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4 de Octubre de 2016

El “colegio trans” de Villa Alemana

Todo comenzó por iniciativa propia de la directora y de un grupo de profesores. Realizaron talleres, invitaron a especialistas y modificaron el currículo buscando educar sexualmente a sus alumnos para que tengan una mayor libertad y no convivan en un ambiente de discriminación. Ésta es la historia de un colegio que buscado naturalizar a los niños y niñas trans, con tres alumnos que enfrentan hoy este proceso, entre ellos una de sólo cinco años.

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A comienzos de marzo de este año, una alumna de 13 años, que cursaba octavo básico, llegó hasta la oficina de la directora del colegio Robles, en Villa Alemana, con un informe psicológico. Decidida, confiada y después de mucho pensarlo, se había dado cuenta que tenía dudas con su identidad de género y venía a pedirle ayuda al colegio en este proceso.

La seguridad de Alejandro sorprendió a Ana Donoso, la directora, por lo que le dio su apoyo de inmediato. Tras una conversación profunda, pronto se reunieron con su familia y especialistas para que guiaran algo que conocían sólo a grandes rasgos y que necesitaban manejar sin dudas en este proceso. Así comenzó el proceso de cambio de identidad de género de Alejandro.

“Él estaba absolutamente seguro, aunque su mamá estaba llena de temores. No entendía. Tuvimos que trabajar mucho con ella y le costó harto aceptar el cambio… pasar de tener una hija a tener un hijo”, cuenta Donoso.

Era un desafío enorme para el colegio. Si bien eran conocidos en la comuna por su sello liberal y de resguardo de los derechos de sus alumnos, era primera vez que tenían uno de estos casos. No contaban con programas de apoyo para alumnos trans ni menos con orientación pedagógica para guiar a la comunidad escolar. Tenían que buscar ayuda afuera.

Al poco avanzar, notaron que ni el Ministerio de Educación ni el de Salud cuentan con programas que respalden o apoyen estos procesos. Con los contactos de una profesora, llegaron a la psicóloga experta en temáticas LGBT y transgénero Patricia Casanova, quien comenzó a guiarlos en este proceso. Luego incorporaron a la fundación Renaciendo, que aportó sobre todo con la familia.

Con Patricia se organizó una jornada de capacitación para padres, madres, estudiantes y todo el personal del colegio. Necesitaban aprender qué es ser transgénero y atender a una realidad que es cada vez más frecuente y poco entendida en los establecimientos. Había un total desconocimiento pero muchas ganas de dar todos los espacios.

Eso precipitó que pronto aparecieran más casos.

Menos prejuicios 

En paralelo a las capacitaciones, Alejandro pidió que comenzara a ser llamado por su nombre social. Era el momento de enfrentar a todos sus compañeros. La profesora jefe de su curso reunió a los niños, todos de entre 12 y 14 años, en Consejo de Curso y les dijo que Alejandro les quería contar algo, que lo escucharan.

Él se puso de pie y dijo sin tapujos: hace poco descubrí que mi identidad de género es masculina, soy hombre y desde ahora quiero que me traten como tal. Los niños asintieron con la cabeza y le preguntaron cómo podían ayudarlo, cuál iba a ser su nuevo nombre, cosas menores. Lo tomaron como algo natural y siguieron adelante.

Que hayan reaccionado de esa manera no fue necesariamente natural. En el colegio explican que los niños hoy son menos prejuiciosos que sus padres y no les cuesta adaptarse a nuevas ideas, pero aseguran que la clave fue la educación sexual temprana que habían estado realizando antes de este anuncio. Desde que Alejandro le “exigió” ayuda a la directora del colegio, comenzaron a realizar actividades, jornadas y talleres sobre temática LGBT. Eso posibilitó un tránsito más natural para socializar su nueva identidad.

Con Patricia Casanova desarrollaron talleres en mayo, explicaron qué era la identidad de género, la orientación sexual, que esto era parte de la libertad, que había que respetar y que quienes tuvieran dudas, siempre podían preguntar. “Había que explicar cosas prácticas, como que había que llamarlos por su nombre social, hablar de niño y no de niña en este caso”, explica la profesora Danila Córdoba, una de las que más ha trabajado en esta temática en el Robles.

El colegio comenzó a adaptarse también en lo práctico. Se crearon baños “multisex” para luchar contra la separación binaria de lo femenino y masculino, y también para adaptarse a la genitalidad de los niños y para resguardarlos, ya que, si bien están en proceso de cambio, aún mantienen sus órganos sexuales de origen.

Cuando la especialista estuvo en el colegio capacitando a los profesores y a los alumnos, dejó su tarjeta de contacto al encargado de convivencia escolar. “Quienes tengan preguntas, una duda, llámenme”, ofreció. Una de las alumnas que estaba en ese taller, de primero medio, tomó la iniciativa. Llevaba mucho tiempo creyendo que era lesbiana, a veces pensaba que era algo temporal y no entendía qué le pasaba.

La oportunidad de cuestionarse y aprender qué alternativas existían le abrió un camino para conocerse un poco más: Mateo eran trans, como su compañero Alejandro. Después de un largo trabajo con sicólogos, comenzó su propio proceso de cambio y de autoconocimiento.

“Si no les gusta, busquen otro establecimiento

El trabajo con los alumnos avanzó sin problemas. Nunca hubo un episodio de discriminación contra los niños trans, cuentan en el colegio, como sí ha existido contra estudiantes gays o lesbianas. “Eso pasa porque no los educamos a tiempo”, dice la profesora Danila Córdoba.

En paralelo a los alumnos el colegio capacitó a los profesores, aunque ahí se llevaron algunas sorpresas. Para algunos profesores esto generó incertidumbre, incluso entre los más jóvenes que tenían cierto rechazo a lo que estaba ocurriendo. Danila explica que “cuando fueron a los talleres, cuando entendieron de qué se trataba esto, cuando tuvieron información a la mano, ahí lo comprendieron. El problema siempre es la falta de educación”.

Ya conocidos estos casos, en el entorno los empezaron a apodar como “colegio de la diversidad”. Pero contrario a pensar que era motivo de orgullo, algunos apoderados hicieron ver su incomodidad, sobre todo cuando se les informó que para 2017 el colegio iba a profundizar en esta materias en la educación más formal del currículo y no sólo a través de talleres. Pedían que no se hablara tan libremente de “estos temas”.

Ana Donoso, la directora del colegio, fue clara: si no les gusta, busquen otro establecimiento, tienen la libertad de adscribir o no a la propuesta del colegio. Ana aseguró que no se iba a encasillar a los estudiantes ni menos quitarles las oportunidades para expresarse tanto en su orientación sexual como en su identidad de género. Por esta razón, el colegio decidió que también era importante capacitar a los apoderados, pero… no muchos llegaron. Más adelante, sin embargo, ellos mismos pidieron otro espacio para poder capacitarse junto a sus hijos.

Semanas después de iniciadas las capacitaciones apareció otro caso. Era un menor de cinco años que cursaba kínder. Habiendo sido capacitados y con entrenamiento adecuado, los profesores y parvularias empezaron a observar sus conductas, cómo el niño se miraba a sí mismo, cómo se dibuja, cómo deseaba vestirse, como se diferenciaba con sus pares. Con la ayuda de los mismos especialistas de Alejandro y Mateo, pudieron determinar que era una niña trans. Los papás apoyaron desde el primer minuto.

Los papás son la clave. Si ellos no quieren, nada se puede hacer porque son muchos cambios y lutos que hay que empezar a aceptar”, explica la directora del Robles. “Lo que tienen que hacer los colegios es otorgar los espacios para que esto se desarrolle, porque es algo que existe y uno no puede limitar. Al contrario, tenemos que fortalecer hasta las cosas más simples, como crear un baño multisex”.

Desde el preescolar

Las políticas públicas para niños o niñas trans son prácticamente inexistentes en todo el aparato estatal. Recién en 2015 se creó una Unidad de Equidad de Género en el Mineduc, en el marco de la reforma educacional, con el objetivo de educar sexualmente, eliminar el sexismo o machismo en la sala de clases y evitar que se profundicen los estereotipos. Hicieron y siguen haciendo varias campañas.

Pero las temáticas trans aún no entran de lleno.

En el ministerio de Salud ocurre lo mismo. No hay programas que regulen la atención de la población transgénero en la salud pública, aunque en septiembre de 2015 el hospital Carlos Van Buren de Valparaíso abrió un policlínico de Identidad de Género, para atender de manera integral y con un equipo interdisciplinario las necesidades de esta población.

El gran problema es que pocos saben lo que es ser transgénero. Los especialistas han determinado que esto implica tener un género que no es lo sociablemente esperable; es decir, que quienes tengan una vagina desarrollen una identidad masculina o que quien tenga un pene desarrolle una identidad femenina. Por esta razón, explica Janet Noseda -psicóloga del Colegio de Psicólogos experta en temáticas LGBT- lo ideal es que desde pequeños se ponga atención al comportamiento de los menores.

“La identidad de género ya es estable desde los tres años en adelante y uno puede empezar a identificar comportamientos en cosas simples pero que dan señales, como que en los cuentos las niñas se identifiquen con personajes masculinos, que quieran usar cierta ropa imitando a sus pares o utilizar el pelo similar a sus compañeros”, asegura la especialista.

Lo recomendable es empezar con este tipo de educación en el preescolar; así lo ha hecho el colegio Robles. Para esto existe bastante material en internet en el que pueden basarse los educadores, como cuentos para niños, ante la falta de programas del Mineduc. Uno de los cuentos más destacados para enseñar a niños pequeños es “El vestido de mamá”, donde en lenguaje simple se explica la realidad de un niño que está empezando a identificarse.

Uno de los errores más clásicos es decir que los niños trans nacieron en cuerpos equivocados. Decirlo de esa manera expresa que algo malo ocurrió en el camino y no es cierto. Hay que hacer una reparación y resignificar que el cuerpo no está equivocado, sino que hay niñas con vagina y sin vagina”, dice Noseda.

La directora del Robles, Ana Donoso, afirma que ser un colegio laico y que apuesta por el respeto a los derechos humanos fue una de las claves de éxito en esta materia. “Nos hacemos cargo de todo, de verdad, y no tratamos de encasillar a los alumnos en figuras o prototipos”, dice.

“En Chile hay una educación muy heteronormada que nosotros estamos cambiando. En este colegio tenemos un modelo curricular que no existe en ningún otro lado. Nosotros no hablamos del cuerpo del hombre o de la mujer, sino que explicamos que hay cuatro cuerpos, que hay niños con pene y sin pene, y lo vinculamos a la identidad de género”, detalla Donoso.

Para el próximo año decidieron que profundizarán en el currículo todo lo que aprendieron este año en capacitaciones, con la ayuda de las fundaciones que ya estuvieron en el colegio. “Si tienes un hijo o hija trans, toda la familia es trans. Si tienes un alumno trans, tienes un colegio trans”, dice Donoso.

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