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26 de Diciembre de 2016

Luksic se desahoga en diario alemán: "Un país no puede recibir a todos los que vienen"

"Quien es recibido, tiene una obligación de aportar", dice el magnate chileno en una crónica del diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitungs, sobre su llegada como mayor accionista de Hapag-Lloyd. Varios periodistas germanos llegaron al país a investigar sobre el magnate que llegó a ese país. Ésta es la nota de Marc Serrao para ese diario.

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Cuando se hunda el himno alemán en el mar, así se podría haber llamado el hit de ‘Capri-Fisher’. Los ingredientes: una ciudad-puerto chilena, cuyas casitas pintadas de colores son iluminadas por el sol y un buque, uno como los habitantes de esta ciudad jamás han visto, ancho como un tren, largo como tres canchas de fútbol. Y un himno nacional que nadie conoce.

El ‘Valparaíso Express’, que está siendo bautizado en la ciudad-puerto chilena, le pertenece a la compañía naviera Hapag-Lloyd, pero su puerto de origen es Hamburgo. Por eso el himno alemán, interpretado por un quinteto de cuerdas. No canta nadie, ya que, aparte del Capitán, nadie en el escenario se sabe el texto. Ni el Oficial Jefe Ejecutivo (Chief Executive Officer), que es holandés, ni el Oficial Jefe de Operaciones, británico, y menos aún el fornido barbón en un traje con botones de oro que estaba al medio. Puede ser que los alemanes, sobre todo los orgullosos hanseteanos –término antiguo usado para referirse a las tres familias de la elite que dominaban y regían sobre las ciudades de Hamburgo, Bremen y Lübeck– crean hasta hoy que Hapag-Lloyd es su empresa. Pero se equivocan. Los socios con la mayor participación de la flota compuesta por 175 barcos y 9.400 trabajadores en 121 países se sientan a una hora y media de Valparaíso, en la capital de Chile, Santiago. Andrónico Luksic, el hombre de los botones de oro, es el jefe de jefes.

El comando central de los villanos de James Bond

Aunque en su país todos saben quién es el millonario Luksic, en Alemania no lo conoce casi nadie. Para cambiar esto su holding, Quiñenco, junto a Hapag-Lloyd, invitaron a un grupo de periodistas a Chile, entre ellos a la F.A.Z. (Frankfurter Allgemeine Zeitung, que se encuentra entre los tres periódicos más importantes del país). Durante tres días los anfitriones explicaron por qué creen que la compañía naviera, que desde hace diez años vive en crisis junto al negocio mundial de cargas, tiene un gran futuro. En paralelo exponen sobre los otros rubros en los que el clan Luksic gana su dinero. Como chileno no se puede ir por la vida sin encontrarse con empresas que pertenecen a Quiñenco y eso que en Liechtenstein se encuentran bajo administración los activos de la familia Luksic, y su crecimiento.

El viaje comienza en una viña. Sobre 70 hectáreas al borde de la nevada Cordillera de los Andes, se producen los mejores vinos de la firma San Pedro: los precios de las botellas comienzan en los 60 euros ($42 mil). San Pedro pertenece al conglomerado de bebestibles Compañía Cervecerías Unidas (CCU), de Quiñenco.

Tras una presentación y una degustación, el grupo observa el valle. El paisaje es fenomenal. Es verano en Chile. Los invitados sudan y Claudia Gómez-Martínez, directora comercial y de marketing de San Pedro, hace una presentación, cuyo tono principal se escuchará una y otra vez durante los próximos días. Chile, en este caso el vino de Chile, es, según ella, simplemente genial. En todo caso mucho mejor que aquel producido por los otros países de Latinoamérica.

Mientras la nerviosa señora sostiene la oda a su hogar, hace un gesto al garzón cada 15 minutos, para que llene las copas de los invitados. La escena es de una sobriedad que se puede considerar impresionante, sobre todo por el inmueble central, un pesado rectángulo construido con piedra bruta del valle, cuyas ventanas cuadradas parecen lagunas. Uno se siente un poco como en el comando central de un villano de James Bond. Pero también puede ser por el vino.

Cuando tenía 31 años, en 1957, el padre del hoy patriarca de los Luksic fundó Quiñenco. El descendiente de migrantes croatas de la Isla Brac se llamaba Andrónico, como su hijo mayor y el hijo mayor de este, Andrónico Junior. Hasta el día de hoy los trabajadores se refieren, por respeto, al fallecido dueño como Don. Don Andrónico.

Él hizo que el clan de inmigrantes se convirtiera en un ‘player’ global. En los años ochenta el grupo Luksic tomó, entre otros, la mayoría accionaria del Consorcio Minero Antofagasta. La empresa, que hasta hoy se maneja separada de las otras inversiones de la familia, que extrae cobre en el norte de Chile.

El metal es uno de los productos de exportación más importantes del país. Bajo este negocio crece y florece el portafolio de empresas de Quiñenco. A la familia le pertenece el 81% de la sociedad. El resto se reparte entre diversos propietarios. El grupo se ha despedido de algunas industrias, como de las telecomunicaciones, mientras que en otras se hace más fuerte. El conglomerado gestiona bienes por US$ 67 mil millones.

El riesgo del negocio se reparte entre hombros fuertes

El negocio se divide en siete áreas. A estas pertenecen la licencia para las bombas de bencina Shell en Chile, administrada por la empresa Enex, así como también la participación mayoritaria en el Banco de Chile, el banco privado más grande del país, el ya mencionado gigante de bebidas CCU, al cual le pertenece la cervecería más grande del país. En ambos, banca y bebidas, Quiñenco tiene joint venture con consorcios mundiales. El Banco de Chile es controlado por los chilenos junto al Citigroup, mientras que en CCU el socio es el gigante de cervezas holandés Heineken. De esta forma, explican los anfitriones, el riesgo del negocio se reparte entre hombros más fuertes.

¿Cómo se mantiene la visión sobre un imperio de este tipo? Especialmente cuando en la planificación personal no se previó que en algún momento se estaría en la punta. Andrónico Luksic se encontraba al final de los cincuenta cuando su hermano, Guillermo, murió de cáncer. El banquero era hasta entonces el número dos de la familia. De repente tuvo que tomar la presidencia de la junta de Quiñenco, y con esto convertirse en el centro de atención. “Cuando murió mi hermano, yo había pensado, en qué universidad pasaría mi año sabático”, dice el hombre de 62 años en una conversación en la ostentosa oficina central del Banco de Chile en Santiago. Allí sesiona la junta, sobre sillas de cuero y bajo los óleos de los antepasados. Un agujero de bala antiguo en un cristal no se ha reparado hasta hoy porque, como explica un trabajador, mientras esté uno podrá recordar “lo peligroso que es el socialismo”. El hombre lo dice en serio.

La frase de Andrónico Luksic sobre el año sabático es, en cambio, una broma. Al hombre, al que se le nota su entusiasmo por la cocina chilena, ocupa el rol de jefe del clan tan bien como sus trajes cortados a la medida. Terminada la cena de gala –antes del bautizo del barco– realiza una ronda. Mesa por mesa presenta ante los clientes más importantes de la región al director de Hapag-Lloyd. Luksic toma cada brazo extendido con las dos manos. Ríe, da palmadas sobre los hombros, hace guiños y actúa completamente satisfecho. En los años pasados el consorcio alemán le generó, sin embargo, pocas alegrías.

“Soy nieto de un migrante”, dice el millonario. “Mi abuela era de Bolivia. Mi abuelo llegó con 16 años de Yugoslavia. Él viajó en tercera o cuarta clase, sin una moneda en el bolsillo. Cuando llegó al puerto de Antofagasta rezó: ‘Gracias, Dios, por poder estar aquí’. No exigió una casa para él. No tuvo educación gratuita y no solicitó una cobertura de salud. Él no dijo: ‘¿Dónde están mis derechos?’. Él dijo: ‘¿Dónde puedo trabajar?'”, señala Luksic.

El negocio moderno de las compañías navieras es definido incluso por los expertos como algo demente. La industria había construido, hasta el comienzo de la crisis financiera, grandes capacidades de transporte. Cuando se derrumbó el comercio mundial, muchos de los barcos para containers fueron inútiles.

Las consecuencias las sufren todos hasta hoy. Como en toda crisis, aquellos que sobreviven pueden esperar salir más fortalecidos. Más eficientes. Un medio que utilizaron las grandes compañías navieras, también Hapag-Lloyd, fueron las fusiones. El 2014 la empresa de Hamburgo se fusionó con la empresa naviera chilena Compañía Sudamericana de Vapores (CSAV), en la que Quiñenco tiene la mayoría. Después de un aumento de capital, en el que CSAV aportó la mayor cantidad, los chilenos tienen la mayoría de la sociedad con el 31,4%. Aún. La próxima fusión, esta vez con la United Arab Shipping, está a la vuelta de la esquina.

Pregunta para el jefe de jefes: ¿cómo afectará el nuevo acuerdo la propia cuota de participación?

“En el aumento de capital participaremos de tal forma que nuestra participación no baje del 25%”, dice Luksic. Es el lema del clan: no hagas negocios en los que no puedas decidir o al menos hablar de forma marcada. Quién sabe, tal vez los chilenos capitalizan tanto que emparejen a los árabes.

“La industria marítima está cambiando radicalmente”

“La industria marítima está cambiando radicalmente”, dice Luksic. Aunque él es “optimista, de que irá bien”. Tiene que serlo. “Desde que ingresamos a CSAV, todos hemos perdido mucho dinero”. Luksic se refiere a él y a los inversionistas. “Quédense a bordo”, les dijo a estos. “Nosotros vamos a cambiar esta empresa”. Nosotros significa en este caso: nosotros en Chile.

Hacia el final, la charla se dirige al gran tema. Chile. Los Luksic pertenecen a la media docena de familias sobre las que escuchamos varias veces durante el viaje: “Ellos manejan el país”. Eso lo sabe naturalmente Luksic de sí mismo. De todas formas se siente lo mucho que lucha con el gobierno de izquierda de la Presidenta Michelle Bachelet. En Chile los empresarios suelen ser del centro y hacia la derecha. “Mi padre me enseñó dos cosas”, cuenta Luksic: “Paga siempre tus impuestos y no seas garante del crédito de otra persona”.

También es personal con la inmigración, tema sobre el que hay en estos momentos un gran debate en Chile. “Soy nieto de un migrante”, puntualiza el millonario. “Mi abuela era de Bolivia. Mi abuelo llegó con 16 años de Yugoslavia. Él viajó en tercera o cuarta clase, sin una moneda en el bolsillo. Cuando llegó al puerto de Antofagasta rezó: ‘Gracias, Dios, por poder estar aquí’. No exigió una casa para él. No tuvo educación gratuita y no solicitó una cobertura de salud. Él no dijo: ‘¿Dónde están mis derechos?’. Él dijo: ‘¿Dónde puedo trabajar?’. Luksic se inclina, como si no estuviera seguro de que el reportero alemán entiende lo que quiere decir: “Sabes, la migración debe ser ordenada. Un país no puede recibir a todos los que vienen. Quien es recibido, tiene una obligación de aportar. No se trata de egoísmo. Los humanos son iguales a los otros: mi padre, mi madre, mi hermana, mi vecino, mi país. No se nos debiera demandar ser más que eso”.

Luksic se recuesta hacia atrás. Su mirada dice que sobre este punto no es bienvenida ninguna contrapregunta.

Experimentar más

¿Cuánto tiempo dirigirá este hombre su holding? En el camino también se determinará la suerte de Hapag-Lloyd, la empresa naviera que alguna vez fue alemana. Su hijo Davor, por ejemplo, maneja en Croacia la cadena de hoteles más grande del país y hace poco estuvo en los periódicos de chismes alemanes, ya que se casó con su novia Cristel Carris, hija del dúo italiano y ex matrimonio, Al Bano y Romina Power. O su hijo mayor, Andrónico Junior, de 34 años, que se sienta junto a su padre y otros dos hombres de la familia en la junta directiva de Quiñenco. Entonces, ¿cuándo toma el mando la próxima generación del Clan? Luksic se ríe. “Tan rápido como se pueda. Yo quiero terminar lentamente. Trabajo desde que tengo 19 años”. Entonces se inclina de nuevo y toma el brazo del visitante. “No, en serio: Yo quiero que Hapag-Lloyd se consolide y se encuentre en un buen camino. Esa es mi ambición. En eso quiero ayudar”.

Hacia el final del viaje, antes de que el “Valparaíso Express” sea bautizado en el puerto por la compañera de vida de Luksic con un champagne, y antes que él se deje entrevistar por reporteros de su cadena de radios y televisión, Canal 13, hay un pequeño gesto de demostración de poder del controlador, también desde una perspectiva europea. Anthony James Firmin, el Oficial Jefe de Operaciones de Hapag-Lloyd, discursea sobre el nuevo barco y el futuro de la industria. Reparte los cumplidos de costumbre. Finalmente llega a hablar de Andrónico Luksic, quien está sentado detrás de él sobre el escenario. El británico se gira para poder ver a los ojos a su accionista mayoritario. Le agradece por su confianza y se inclina. No profundamente, pero lo suficiente. El chileno no lo hace de vuelta. Así, dice su mirada, corresponde.

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