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15 de Octubre de 2014

En mi comuna, nica

"La ciudad que triunfa, la ciudad ecológica, la ciudad que aumenta la calidad de vida, es aquella donde el trabajo está lo más cerca posible de la casa".

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En Providencia ya no se puede estar en un bar más allá de las dos de la mañana. “Si no le gusta, váyase a otro lado”, nos dicen. En Vitacura, la comuna más cara de Chile, el plan regulador sólo permite construcciones de muy baja altura, y por lo tanto, a menos metros cuadrados construidos, más impagables esos metros.

En Las Condes les importa muy poco lo que pase con Santiago: por algo su nuevo sistema de bicicletas parte y termina en su comuna. En Santiago es muy probable que se adelante el cierre de las botillerías, pues en la consulta ciudadana que se acaba de realizar este fin de semana se incluía esa pregunta.

Volvamos a Providencia, donde el fenómeno NIMBY (“Not in my backyard” o “No en mi patio trasero”) vive un verdadero clímax. Uno se pregunta, ¿tiene sentido restringir las alturas en zonas de esa comuna que están próximas al Metro? “Providencia tendrá cuatro líneas de Metro y no es lógico reducir alturas en torno a sus once estaciones impidiendo que más hogares puedan aprovechar esta infraestructura”, dice Iván Poduje, un urbanista que sabe de lo que habla.

“Cuando una comuna restringe la densificación en algunos barrios, debiera siempre planificar otras zonas de densificación que compensen y faciliten a los ciudadanos el acceso a la calidad urbana creada con esfuerzo de toda la sociedad”, opina Luis Eduardo Bresciani, presidente del Consejo Nacional de Desarrollo Urbano, otro que sabe.

No son las únicas voces que creen que los corredores de transporte público y los centros urbanos debieran permitir densidades altas. Pero qué importa. Basta con algunos “cabildos”, concepto de moda en el progresismo, para justificar decisiones que apuntan a lo que quiere y pide el vecino militante, ese que sólo se preocupa por su metro cuadrado y que ignora completamente el concepto de ciudad. Seguro que la medida genera votos futuros, pero el costo lo pagamos como sociedad. Por una razón muy profunda: las ciudades que triunfan son aquellas que entienden que una urbe es un sistema vivo, interconectado, con movilidad social.

La ciudad que triunfa, la ciudad ecológica, la ciudad que aumenta la calidad de vida, es aquella donde el trabajo está lo más cerca posible de la casa. ¿Es posible lograr eso sin densidad, en una ciudad de siete millones de habitantes? Es imposible. ¿Será que algunos alcaldes miran como ideal al centro de París? Sin duda esa ciudad es preciosa, pero es como un museo: no se toca, no evoluciona y es sólo apta para ricos.

Nos llora un alcalde mayor, una autoridad metropolitana, un supra municipio. No importa el nombre, lo que importa es que sea un individuo o un grupo de personas que estén por sobre los feudos municipales y que velen por todos los habitantes de la ciudad. Que puedan hacerle la ley del hielo a los NIMBYS, que sean capaces de proteger el patrimonio y simultáneamente definir áreas donde se pueda crecer en altura. Pero, sobre todo, nos llora parar con este insoportable individualismo.

La ciudad es de todos, pero cada vez son más los que piensan al revés. Estamos llenos de tiranos vecinales, egoístas barriales y acaparadores comunales. En vez de retirarle la patente al bar que genera problemas, hacen tabla rasa y le castran la diversión y la sociabilidad a las cientos de miles de personas que viven ese espacio de la ciudad. En vez de darle la oportunidad a los meritócratas que quieren dejar de viajar horas en Transantiago desde sus casas a sus pegas, prohíben la altura en sus barrios tan perfectos, tan sofisticados, y hacen que los precios de las propiedades conviertan a su comuna en un gueto socioeconómico.

En vez de permitir que la ciudad sea un engranaje funcional, ponen cortapisas al sistema de transporte más amable de todos: la bicicleta. Una vergüenza. Santiago es una suma de comunas, al menos las más poderosas, que sólo saben mirar su propio traste. Y después nos llenamos la boca con la desigualdad. Andá a cagar.

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