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26 de Abril de 2017

En sus propias páginas, Peña repasa a El Mercurio y a Edwards por conductas del diario

"No es posible eximirse de la responsabilidad de tamañas conductas cuando los medios de comunicación forman parte del capital sobre el que descansa el prestigio individual y familiar”, escribió el rector UDP.

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Agustín Edwards E: el último heredero”, se titula la columna de Carlos Peña en El Mercurio, donde habitualmente oficia de columnista dominical. Allí, el rector de la Universidad Diego Portales realiza un análisis de la figura del dueño de uno de los diarios más importantes del país, el que falleció el lunes después de meses de dolencias.

El escrito afirma que la trascendencia de Edwards hace imposible no hacer una revisión pormenorizada, después de su muerte, de la actitud de sus empresas más relevantes, las periodísticas, en el contexto del poder que tenía precisamente por ser dueño de El Mercurio. “Agustín Edwards representa, como ninguno, el destino de un heredero, alguien que recibió un gigantesco capital social, cultural, económico y político, construido por generaciones en su familia, que pronto se vio puesto ante el desafío de mantenerlo y, a la vez, de erigir para sí una identidad propia. Y como suele ocurrir con los herederos, él creyó que la suerte de su memoria familiar y la suya se confundía con la del país, que las tribulaciones suyas, los temores de perder la fortuna y la propia posición social, la posibilidad de ver enmohecer sus privilegios, eran los temores de todos”, afirma Peña.

Siguiendo con la idea anterior, para Peña eso explica la conducta que tuvo bajo el régimen de la UP, cuando en su exilio en Estados Unidos contribuyó al Golpe. “La suya no fue una conducta muy distinta, desde luego, a la que anhelaron otras familias chilenas; pero él, con el poder que contaba, decidió acortar la brecha entre el simple anhelo y la acción, entre el deseo y la conducta. No hay entonces que extrañarse de que haya sido erigido como el símbolo del comportamiento que su clase mantuvo frente a la ola transformadora de los sesenta, y más tarde, frente a la dictadura”, continúa el rector, para luego acotar que extraña que “se olvide de pronto cuán partisana fue toda la prensa de esos años y hasta qué punto el conflicto social chileno fue de clases más que de personalidades”.

“También se encuentra en el debe de su existencia la renuencia del diario para reconocer la existencia de los detenidos desaparecidos y el desgraciado titular de La Segunda acerca de la muerte de 59 miristas. Es verdad que la propiedad no es igual a la dirección editorial de un medio; pero no es posible eximirse de la responsabilidad de tamañas conductas cuando los medios de comunicación forman parte del capital sobre el que descansa el prestigio individual y familiar”, afirma el rector.

Después, Peña afirma que Edwards “escogió a la dictadura creyendo que ella podría ser, paradójicamente, la salvación de la democracia; escogió adaptar el diario a las circunstancias, incluso a aquellas que ahogaron la libertad de expresión, como única forma, creyó, de salvar la posición del medio; escogió creer que su propio sufrimiento por el cruel secuestro de su hijo era conmensurable con el de los detenidos desaparecidos, y más tarde escogió la caridad como una forma de acercarse a los desvalidos y a la fe”.

“En cada una de esas elecciones, el hombre público que fue Agustín Edwards se escogió a sí mismo y labró el perfil que hoy día, cuando ya no es posible la enmienda, está entregado al juicio de los ciudadanos”, acota Peña para luego referirse cómo están los tiempos para la élite del país, la que para el rector ha perdido su fuerza orientadora”, y que los tiempos en los que murió Edwards, heredero del imperio que encabezó, son tiempos “malos para los herederos”.

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