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1 de Diciembre de 2010

"Fin de semana y medio con la radio Disney", por Salustio Madrigal

Hace poco más de dos años dejé mi casa. No a mis hijos, ojo. Dejé de vivir con mi -a estas alturas y oficialmente- ex señora bajo el mismo techo después de veintitantos años juntos. La primera tarea fue buscar algo para vivir, porque los primeros días de separado me fui a vivir con Carlos, mi querido hermano mayor, que lleva más de diez años separado. Esos días fueron un vórtice de alcohol y catarsis. Cariñoso eso sí. Era casi una nana: ¿A qué hora vienes? ¿Qué comemos?

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Hace poco más de dos años dejé mi casa. No a mis hijos, ojo. Dejé de vivir con mi -a estas alturas y oficialmente- ex señora bajo el mismo techo después de veintitantos años juntos. La primera tarea fue buscar algo para vivir, porque los primeros días de separado me fui a vivir con Carlos, mi querido hermano mayor, que lleva más de diez años separado. Esos días fueron un vórtice de alcohol y catarsis. Cariñoso eso sí. Era casi una nana: ¿A qué hora vienes? ¿Qué comemos? Y sobre todo: ¡Tráete vinito! 

 

A las dos semanas mi hígado comenzó a resentirse y no tenía puerta en mi pieza, y entre los ronquidos de Car-litros, perdón, Carlitos, y la tele encendida toda la noche (¡qué hábito!), comencé a desesperarme. Esa no podía ser mi nueva vida. Así que la buena amiga que sabe de departamentos, me encontró uno. Caro, eso sí. “¡Es que eres tan cagado Salustio!”, me dijo cuando le reclamé por el precio. “Mira, el que piensa como pobre, vive como pobre y termina pobre”. Toda esa monserga me tragué. Al final, arrendé un segundo piso a pasos del metro El Golf, con mucho ruido pero “mi casa” al fin y al cabo. Qué raro, si mi casa había sido otra…

 

Entre la pena, la vocecita que rondaba a diario “la cagaste, qué hiciste”, la incertidumbre “qué voy a hacer Dios mio”, y todo eso, tuve que partir con mi amiga del arriendo a comprar cosas para el departamento. A una multitienda, of course. Ni hablar que hizo zumbar la tarjeta de crédito. Cama, veladores, alfombra, vasos, platos, un mantequillero de plata (para qué quiero eso, pensé, pero reconozco que le tenía susto!), y un sin número de cosas que nunca imaginé de donde habían salido en mi antigua casa.

 

Pero qué cantidad de cosas existen, es un mundo infinito de accesorios que, y a esa altura del gasto, me puse colorado de rabia, y ella insistiendo lo que ya era como una inscripción lapidaria: “Salustio eres un cagado”.

 

Dejé de dormir en un colchón inflable el día que llegó el camión, y me pasé varias horas armando todo. Metiéndole llave Allen, alicate y destornillador en mano, fui armando todo. Otro hermano (tengo varios) al ver llegar el camión, justo le surgieron 10 cosas de vida o muerte, y me dejó solo. Entendible. Recuerdo que instalé yo solito la escobilla para limpiar el water y puse las cortinas del baño. Todo un kit que viene por separado, con ganchos, cubre ganchos y cuánta cosa. Lo que me puso más contento fue el refrigerador. Por el hielo, obvio. 

 

Ese día quería invitar gente a que conociera mi departamento, pero había quedado de pasar a buscar a la Elisa, que tiene 9 años tiene y va para los 10. Primer fin de semana conmigo después de separado. Qué raro… antes eran todos. Unos minutos antes de ir por ella, llegó Carlos a dar un vistazo. Para perjuicio de mi hígado, vive a dos cuadras.

 

“Pero we… parece de revista ¿¡Qué onda!?” Así son las compras en tiendas de departamento. Al principio montas todo conforme al gusto de alguien, en este caso mi amiga, a la que Carlitos denomino “una mujer psico-económicamente muy cara”. Pero fue bueno, de otra forma hubiera vivido como un bárbaro por meses. 

 

Llegué temprano. Como a las seis de la tarde. La Elisa se sube al auto con un bolso lleno (excesivo) de ropa que le arma su entrañable nana. Cambia violentamente el dial de la radio, y ¡a escuchar Radio Disney se ha dicho! “¿Y esto va a ser todo el fin de semana?”, le preguntó. “Si papá (me miró con evidente regocijo). Oye, ¿y qué vamos a hacer? Tengo hambre (siempre). ¿Y después de ir a comer dónde vamos? ¿Y mañana qué tienes para el desayuno?“.

 

Chuuu… ni lo había pensado. 

 

(*) Salustio Madrigal es abogado, 48 años, separado hace 4. Tiene tres hijos de 18, 14 y 9 años. Solía vivir en una linda casa en Colina… hasta que ella dijo basta. Le gustan los deportes, tiene complejo de peter pan, es feíto pero con encanto -según dicen- humanista o al menos bueno pal tollo (asunto de familia). 

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