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9 de Diciembre de 2010

Cómo se vive en la cárcel (entre guarenes, "cañería-duchas" y cenas a las 15.30)

A un reo, uno cualquiera, los números le importan poco. Seguro ni siquiera los conoce. Porque no sirven de nada cuando se pelea por un lugar para dormir, un asiento para comer, un colchón sin chinches y vinchucas y un día sin enfrentamientos por lo único que lo mantiene vivo en la cárcel: el poder.

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A un reo, uno cualquiera, los números le importan poco. Seguro ni siquiera los conoce. Porque no sirven de nada cuando se pelea por un lugar para dormir, un asiento para comer, un colchón sin chinches y vinchucas y un día sin enfrentamientos por lo único que lo mantiene vivo en la cárcel: el poder.

En esa rutina, poco importa la Ley nº 19.856, que exige “un sistema de reinserción social sobre la base de la observación de buena conducta”. Tampoco interesa que, hace 19 años, Chile ratificara la Reslución nº 45/111 de la Asamblea General de la ONU, comprometiéndose a abolir o restringir el uso del aislamiento en celda de castigo. Hasta hoy, se siguen encerrando entre cuatro y 10 internos en esas habitaciones por hasta 10 días.

Menos aún se comenta el Artículo 2º de la Ley Orgánica del Ministerio de Justicia, contenida en el Decreto Ley nº 3.346. Habla de rehabilitación. Y de eso no se habla cuando existen 55.722 internos, en un sistema penitenciario pensado para 31.576. Cuando la sobrepoblación supera con creces el 50% en el promedio nacional y tiene despuntes de hasta 600%, como el penal de Buin antes de que lo cerraran por el terremoto.

En la cárcel, esas cifras no se discuten. Se ven. Se huelen. Se meten en las camas -compartidas entre dos y hasta tres reos- y se cambian por las que marcan la rutina: a las 8:30 empieza el paradójico “desencierro”, y a las 17:00 se termina. En las cárceles concesionadas, se extiende hasta las 19.00.

Pero ésas son solo siete. En las 88 restantes, son 15 horas de subencierro dentro del encierro. Sin ventanas, escasa luz y poco espacio. A menos que se tenga cierto estátus en el recinto y se pueda acceder a una “carreta”: un área de alimentación y esparcimiento -la versión penal de esparcimiento, claro-, delimitada y defendida por quienes se sienten con el derecho de ocupar mucho espacio donde es lo que más falta.

Y esa carencia se nota en las habitaciones. Que a veces son celdas, otras galpones. Depende de la cárcel. Lo que no cambia, es el hacinamiento. Y todo lo que eso conlleva. Testimonios del Informe anual sobre derechos humanos en Chile 2005, de la Universidad Diego Portales, coinciden en otro factor común: la fauna penal que acompaña a los internos.

“(…) generalmente los bichos en este tiempo, en el verano, son los chinches -dice un reo de Santiago Sur-. Es una hueá pero insoportable… de repente la vinchuca, los ratones, los guarenes… puta, no andan gatos porque los guarenes se los comen”.

Los insectos son parte de la infraestructura. Literalmente. Según un interno de Concepción, con el frío del invierno se congelan en las paredes. “Y cuando la vinchuca se mete en la oreja y no la podí sacar -complementa uno de Puente Alto-, duele caleta. Y es peligroso, porque te pone huevos adentro de la oreja y podí volverte loco”.

 

DUCHA-CAÑERÍA POR $ 10.000

El mayor foco infeccioso, como es predecible, son los baños. O lo que se llama así en las cárceles. Un recluso de Santiago Sur los describe, en el mismo informe de la UDP, como “lo más asqueroso que podís ver”. Y explica lo que ya han mostrado más de una vez en los últimos 20 años distintos programas de investigación: “No tienen tazas… es un hoyo con dos pisaderas, (…) es como estar haciendo en la tierra o en cualquier parte, no tienen desagüe. Si tú no le tirái agua pa que corra eso, no corre. O sea, se amontona no más ahí”.

En su penal, explica, hay una ducha para 180 personas. O la idea de una ducha: una cañería cortada de la que cae agua. Y aunque él contabiliza dos lavamanos para los mismos 180 reos, las cifras oficiales de la Confapreco (Confraternidad de Familiares y Amigos de Presos Comunes) daban un promedio menor en 2004, un año antes de su declaración: 67 tazas turcas, 67 duchas y 63 lavamanos para 4.392 reos. O sea, una ducha-cañería por cada 65 personas.

La única opción para mantener los baños limpios, como explica un interno de Chillán, es “poniendo cloro. Y eso lo abastecemos nosotros po, con plata que se hace uno mismo en el dormitorio. Porque acá Gendarmería no da nada. Hay que pedirlo, y al pedirlo te tramitan y te piden plata”.

La otra opción es comprarlo en el economato interior de Gendarmería. Lo que implica tener dinero, el que la mayoría del mundo obtiene a cambio de trabajo. Pero las reglas de adentro no son las mismas que las de afuera. La tasa de desempleo es más una constante que una variable que es noticia si sube o baja un 1%.

Según Gendarmería, el 32,5% de la población reclusa realizaba algún tipo de trabajo en 2008. Pero el promedio nacional es benevolente con la zona centro-sur, la más hacinada del país. En Santiago Sur, por ejemplo, apenas el 18,5% de los reclusos realizaba algún oficio ese año. Lo que se traduce en una mueblería en la que trabajaban cinco internos y un taller de costura con siete. Apenas el 0,17% de la población penal.

En el Centro Penitenciario Femenino de Santiago, la cifra no varía mucho. El 17% de las reclusas participa en algún taller, y 600 de ellas trabajan. De un total de 2.000. Pero además de conseguir algún cupo en clases o labores, no es mucho lo que se puede hacer.

Salvo comer; aunque tampoco se hace mucho de eso. Por imposición de Gendarmería a nivel nacional, se desayuna a las 9.00, se almuerza a las 12.00 y se cena a las 15.30, si es que se agarra una porción. Y después, se hace nada. Los $ 10.309 pesos que le cuesta cada reo a las cárceles concesionadas no alcanzan para mucho.

 

DÓNDE SE VAN LOS MILLONES

En el Centro Penitenciario de Valparaíso y en el Complejo Penitenciario de Arica alcanza para aún menos. Cuatro y dos horas de agua potable al día, en tandas de mañana y tarde. Pero ejemplos de la precariedad carcelaria sobran. Los colchones en los pasillos, las fecas en los lugares donde los reos almuerzan, las plagas de insectos y los camarotes de cinco pisos ya han salido en televisión. Lo único que cambia es el logo y el rostro en la pantalla.

Del resto, casi todo se mantiene igual. O los cambios son cifras que, como los reos no ven, no les importan. Porque en la cárcel no se habla de números. Por eso no dice mucho que en 1994 se creara el Programa de Reinserción Laboral, que partió con 568 personas y en 2008 aumentó a 2.199. En una población de casi 56.000 habitantes, lo que beneficie al 4% no es noticia.

Y quizás sea mejor así: que el 96% restante no se entere de ciertos números. Que no sepa, por ejemplo, que el año pasado se destinaron M$ 21.087.875 al personal que desarrolla labores de reinserción, a comunidades terapéuticas y a gastos de los Centros de Reinserción Social; y que sólo se invirtieron M$ 4.898.018.000 en programas de esa índole.

Tampoco le
s gustaría saber que, según el Ministerio de Justicia, el presupuesto de Gendarmería el año pasado fue de M$ 190.098.362, y que sólo el 13,67% se invirtió en capacitar a los presos y prepararlos para su egreso. Lástima que a un reo, uno cualquiera, los números no le importan. Y que tampoco puede hacer mucho para cambiarlos.

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