las leyes que ya existen. La civilización ecológica que promueve la nueva cúpula del poder tiene que ser algo más que un eslogan para salvar la Tierra. Esa es nuestra lucha”.

Pero poco pueden hacer los dirigentes si la población no toma conciencia. Y Zhou Shufang, una recién licenciada en Biología que trabaja con crías del zoo de Shanghái, sostiene que todavía queda mucho camino por recorrer hasta conseguir que el activismo ecológico cale hondo. “No hace falta más que ver cuál es la actitud de muchos de los visitantes. Creen que sólo porque han pagado la entrada ya pueden tratar a los animales de cualquier forma. Y eso es lo que sucede en todas partes. Los chinos creen que su dinero les da inmunidad para comportarse sin ética alguna, y el entorno es lo que menos respeto merece. Si esa mentalidad no cambia rápido, no habrá nada que hacer”.

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