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18 de Junio de 2014

Aftershock

Lo que sobresale de esta película es que nos encontramos ante una “lectura” distinta de un hecho traumático que sirve para constatar lo que vimos en la propia TV (con los saqueos, el descontrol y el miedo): todos somos depredadores.

Por Víctor Bórquez Núñez
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Víctor Bórquez Núñez es Periodista y escritor, con diez libros publicados. Es académico de la carrera de Diseño Gráfico de la Universidad de Antofagasta y desarrolla comentarios de cine en diversos medios en su ciudad

Más allá de los méritos o limitaciones de esta cinta nacional –que los tiene- el reciente estreno de este filme permite adentrarnos en una de las aristas más interesantes del denominado cine “gore”: de cómo a través de los excesos nos podemos reconocer como la bestia que duerme oculta por el peso social y que despierta cuando sobrevienen desgracias mayúsculas, como la del terremoto de 2010 que ha quedado como un referente para nuestro país.

Género inagotable, el de desastres naturales, sigue entregando cuotas de inquietud y sobresaltos, pero no necesariamente por sus imágenes, donde predomina la sangre y las vísceras al aire, sino por las implicancias sociales y culturales que acarrea.

La idea es simple, pero contundente: la desgracia natural –en este caso, el terremoto de 2010- nos pone ante nuestra debilidad y nos hace recordar que “entre todos podemos salvarnos”. Esta idea la subvierte Eli Roth, asociado al inefable director chileno Nicolás López, cuando en Aftershock, deciden cambiar las reglas de esta ecuación. Acá parece prevalecer el “todos contra todos”, sacando desde nuestra íntima naturaleza, la bestia que duerme bajo el peso social.

Con la anécdota de un grupo de disipados amigos americanos que solo quieren pasarla bien, se arma un periplo que parte en Santiago, sigue por una viña y remata en Valparaíso, específicamente en una disco subterránea, justo cuando sobreviene el terremoto de febrero 27.

Los amigos americanos buscaban vivir unas vacaciones de sexo, drogas y excesos en Chile, sin saber que les espera el caos de este terremoto que no sólo acaba con la vida de muchos, sino que también desata una espiral donde aflora el mal, la muerte y, era que no, mucha, mucha sangre, uno de los tópicos del cine denominado como ‘gore’.

Es evidente que el verdadero artífice del estilo y sentido de este filme es Eli Roth –cuya filmografía incluye títulos como (‘Death Proof’, ‘El último exorcismo”, ‘Hostel 3′, Inglorious bastards”) y que Nicolás López, apadrinado por éste, se ha dejado llevar por el aliento que suelen tener las películas del director que no se caracteriza precisamente por la sutileza. De hecho, revisando la filmografía de López, para nada descollante y más bien producto de un insufrible placement publicitario, se nota que el verdadero mundo del realizador de la malograda ‘Santos’ va por otros derroteros. En cambio, el mundo fílmico de Roth encaja a la perfección con este desborde de imágenes donde lo que predomina es el terror, el miedo al ataque, la sangre que surge desde todas partes.

Tomando en cuenta que ésta es la sexta aproximación al tema del terremoto que sufrió Chile el 27 de febrero de 2010 –donde lo mejor ha estado en “El año del tigre”-, se agradece que se haya tratado de buscar un nuevo camino para expresar el terror y el desamparo que este hecho natural trajo para el país, haciendo que el sismo sirva como una excusa (tremenda) para mostrar otros horrores subterráneos.

Como alguna vez planteara el propio López, se trata de un sismo que le devuelve al ser humano la condición de ser solitario, carente del apoyo de los elementos tecnológicos a que está acostumbrado: “Aftershock nos muestra la parte en la que ningún iPod o Internet nos puede salvar la vida”.

Fiel a la receta del cine gore, aquí hay excesos –de sangre, de violencia- y hay víctimas por doquier. Todos los personajes inicialmente mostrados como agradables y humorísticos se convierten en verdaderas bestias que tratan de salvar su propio pellejo antes que auxiliar al resto, lo que permite que Aftershock se transforma en un relato de catástrofes con el típico recetario que hace de este estilo de cine un plato fuerte, no apto para personas sensibles.

¿Un aporte para nuestro cine?

Si consideramos que se trata de una receta que se sigue al pie de la letra y que instala en el cine nacional una manera de tratar temas complejos, puede ser. Pero lo que sí sobresale de todo esto es que nos encontramos ante una “lectura” distinta de un hecho traumático que sirve para constatar lo que vimos en la propia TV (con los saqueos, el descontrol y el miedo): todos somos depredadores. Basta con que sobrevenga el sismo.

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