
Primero que todo debo aclarar dos cosas: tengo casi 40 años y soy un hombre heterosexual. Dicho esto, diré una tercera cosa: Yo amé Normal People, serie que se ha vuelto un suceso mundial a partir de la excelente adaptación del libro de Sally Rooney y que nos trae la relación intermitente y a la vez eterna de Marianne Sheridan y Connell Waldron, interpretados por unos prácticamente desconocidos —por lo menos por estos lados— Daisy Edgard-Jones y Paul Mescal. ¿Por qué la amé? Quizás debido a que su relación y todo lo que sucede alrededor de ellos se siente verdadero, lleno de dudas, lleno de certezas, de esas que solo tener entre 18 y 21 años te puede dar (quizás después asumimos aún más dudas).
Con diálogos en donde los silencios dicen más que las mismas palabras, la serie nos muestra a los dos jóvenes en una Irlanda en la que parece que el tiempo está congelado por el frío que azota la isla y que los lleva de su pueblo natal a Dublín, la que se transforma en una suerte de posibilidad de reinvención para Marianne, pero en muchos sentidos en una cárcel para Connell. Es ahí donde su amor va y viene, tal como muchas relaciones que se viven en donde, a pesar del amor que se da entre ambos, se carece de un ancla que lo aterrice al piso, dejándolos a que los lleve la corriente.
Para mí Normal People primero fue viajar devuelta a Dublín e Irlanda, tierra de grandes novelistas y cantantes (Wilde, Bono, Joyce, Van Morrison, Yeats, Shane McGowan), luego ser seducido por una banda de sonora de primera en la que incluso está incluido el compositor Max Richter, quizás uno de los mejores compositores neoclásicos de los últimos 20 años. Pero tercero, y más importante, irme sumergiendo capítulo a capítulo en la historia, y es que quizás nunca nadie había retratado tan bien lo que se siente esconder una relación de los amigos por miedo al qué dirán, enamorarse de una chica que de pronto pasa a ser lo que siempre soñaste, ser el as deportivo, pero también un intelectual encubierto e ir madurando de a dos.
Con Normal People me acordé mucho de cuando yo tuve 20 años, que ahora viendo hacia atrás fue hace justo dos décadas. El tiempo pasa y algunas de esas relaciones que tanto significaron entonces hoy permanecen con guiños de cariño casi filial, sin embargo, revivir ese fuego quizás es lo que uno busca por el resto de la vida.