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20 de Octubre de 2014

Providencia y el lado oscuro de las prohibiciones

El dicho “la caridad parte por casa”, a mi juicio, no puede transformarse en un juego de suma cero o negativa. La tranquilidad de algunos no debiese ser a costa de la mayor intranquilidad de otros, las pérdidas de algunos comerciantes no debiesen transformarse en excesivas ganancias para otros.

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La historia contiene muy buenos ejemplos de lo que ha ocurrido, y ocurre, cuando se prohíbe el comercio de algo que las personas quieren consumir. La aparición de mafias por la ley seca en Estados Unidos (1920-1933), y en la actualidad, las mafias asociadas al tráfico de drogas, son dos de los ejemplos más tristemente conocidos de cómo no basta con simplemente prohibir y sancionar el comercio (y el consumo) en un mercado. Luego, más allá de las connotaciones éticas que justifiquen (o no) alguna prohibición o restricción, lo razonable sería pedirle a  las autoridades competentes que estas regulaciones tomen en cuenta la vieja regla de decisión económica: un análisis de beneficio – costo.

Respecto de la medida implementada en la comuna de Providencia, restringir el horario de bares y botillerías, el listado de los beneficios es más o menos obvio. Tal como la historia de las prohibiciones nos cuenta, los beneficios son siempre el argumento fácil de la ecuación. La tranquilidad de los vecinos en los sectores de operación de este comercio (el argumento de la autoridad) y, como señalan algunos más suspicaces, la posibilidad de capturar votos para una reelección, son algunos de ellos.

Sin embargo, uno de los costos asociados a esta medida – y digo uno pues esta descripción no es exhaustiva – son los relacionados a la pérdida de competencia y la mayor concentración de riqueza. Vislumbremos por un momento cuál sería el comportamiento esperado de los consumidores de alcohol, que no previendo la ordenanza, deciden querer comprar después de las 23 horas. En el mejor caso para ellos, si están en los límites de la comuna, la solución es simple: comprar en las botillerías de las comunas vecinas. Particularmente en el caso de Bellavista, esto es tan solo atravesar una calle, lo cual además pone en duda la efectividad de la medida para ese barrio. Y si la competencia entre botillerías de distintas comunas se ve afectada, la competencia al interior de Providencia no sale mejor parada. Las botillerías pequeñas no pueden en general competir con los precios de las grandes supermercados, por lo que son mayormente demandadas en los horarios en que éstos no operan. Si los consumidores de alcohol modifican su conducta y se tornan previsores, esta medida claramente favorece a los supermercados.

El dicho “la caridad parte por casa”, a mi juicio, no puede transformarse en un juego de suma cero o negativa. La tranquilidad de algunos no debiese ser a costa de la mayor intranquilidad de otros, las pérdidas de algunos comerciantes no debiesen transformarse en excesivas ganancias para otros (sobre todo de los que ostentan ya un mayor poder de mercado). En definitiva, medidas como estas debiesen ser mejor evaluadas o avaladas por una instancia con una mirada más amplia, independientemente de los beneficiosas que puedan parecer para un sector en particular. 

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