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31 de Julio de 2018

El show no puede continuar: políticas públicas y violencia en el fútbol

"El diagnóstico debe ser categórico: el proceso que deriva en enfrentamientos violentos, como los de esta semana, encuentra sus causas en la avanzada sostenida del narcotráfico y el crimen organizado sobre espacios culturales y sociales abandonados a su suerte por el Estado a través de políticas públicas profundamente clasistas y discriminatorias”.

Por Camilo Améstica Zavala
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Camilo Améstica Zavala es Doctor © en Sociología. Investigador CESDE Chile

La escena es más que conocida: por un lado, los comentaristas de turno se apuran para ser los primeros y más enérgicos en condenar lo ocurrido, pidiendo soluciones reales y mano dura hacia los delincuentes. Por el otro desfilan expertos trayendo la más novedosa fórmula de solución basada en la “experiencia internacional” más rebuscada posible, para pedir también, mano dura. Y al centro, completando el cuadro, vemos a un silente progresismo que siempre parece desorientado y mareado cuando de seguridad pública se trata, ese mismo que se desmaya por completo cuando hablamos de violencia en el fútbol.

En este espectáculo no cabe encontrar responsables ni mucho menos autocrítica por parte de aquellos que han sostenido décadas de políticas públicas fracasadas: cualquiera pensaría que nada ha pasado, que nunca se escribió sobre el tema, que ninguna ley se aprobó en el congreso, y que no existió el plan Estadio Seguro que vendría a erradicar, por fin, la violencia que aleja a las familias del fútbol. A nadie parece importarle que todas estas acciones fueron probadas en su ineficacia y en sus errores fundamentales de diagnóstico. El show debe continuar, y hay que seguir pidiendo mano dura, a pesar de que lo único que se ha hecho en los últimos 25 años es establecer medidas de penalización, control y castigo en los recintos deportivos que de muy poco han servido.

Ante este esquema, ¿existe alguna alternativa? ¿o estamos simplemente condenados a ver el mismo teatro repetido cada vez que las balas y la sangre se tomen la agenda noticiosa deportiva y policial?

La alternativa existe, pero es más compleja que el mero efectismo al que estamos acostumbrados, pasando necesariamente por un reconocimiento de los errores de las políticas públicas del pasado hasta replantear los diagnósticos y objetivos por fuera de los prejuicios y lugares comunes que hasta ahora encandilan cualquier análisis serio.

Si vamos a enfrentar el problema y superar el histórico silencio progresista, no nos basta con afirmaciones generales de tipo: “el fútbol es un reflejo de la sociedad: si la sociedad es violenta, el fútbol es violento”, tenemos que admitir en cambio que la violencia que vemos ha tornado en formas cada vez más agudas porque hay decisiones del Estado que lo han generado, decisiones que han establecido repetidamente la negación y proscripción de la cultura de las hinchadas de fútbol, donde cualquier sujeto joven y popular que encontrase una identificación vital con la afición por un equipo de fútbol es asumido automáticamente como peligroso, y por tanto castigable.

La política pública se ha negado sistemáticamente a reconocer cualquier valor o riqueza cultural en esta forma de afición de las hinchadas de fútbol, rechazando por completo su legitimidad como una expresión característica de una cultura popular que genera pertenencia y vínculos significativos en una sociedad en que los lazos comunitarios son casi inexistentes, y más aún en aquellos lugares en que la desigualdad hace carne de la forma más cruda.

Así es cómo el proceso de segregación y profundización de las desigualdades en Chile no solo ha sido realizado a través de políticas habitacionales y económicas de exclusión, también ha sido uno de tipo cultural, en que se ha determinado que ciertas formas de expresión son ilegítimas y marginales, poniéndolas en el plano de lo indeseado y lo nocivo, para desde allí, dejarlas a merced de las lógicas que mejor funcionan en los márgenes: las de la delincuencia y la criminalidad.

Según esto, si se quiere enmendar el rumbo, el diagnóstico debe ser categórico: el proceso que deriva en enfrentamientos violentos, como los de esta semana, encuentra sus causas en la avanzada sostenida del narcotráfico y el crimen organizado sobre espacios culturales y sociales abandonados a su suerte por el Estado a través de políticas públicas profundamente clasistas y discriminatorias. El problema que enfrentamos no es por tanto la violencia en el fútbol, es el de la violencia producida por el narcotráfico que ha ido apoderándose de los espacios y la cultura de las hinchadas de fútbol, reclutando cada día más soldados para pelear sus nefastas guerras. Y nosotros lo hemos permitido.

La fórmula entonces es simple y aterradora: cada avance de la violencia y el narcotráfico da testimonio de una política pública fallida. Y en el fútbol tenemos bastantes ejemplos.

El show no puede continuar.

Es urgente avanzar en el reconocimiento de la riqueza cultural que las hinchadas de fútbol poseen, recuperándolas como una forma de expresión popular que a través de su organización y capacidad de generación de lazos comunitarios sea capaz de hacerle frente al avance del crimen organizado allí donde la mano dura no funciona ni funcionará, allí donde la guerra contra el narcotráfico se está perdiendo. Continuar por el camino de políticas punitivas y efectistas solo dará lugar a una profundización de las violencias y la marginalidad, haciendo la situación aún más crítica y con consecuencias más graves.

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