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17 de Noviembre de 2019

Un mes en Plaza Italia, la zona cero del estallido social en Chile

El histórico punto de congregación de los capitalinos ha sufrido transformaciones importantes, que van de la mano con los cambios que experimenta la sociedad. Un fallecido, varios mutilados, enfrentamientos y millones de personas manifestándose dejan los primeros 31 días de movilización social.

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“¡Va una ambulancia atrás!”, “¡abre paso, hombre!”, se escuchó por los altoparlantes del vehículo de emergencias. El equipo de trabajadores de la salud que ese viernes 8 de noviembre transitaba por avenida Bilbao a la altura del 400 no lo podía creer. “¡Saco huea, paco conchetumadre!”, comentaban entre ellos, mientras intentaban llegar a un procedimiento por una paciente que necesitaba atención médica oportuna.

Eran las 18.17 horas y el móvil de urgencias tuvo que bajar drásticamente la velocidad porque un carro lanzaaguas de Carabineros comenzó a rociar gas lacrimógeno por su parte posterior, sin que existiesen desórdenes, en medio de autos, motos, peatones y la ambulancia en cuestión que iba justo atrás, a menos de 3 metros. No los dejaron pasar. Carabineros -por acción u omisión- les bloqueó el paso.

El angustiante diálogo entre los funcionarios de la salud ahora da vueltas por redes sociales gracias a un video subido por el copiloto de la ambulancia, que ha sido compartido más de 13 mil veces: “¡Mira como nos tira (gases)!”. Luego de dos cuadras y tiempo vital perdido, pudieron esquivar al carro policial.

Abel Acuña, el joven de 29 años que murió en Plaza Italia de un paro cardiaco mientras se manifestaba, fue uno de los que compartió ese video. De hecho, aquella publicación será para sus amigos, familiares y seres queridos la útlima que verán escrita por él en su Facebook.

El INDH se querelló contra Carabineros por “homicidio de interrupción de acción de salvamiento”, luego que personal del SAMU declarara que el accionar policial impidió que las maniobras de reanimación se hicieran de manera adecuada. ¿Qué tan grave fue? El organismo dice que de una escopeta policial se disparó el perdigón que impactó a una funcionaria de la salud que estaba en el procedimiento. Un perdigón. A una funcionaria de la salud en maniobras de emergencia.

“Qué ironía el último video que subió”, dicen los comentarios en el Facebook de Abel, donde le han dedicado palabras de respeto y condolencias. Y sí, es una ironía, por cómo su muerte se empalma con la historia de la ambulancia que él mismo compartió 25 horas antes de morir, pero también porque falleció en plena Plaza Italia, el lugar más simbólico del estallido social que se desarrolla en Chile desde el 18 de octubre.

Abel Acuña dejó de manifestarse ahí, justo donde pocas horas atrás se habían instalado telas blancas para llamar a la unión y la calma entre las personas. Murió en medio de gases y escopetazos cuando todavía no se enfriaban los asientos del ex Congreso Nacional donde se firmó el “Acuerdo por la paz y la nueva Constitución”.

Ya son 31 días en la calle, en Plaza Italia. El lugar que históricamente divide al Santiago bonito, limpio, a ese que promocionan en campañas del Sernatur, del otro Santiago, el que a ratos tiene olor a meado, que en muchas esquinas acumula basura, que tiene muros pintados con spray. Más de alguno se espantaría si viera en vivo como está ahora el sector de Baquedano, más allá de lo que sale en televisión.

Todo cambia

En el transcurso de este mes, la Plaza Italia cambió a la par con la sociedad. Es otra desde el punto de vista urbano. La escalera que iba desde la vereda sur hasta el Teatro de la Universidad de Chile ya no existe. Es una especie de montículo de tierra. Tampoco existen muros sin consignas, afiches y rayados en al menos 10 cuadras a la redonda.

Los más solicitados en las menciones de las murallas son Carabineros, las víctimas de la represión y Sebastián Piñera. Las consignas contra Chadwick han quedado sepultadas bajo mensajes como “venceremos y será hermoso”, “el neoliberalismo nació y morirá en Chile” o “hasta que la dignidad se haga costumbre”.

Desafiando la física, el cartel del Starbucks que está al lado de la Torre Telefónica (conocida ahora como “muro de los lamentos” por las placas metálicas que se instalaron tras la destrucción de los accesos en el día 6) todavía tiene algunos fragmentos que lo hacen reconocible. Incluso sagradamente prenden sus luces pasadas las 20.00 horas.

El muro de los lamentos, a un costado de Torre Telefónica.

Los accesos a las estaciones del Metro Baquedano, ahí donde entre sus rejas se esconden Carabineros a disparar perdigones y bombas lacrimógenas, están tapados por escombros, maderas y muchas veces fogatas que arden como si fuera el fin de Chile.

El minimarket de cadena que estaba a un costado del restorán Baquedano duró hasta el día 10 y el local donde venden completos con schop al lado poniente del teatro, ahora funciona como campamento improvisado de la Cruz Roja cuando se oscurece, porque aún sobrevive un foco cenital que da luz para atender a manifestantes que llegan con los perdigones incrustados en la piel, brotando en sangre.

Por Vicuña Mackenna, un poco más al sur de la Plaza Italia, algunos cuidan el Museo Violeta Parra que está justo al lado de la calle Carabineros de Chile, lugar donde carros policiales están estacionados durante horas recibiendo piedras para luego salir entre las 20.00 y las 20.30 disparando perdigones a lo que se mueva. Dispersar, le dicen. Muchos preguntamos por qué no salieron así cuando estaban saqueando La Hacienda Gaucha el pasado 12 de noviembre, ubicada prácticamente a 50 metros de su punto fijo.

Hay zonas establecidas en Plaza Italia y sus alrededores. Entre Seminario y la esquina de Torre Telefónica normalmente están las intervenciones artísticas, las batucadas, los carros de comida y comercio en general. En esa zona también se instala todos los días un dron, normalmente al final de cada jornada, como si estuviera “escoltando” a los manifestantes que se retiran hacia el oriente.

En ese sector, cuando las manifestaciones son masivas, aparecen los jóvenes de Revolución Democrática con siete u ocho banderas verdes para hacer acto de presencia. Las flamean con orgullo hasta que se escuchan un par de pifias o algunos gritos de “¡amarillos!”. Más de alguna vez les han recordado que lo que ahí ocurre no les pertenece y que La Terraza está un par de cuadras más abajo.

Durante la última semana, en el sector principal de la rotonda de Plaza Italia, se están instalando las barras de la Universidad Católica, de la Universidad de Chile y de Colo Colo. Conviven con relativa calma, pero también se han visto actos violentos.

Los Cruzados se instalan en el inicio del Parque Bustamante, junto al paradero del Transantiago que día a día soporta en su techo a decenas de manifestantes. En las afueras del Teatro de la Universidad de Chile se instalan Los de Abajo y en el monumento a Baquedano -el caballo- se despliega la Garra Blanca. Los fuegos artificiales y las bengalas de las últimas jornadas han sido de todos ellos.

Las barras en acción.

Para que todo lo anterior pueda ocurrir, el grupo denominado “primera línea” mantiene enfrentamientos constantes y violentos con personal de Fuerzas Especiales y el Gope en sectores que ya todos conocen: Vicuña Mackenna con Carabineros de Chile y Ramón Corvalán con Alameda. A veces llegan al Parque Forestal y el Parque Bustamante.

A ratos son escenas brutales, como si alguien hubiese declarado una guerra.

Maduro todavía no paga

La Plaza Italia cambió de forma, pero también de fondo. Las conversaciones en las cunetas, los diálogos en los pastos secos alrededor del monumento a Baquedano o los discursos durante las velatones por Catrillanca y Abel Acuña son reflejo de cómo una parte importante de la sociedad entendió la forma de hacerle frente a los problemas. De hacer política en cualquier espacio, en cualquier momento y sin tener un cargo.

También es reflejo de una nueva complicidad que se fraguó al calor de fogatas y barricadas.

En las cunetas, que se transformaron en canteras improvisadas, y en medio de piedras, gases y perdigones, no son pocos los que han afirmado sentirse más seguros ahí que en cualquier otro lugar, principalmente porque todos se cuidan entre todos. Y se cuidan porque saben que en cualquier minuto le vuelan un ojo. O los dos.

Cualquiera que ha estado más de dos días en Plaza Italia sabe que Carabineros dispara a lo que se mueva y sin protocolos. Sabe que la primera línea no saquea, sabe que a cinco metros hay alguien con bicarbonato y que si alguien cae corriendo, se le levanta.

Y fue así desde el comienzo, cuando se gritaba avisando la hora del toque de queda, o lo que ocurrió este sábado por la tarde, cuando algunos manifestantes alertaron a otros de las “encerronas” que los carros policiales estaban haciendo desde hace días por los pasajes del Parque Bustamante y sus alrededores.

Y todas esas cosas que están pasando ahora se comprenden de mejor manera estando ahí. El miércoles pasado, en un puesto de completos cerca de Seminario, uno de los manifestantes pidió que le “dejaran el italiano a 900 (valía mil pesos), porque Maduro todavía no había depositado”. Y la gente se rió con ganas, porque así se ven desde la calle los argumentos de quienes cuestionan las manifestaciones en redes sociales, tildando a todos como zurdos extremos o terroristas entrenados por las Farc en Venezuela con financiamiento cubano. O que todas las personas que han resultado heridas, mutiladas o muertas fue porque “algo andaban haciendo”.

Durante las cicletadas al barrio alto, frases como “vinimos a comerles las guaguas” o “te vamos a expropiar la piscina” se escuchan al compás de silbatos, música y risas.

Este domingo se cumplen 31 días desde la primera manifestación en Plaza Italia y la frase “no soltar la calle” se escucha a menudo en las concentraciones. También que es el momento de la organización de cara al proceso de nueva Constitución y que ya será el tiempo de volver a sembrar pasto en los parques de alrededor.

Posiblemente hagan las tres cosas.

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