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14 de Junio de 2018

“Ahora que estamos juntas…”: relato de la votación por aborto libre en la Plaza del Congreso argentino

"Acá la campaña informativa funcionó. Las mujeres están conscientes que pueden no abortar si así lo deciden, la pregunta es por qué alguien debería obligar a otra mujer a decidir".

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Fue una casualidad estar ahí. Un vuelo que fue cancelado y luego reubicado a pocas horas y la paciencia de una amiga bonaerense para pasar a buscarme al otro lado de la ciudad y llevarme a mi y otra amiga al Congreso de la Nación. Desde temprano el miércoles se agrupaban las compañeras que están llevando las demandas por un aborto legal, seguro y gratuito sin causales en Argentina. ¿Nosotras en Chile? Aún muy lejos de una discusión semejante, más aún de la despenalización social: ese juicio moral que marca una irremontable distancia entre las mujeres y niñas que se han realizado un aborto y las que no, ya sea por moral o convicción religiosa.

La situación trasandina es admirable, un apoyo transversal de colectivas feministas, sindicatos de trabajadores, agrupaciones que velan por la salud, la educación y la ciencia, mujeres que viven en la calle, profesionales y trabajadoras de los más diversos oficios se congregaron en una vigilia que se prolongó por más de 24 horas.

Vivir una manifestación en Argentina es muy distinto a Chile. La organización y la disposición de los espacios nos muestra postales distintas a las que hemos enfrentado en nuestro país. Autorización para poder pernoctar en las afueras del Congreso, sin carros lanza agua inundándolo todo. Stand de organizaciones políticas, sociales, artísticas y ong’s, mapas repartidos con zonas de seguridad, asistencia médica, baños y zonas de resguardo o de apoyo en temas legales y humanitarios. Una pérdida del miedo que a nosotros nos sigue penando cuando se llama a marchar, ese miedo a la persecución, a la autoridad, al encarcelamiento, a la pérdida de los trabajos, ese miedo a cuestionar el status quo predominante. Allá nada parece importar. La ciudad se sume en un caos de bocinas y tacos, pero la concentración de mujeres puede más. Los gritos van subiendo de volumen a medida que pasan las horas. La policía no se concentra con Fuerzas Especiales, aguardan en las cuadras aledañas, pero no se infiltran directamente.

Si a las 11 de la mañana del día miércoles ya habían unas mil mujeres, a las 15 horas la cifra bien podría triplicarse. Los pañuelos verdes en distintas tonalidades y texturas son compartidos por agrupaciones y colectivos. Algunos hombres buscan lucrar cobrando más del doble, la complicidad es tácita: estos días solo se le compra a las compañeras, muchas de las cuales reúnen fondos para sustentar actividades de acompañamiento, cuidado y promoción de anticoncepción, educación y salud sexual responsable. Colectivas feministas se reúnen y promueven fanzines que tocan temas como los femicidios en Latinoamérica, los crímenes transfóbicos y la lucha por la eterna precarización de las mujeres y sus labores.

Una joven llamada Maite hace pintacaritas feministas en un stand. Es gratis. La fila es larga, porque todas quieren llevar en su piel algo que las marque ese día, que las haga creer que se puede luchar por vivir un poco más dignas y con derechos sobre nuestros cuerpos. Es una fiesta, un carnaval, donde se grita el nombre de las compañeras muertas y presas por abortar, asesinadas por un femicida, violentadas por el Estado o detenidas por ejercer la legítima defensa ante un ataque o asalto sexual. Los abrazos se esparcen por todos lados. Amigas que no se ven hace años, compañeras que vivieron el mismo aborto clandestino, mujeres que solo se conocían a través de redes sociales o audios de Whatsapp enviándose apoyo mutuo en situaciones de riesgo. Todas gritan y bailan, si se llegan a detener el frío se haría insoportable. Pero para eso están los mates, cafés y comida que promueven cientos de carritos que se acercaron a la congregación de mujeres. La noche será larga y las mantas de polar y colchonetas de aluminio empiezan a ubicarse en el piso, están todas abrazadas. Esa noche no hay miedo, ni pendientes, ni trabajos más importantes que estar hermanadas durante la votación de la cámara de diputados.

Con horror surgieron durante la tarde y la noche distintos argumentos pro-vida (o pro-feto, como quieran llamarle). Uno de los más violentos, el de la congresista Estela Regidor, de la Unión Cívica Radical, quien comparó a las mujeres que desean abortar con las perras que quedan preñadas. “Yo soy protectora de animales. ¿Qué pasa cuando nuestra perrita se nos queda embarazada? No la llevamos al veterinario a que aborte. Salimos a ver a quién le regalamos los perritos.”  Negando a hacerse cargo de la situación que tiene a muchas mujeres sufriendo en la clandestinidad.

No nos equivoquemos, no se decidía en Argentina si se puede o no abortar. La madrugada de este jueves se debatía sobre si un aborto se podía realizar de manera legal y segura, o en la clandestinidad. El prohibicionismo nunca ha erradicado algo. Las prácticas siguen realizándose, pero con más lucro, riesgos y persecución. Muchas mujeres comentaron que en el mercado informal les vendían medicamentos falsos, con instrucciones dudosas y a precios elevadísimos, transformando la venta de misoprostol en un lucrativo negocio que jamás se ha enfocado en la salud de las mujeres.

En Cosecha Roja hay un relato sobre un acompañamiento de aborto en una clínica clandestina. Mujeres y niñas asisten a abortar en un lugar frío, sin las condiciones adecuadas, donde deben irse tan pronto desaparezca la anestesia (si es que se utiliza), debiendo caminar frágiles y a merced de complicaciones médicas que elevan la tasa de mortalidad materna en Latinoamérica, precisamente en los países donde no se ha legislado plenamente sobre estos temas.

Los pañuelos verdes siguen agitándose sin parar en Argentina, las cuadras se extienden llenas de vítores. El proyecto de despenalización incluye una propuesta educativa, mejores accesos a métodos seguros de anticoncepción y aborto legal hasta las 14 semanas. Como dice el mismo pañuelo repartido en mochilas, cabezas y cuellos de las hermanas trasandinas “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.

Vuelvo con la cara llena de escarcha verde al aeropuerto rápidamente. En Policía Internacional con mi mejor amiga tememos alguna represalia por ir con las caras pintadas y la ropa verde. Ambas policías mujeres nos preguntan si la votación ya fue, le contestamos que no, que está reñida pero que esperamos se apruebe. “Gracias por haber participado”, nos dicen a ambas. Las asistentes de vuelo nos señalan lo mismo. Acá la campaña informativa funcionó. Las mujeres están conscientes que pueden no abortar si así lo deciden, la pregunta es por qué alguien debería obligar a otra mujer a decidir.

En mi mente solo queda la canción de un grupo de mujeres en la Plaza del Congreso. “Ahora que estamos juntas, ahora que sí nos ven, el aborto clandestino en Argentina se va a caer, se va a caer”.

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