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19 de Mayo de 2014

Las increíbles historias del español que acampa al costado del Mapocho

Salió de su país en septiembre del año pasado y desde el 11 de abril, día en que llegó a Santiago tras una travesía a dedo desde México, clama por asistencia consular.

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La mañana del miércoles pasado, Santiago Piqueras Abellán (43) intentó sin mucho éxito contar su caso a unos estudiantes que grababan un cortometraje a un costado del puente Pedro de Valdivia, en Providencia. Era una de las contadas veces en que “el español”, como le dicen los trabajadores del parque, se arrancaba un rato de su carpa instalada hace 39 días en Andrés Bello 1895, en los jardines que están frente a la embajada de España.

“Necesito que se sepa mi historia, estoy en la desesperanza”, dice mientras enfila a su improvisado refugio, que consta de una humilde tienda de campaña que se ladea hacia la derecha, un bidón de agua Benedictino y un tarro donde le tiran monedas. Usa los árboles y arbustos como tendedero de ropa para intentar librarse de la humedad y ocupa los postes para pegar carteles donde explica su situación a los curiosos que se detienen a mirarlo.

Santiago es parte del inventario. Él lo sabe y se lo toma con normalidad. Mientras se sienta en una jardinera de ladrillos, recibe el saludo de varias personas que a esa hora pasan por ahí, haciendo ejercicio o simplemente capeando pega. De alguna manera se transformó en una celebridad entre los deportistas y vecinos, a los que agradece con un “hasta luego, amigo” cada vez que le hablan. “Si no fuera por los chilenos, no hubiese aguantado ni dos días”, dice.

Y cómo aguanta el hombre. Salió en septiembre de 2013 desde la localidad de Calahorra, en la comunidad española de La Rioja, con una promesa de trabajo en México que le realizó su antigua jefa de un bar, donde se ganaba la vida como guardia de seguridad. Luego de darle vueltas por algunos meses decidió partir a la ciudad de Mérida, dejando en España a su madre.

La pesadilla partió a los pocos días de llegar. El pololo de su jefa, “un dictador”, según Santiago, no quiso contratarlo y perdió el trabajo sin siquiera haber comenzado. “Tenía vuelo de regreso a España el mes siguiente, pero tan mala suerte que lo perdí. Después me sucedieron acontecimientos para no creer… me asaltaron y lo perdí todo, quedé sin nada”, relata. Al verse en esa situación, acudió al Consulado para pedir socorro.

“Ahí me dijeron que no me podían ayudar. Para mala suerte, horas después de haber ido al Consulado, les entraron a robar. Tres días más tarde me detuvo la policía como sospechoso del atraco y me pasé cerca de diez encerrado. Gracias a Dios, el Fiscal y los jueces se dieron cuenta de que yo no tenía nada que ver y me soltaron”, cuenta. El hecho ocurrió el 16 de noviembre del año pasado y hasta la prensa local consignó el hecho.

Sin muchas opciones, Santiago decide arrancar del país y acude nuevamente al Consulado, donde le dieron un consejo que pocos mortales tomarían. “Me dijeron que probablemente la única embajada en todo Centroamérica y Latinoamérica que me podía colaborar estaba en Chile. Después me di cuenta que era una estrategia para quitarme de encima, me estaban engañando los hijos de puta”, detalla. El problema es que se dio cuenta cuando ya estaba en camino.

A dedo por nueve países y la bienvenida a Chile

El español demoró un mes y medio en llegar desde México a este lado del mundo. Pasó por Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, en un orden que ni él recuerda muy bien. Lo que sí recuerda es que le cobraron más de 300 dólares por salir de Chiapas, esto tras sobrepasar el tiempo de estadía permitido. El dinero finalmente se lo pasó una boliviana que escuchó su pelea con los guardias fronterizos.

Otro episodio que no olvida es su paso por Panamá. “Cuando estaba saliendo del país, uno de los controles de la policía militar me metió a un barco y me quería mandar de vuelta a Metetí (noreste), que era de donde venía. No podía aguantar eso y me quise tirar de la barca al mar. Finalmente tuve que desistir de mi actitud porque estaban trasladando a una enferma a un hospital y yo la estaba demorando. Fue una odisea salir de ese país”, detalla.

De ahí en adelante siguió una travesía a dedo, donde los camioneros y los servicentros fueron sus mejores amigos. Comenzó a escribir una bitácora de viaje donde anotó todas sus aventuras, los nombres de las personas que lo ayudaron y los momentos difíciles, como cuando debió caminar 30 kilómetros de noche por una carretera sin luz en Perú, mientras los autos pasaban a la velocidad del trueno al lado de su oreja.

Finalmente, ingresó a Chile por Chungará a las 18.30 horas del martes 1 de abril, fecha que Santiago nunca olvidará. Así al menos lo escribió en su diario: “Lugo de llegar y hablar con un párroco escocés, él mismo me colaboró con 5 mil pesos. Me fui a comer un hot dog y tomarme un café. Sobre las las 20.30 de la noche, esta linda ciudad sufrió un terremoto en la escala Richter de 7,8. No había vivido nunca una experiencia así”, se lee.

Lo peor para el español vino después. Sin saber qué hacer y sin tener idea que estaba cerca del mar, comenzó a correr fuerte y derecho con dirección a la costa, todo esto mientras se daba la alerta de tsunami. “Yo preguntaba dónde iban todos, hasta que alguien me dice que tome mis cosas y que subiera al cerro. Vi que todos se ayudaban con todos, incluso sin conocerse. Entonces le presté asistencia a un hombre que cargaba a su madre paralítica hasta la zona de seguridad. Después tomé mi linterna y comencé a hacer circular a los coches, porque había un descontrol tremendo en las calles”, recuerda.

Santiago tuvo que ponerle el hombro a varias de las 717 réplicas que se sintieron hasta una semana después del terremoto, antes de seguir su camino a la capital. Pasó por Antofagasta y La Serena arriba del vehículo de dos trabajadores que lo apoyaron con comida y hospedaje. Finalmente, cerca de las 19.00 horas del viernes 11 de abril, el español tocó el timbre de la embajada de su país en Chile.

La toalla blanca

“No había nadie trabajando, así que el vigilante me pasó el número de emergencia del Consulado. Me conseguí 300 pesos en Providencia y llamé, pero me dijeron que fuera el lunes. Mientras intentaba explicarles que no tenía dónde quedarme, se me acabó el dinero. Decidí entonces volver frente la embajada para instalar la tienda de campaña. Justo me encontré con unos carabineros, quienes hicieron las gestiones en el Metro para que me fuera hasta Estación Central y luego me quedara en el Hogar de Cristo”, cuenta Santiago.

Si en la enciclopedia quisieran graficar el concepto “mala suerte”, la cara del español podría salir perfectamente a un costado. Como era de suponer, cuando llegó al Hogar de Cristo le dijeron que no había cupo, por lo que tuvo que volver al frente de la embajada. “El lunes fui al Consulado, tal como me habían dicho. El cónsul me dijo ‘¿qué quieres, que te pague el pasaje yo?’. Yo le dije que no quería un regalo, que pagaría mi pasaje en España, pero no ha pasado nada. Me dijeron que mi caso podría tomar meses, mientras yo sigo aquí, malviviendo”, lamenta.

De eso ya han pasado 39 días y Santiago sigue esperando. Se levanta todos los días a las 07.30 de la mañana, se lava la cara con su bidón y mueve su carpa del pasto para que los trabajadores puedan regar. “El baño es una aventura. Cuando te entra un apretón, no queda otra que entrar a la carpa, sacar una bolsa plástica, ponerme en cuclillas y evacuó en la bolsa. Me limpio y tiro la bolsa al río, para no dejarla ahí en los basureros. Es una odisea”, cuenta.

No ha querido contactar a su madre para no preocuparla, principalmente porque ella no tiene el dinero para mandarle el pasaje. Mientras, aprovecha la buena disposición de la gente, que lo ayuda a diario con ropa, comida, medicamentos y cigarros, de hecho, ya recuperó los 18 kilos que perdió en el viaje. “Sólo tengo palabras de agradecimiento para los chilenos. Lo que han hecho por mí es impagable. No tiene nombre. Les deseo lo mejor, les agradezco de corazón lo que han hecho (…) lo que me están colaborando no se paga con dinero”, dice al borde de las lágrimas.

“Si tuviera algo que pedirle al Consulado o a la Embajada, le pediría que fueran más humanitarios. No con mi caso en particular porque lo mío ya se arranca de toda realidad. Pero cualquier otro español que esté en mi situación, que no lo dejara desamparado. Mi lucha se mantiene todos los días, esa toalla blanca en el techo de la carpa marca el gesto de lucha, hasta que me den una solución”, remata.

Consultados por el futuro de Santiago, en la embajada de España aseguraron que “su situación ya fue enviada a Madrid, donde el ministerio de Relaciones Exteriores deberá decidir” los pasos a seguir. En este sentido, se detalló que los casos de asistencia consular están reservados “para situaciones puntuales, donde ciudadanos españoles sufren emergencias que requieran una ayuda inmediata, como en caso de incendio de su vivienda, enfermedades, etcétera”.

Sobre el caso particular de Santiago, la embajada aseguró que “se han activado todos los protocolos que corresponden y se le recibe constantemente, cada vez que viene. Su historia es bastante particular, porque ingresó a Chile como turista desde México. No puede esperar que los contribuyentes españoles financien su boleto de vuelta por venir de vacaciones“.

En este sentido, la representación española en nuestro país agregó que “se le ofreció un trabajo que no quiso aceptar, además de la opción de llamar a su familia en España, pero él no ha puesto nada de su parte”.

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