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2 de Septiembre de 2013

La historia de Peteco Athanassiu y Frida Laschan, los padres del “Nieto 109”

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Hace unas semanas, Estela de Carlotto, directora de Abuelas de Plaza de Mayo, presentó el caso de Pablo Germán Athanasiu Laschan, llamado el Nieto 109 de los alrededor de 500 robados por agentes de la dictadura argentina, después de asesinar a sus padres o de nacer en cautiverio.

Pablo Germán (38 años) es hijo de Ángel Omar Athanasiu Jara y Frida Laschan Mellado, militantes del MIR, secuestrados desde un hotel bonaerense el 15 de abril de 1976, y desde entonces desaparecidos.

Esa es la ficha, la escueta noticia, que viene a poner verdad en otra de las miles de historias desgarradoras acarreadas por el Golpe, la dictadura de Augusto Pinochet y su alianza con otras dictaduras a través del Plan Cóndor, de vuelta en el debate nacional al cumplirse 40 años del episodio.

Para nosotros, entonces jóvenes de Mulchén, Ángel Omar siempre fue Peteco. Peteco Athanasiu, hijo de don Constantino, comerciante de abarrotes y mercancías para la gente del campo, en la calle Villagrán. Frente al negocio de Chukri y al Club Social, el club de los agricultores y la casta acomodada del pueblo.

Peteco. Un cabro piola, silencioso, tranquilo. Un cabro que desapareció y del que circulaban leyendas. Que arrancó de los milicos a caballo por la cordillera de Victoria. Que lo mataron en Argentina. Poco más.

Todas estábamos enamoradas

Pateco Athanasiu en el cumpleaños de Luisin Pulgar. Segundo desde la izquierda en la tercera fila. Archivo de Digna Osses.

Pateco Athanasiu en el cumpleaños de Luisin Pulgar. Segundo desde la izquierda en la tercera fila. Archivo de Digna Osses.

Recuerdo a Peteco en la plaza del pueblo en las noches de verano. En alguna fiesta de la Quinta Venecia, junto al río Bureo, donde se bailaba Fuiste mía un verano, de Leonardo Favio, y se trataba de llevar las pololas a los botes del río, cosas así.

No recordaba, por ejemplo, que Peteco tenía arrastre con las mujeres, como cuenta Laura: “era mino pero no pescaba, todas estábamos enamoradas de él”.

María Inés González, compañera de banco suyo en el Liceo de Mulchén hasta que salieron de cuarto Medio, lo certifica: “era muy re’ lindo pero nunca fue mujeriego. Era re’ malo pal’ inglés y el castellano, yo le hacía las pruebas o le dejaba copiarme”.

‘Pacho’ Guzmán también fue compañero de curso y amigo: “era efusivo y a veces acelerado, era un weón muy buena onda. Creo que se empezó a meter en política en segundo o tercero Medio y de a poco se volvió más reservado”.

En las discusiones caseras Peteco estaba solo. Sus cuatro hermanas no compartían sus ideas cercanas a la izquierda revolucionaria. Su padre, cuenta un amigo que pasaba días en su casa, se encerraba en su pieza y tampoco tenía cercanía con Peteco. Sus hermanas creen que Peteco “era del grupo intelectual” del MIR.

Ludovina Jara, su madre, una profesora de básica, “era una mujer muy amable, recuerdo que fue la única que me ayudó cuando llegué a los 20 años a hacer un reemplazo a su escuela”, cuenta Manuel Córdova, profesor jubilado.

Germán y Huitralnahue

En 1972, en plena efervescencia del gobierno de Allende, cuando el país empezó a dividirse entre quienes se seducían con la revolución y quienes con lo contrario, Peteco empezó a vincularse al Frente de Estudiantes Revolucionarios (FER), el brazo estudiantil del MIR, trabajando en los Consejos Comunales Campesinos de Mulchén.

Uno de sus primeros contactos fue el Chino Labrador, también detenido desaparecido en Argentina. Otra persona que influyó en la cercanía con el MIR fue Patricio Aguiar, con el que compartió militancia desde el 72 hasta que se escapó hacia Argentina, en 1974.

Aguiar recuerda que don Constantino tenía un auto plomo, que Peteco “sacaba para irnos a actividades con los campesinos de El Cisne” cuando en su casa creían que era para salir con amigos: “una vez el auto estaba sin asientos y nos conseguimos cajones de manzana y manejaba sentado en los cajones”.

En el 72 se matriculó en Agronomía en Temuco, una carrera que nunca estudió, que fue la fachada para su militancia ya activa en el MIR. “se dedicó cien por cien, profesionalmente, al partido y al trabajo en las comunidades mapuche”. Ya no se llamó más Ángel ni Peteco. Desde entonces fue Germán, su chapa política.

El partido mirista lo mandó al frente campesino en Lautaro, donde Aguiar –Joel, de chapa– dirigía la célula que trabajaba en las comunidades mapuche de Quinchol, entre Lautaro y Curacautín, en tomas de fundos, con base en los campamentos Camilo Torres y Ché Guevara.

Esa chapa explica que su hijo, el Nieto 109, nacido en Argentina se llame Germán, un homenaje a su clandestinidad, pero en esas andanzas nació su otro nombre político: Huitralnahue.

Los mapuche, a los que impresionaba su estampa elegante, su porte alto, su carácter silencioso y equilibrado, vestido con la típica manta de Castilla que se usaba entonces, lo bautizaron cariñosamente como Huitralnahue, en honor a ese genio invisible conocido como “alma de forastero”, un ser mitológico “que viste con atildada elegancia y que durante las noches recorre el campo armado de una escopeta que maneja hábilmente”. En otras versiones del mito, es un diablo.

En esos campos andaba la Gringa, Frida Laschan, una educadora de párvulos, militante socialista, que trabajaba en el Instituto de Capacitación Rural, una dependencia de la Corporación de la Reforma Agraria (CORA) en Malleco y Cautín.

La Gringa era hija de un gerente de la planta donde se fabricaban los Citroen de Arica, y tenía una citroneta AX 330 nueva, regalada por su padre, un lujo en aquellos tiempos. Peteco-Germán-Huitralnahue se enamoró de la Gringa, que era un poco mayor que él, y se convirtieron en pareja.

 El Golpe y la clandestinidad

“Un día salimos a caminar por la mañana y Peteco llevaba su radio a pilas, una compañera que no dejaba nunca. Ahí escuchamos los primeros bandos de la Junta Militar. No nos sorprendió mucho porque sabíamos que el Golpe se venía. Peteco, que no se alteraba con nada demostró su espíritu solidario y nos dividimos para ir a avisar a las comunidades, prevenirles de las consecuencias. No podíamos poner en riesgo al pueblo mapuche. Les instruimos que debían echarle la culpa de todo a los estudiantes”, recuerda Pato Aguiar, que sobrevivió a la clandestinidad. Eran siete: Joel, Germán, Pisi, Pancho, Mariela, Lucy y la Gringa.

Siguieron en la zona, escondidos en el campo. Dormían mucho en cementerios mapuches, que eran bastante seguros, en los colihuales, y veían desde lejos los allanamientos y el comienzo de la feroz represión que se desató en la zona a los militantes del Movimiento Campesino Revolucionario (MCR), en patrullas frecuentemente guiadas por agricultores que tenían sus fundos tomados, o civiles ultraderechistas sedientos de venganza.

“En las noches nos llevaban comida y así sobrevivimos a las operaciones rastrillo que hacían los milicos”. Tomaban un radio de 5 kilómetros y avanzaban, con perros y disparando a lo que se moviera.

“Una vez estábamos en una reunión y confundimos los perros de los campesinos con los de los milicos, pasaron a metros de nosotros pero no nos dimos cuenta hasta que habían pasado”, cuenta Aguiar.

Frida cayó presa en Lautaro pero salió a los pocos días. “No sabíamos nada de su situación”. Era peligroso buscarla porque podía estar libre como señuelo, “sabíamos que la habían sacado a los campos para que entregara gente y que no había entregado a nadie”. Pero nadie se podía fiar de nada ni de nadie. Sólo se sabe que Peteco estuvo tiempo sin contactar a su mujer.

La fuga

La primera noticia que tuvieron en la casa familiar de los Athanasiu fue la irrupción de una patrulla que la allanó. Buscaban al fugitivo pero solo encontraron fotos y pocas cosas más.

Una de sus hermanas que aceptó una breve conversación, cuenta que allanaron la casa muchas veces: “así nos dimos cuenta de la situación”.

Volvieron a saber de su hermano tres meses después, una noche poco antes de navidad, cuando apareció en casa de una de ellas en Concepción buscando refugio.

Organizaron el operativo para llevarlo a Santiago y ponerlo a salvo y después lo ayudaron a fugarse a Argentina. Sólo reconocen que el operativo de fuga “costó mucho esfuerzo y mucho dinero”.

Sí sabemos que Frida fue sacada en un auto, según el relato de Sergio Manuschevich, ingeniero industrial afincado en Ecuador, y familiar de Frida, por la relación de su madre y Federico Laschan, hermanastro de Frida: “lo sé porque yo estaba allí. El auto era de su padre, un Chevy Nova. Juntos con mi madre arreglaron una especie de doble fondo en la maletera que utilizaron al cruzar las aduanas. Salieron por el paso de Los Libertadores. Aunque sé que en alguna parte de ese viaje fueron ayudados por un oficial de carabinero, que era conocido de la familia y del que realmente no recuerdo su nombre”.

En manos de Perón y Videla

Peteco-Germán había salido a principios del 74, hacia Buenos Aires, pero poco tiempo después se refugió en San Martín de Los Andes, donde rehizo su vida con Frida.

No tardaron en detectar que estaban siendo seguidos y en mayo de 1975 se re instalaron en Buenos Aires, con Frida ya embarazada. Allí retomaron su militancia, en la Coordinadora del Cono Sur, vinculada al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), liderada por Roberto Santucho y el chileno Edgardo Enríquez, el Pollo, hermano de Miguel Enríquez. Cayeron poco después del Pollo Enríquez.

En ese tiempo gobernaba Argentina María Estela Martínez, alias Isabelita, la viuda de Perón, que había muerto siendo presidente el 1 de julio de 1974, cuando la represión y el Plan Cóndor tramado por las cúpulas militares y el propio peronismo ya exterminaba adversarios, y muchos refugiados chilenos ya habían sido ejecutados o entregados a los militares chilenos en la frontera. En algunos casos en camiones frigoríficos.

Pablo Germán, el Nieto 109, nació el 29 de octubre de 1975 en Buenos Aires y los tres fueron secuestrados el 15 abril del 76, un mes después del Golpe de Jorge Videla que derrocó a Isabelita, convertida en títere del ministro de Bienestar Social José López Rega, conocido como El Brujo y creador de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), la entidad para- policial que desató la represión argentina, que continuaron los militares y que se saldó con más de 33 mil muertos y desaparecidos.

Exhumaciones y policía apropiador

La incansable batalla de las Madres de Plaza de Mayo primero y las Abuelas después, se incrementó con la recuperación de la democracia, en 1983. Desde entonces han luchado por la recuperación de los alrededor de 500 bebés robados por los militares.

Entre ellos está el hijo de Peteco y Frida, apropiado por la familia de un policía federal argentino que cumple condena en una cárcel de Rosario por delitos contra la humanidad, no relacionados con este caso. El niño supo a los 8 años que era adoptado y a los 16 que era “apropiado”.

 Pablo Germán, del que se sabe poco, que es amante de la música y que ha continuado ligado a su familia adoptiva y cercano a su madre adoptiva, aceptó hacerse las pruebas de ADN en abril de este año y se “encuentra en estado de choque emocional desde que supo quienes eran realmente sus padres”, según versiones de las Abuelas.

No fue la primera vez que Las Abuelas habían creído encontrar al hijo de la pareja de chilenos. Antes, en 2005, creyeron que lo habían encontrado en un niño apropiado por un militar uruguayo. Entonces consiguieron un mandato judicial para exhumar los restos de sus abuelos chilenos. Constantino Athanasiu y Laura Elena Mellado Garrido, madre de Frida fueron exhumados en 2005.

Athanasiu desde el cementerio de Mulchén y Mellado desde su tumba del Patio 121 del Cementerio General de Santiago, y ambas muestras de ADN trasladadas a Argentina hasta el Banco Nacional de Datos. Era una pista falsa. Pero desde entonces los datos genéticos del niño estaban disponibles en Argentina.

La familia

Las cuatro hermanas de Peteco (María Elena, Ximena, Haydée, Victoria) no quieren dar ni confirmar ninguna información: “tienes que comprender que estamos impactadas por la noticia de la aparición de Pablo Germán, que es algo que compartimos en familia y que queremos reconstruir la historia con él. Sabemos que está muy protegido por la jueza Servini de Cubría, que nos indicará cuando viajemos a Buenos Aires a conocerlo. Iremos las cuatro. Y lo esperamos con los brazos abiertos. Pedimos que respeten la privacidad de todo esto”.

Sus hermanas nunca formaron parte de las organizaciones de derechos humanos ni presentaron querellas ni otras acciones legales.

 Gabriela Zúñiga, de la Agrupación de Detenidos Desaparecidos chilena, relativiza las críticas que se hacen sotto voce contra esta actitud de la familia: “es algo tan delicado y subjetivo que sólo podemos respetar la manera que cada familia decide vivir este drama”, y confirma  que hay una corriente contraria a la etiqueta de “Nieto 109” puesta por las Abuelas de Plaza de Mayo, a este caso: “no podemos emitir juicios de valor pero a algunas personas les parece indignante llamar al ‘apropiado’ con un código, como hacían los nazis con los prisioneros”.

Las hermanas, que esperan el llamado de Servini de Cubría, esperan la visita de las Abuelas para esta semana. Viven con ansiedad el momento de empezar a cerrar el círculo de la vida de su hermano, un cabro que se vinculó a la izquierda en los tiempos del mito revolucionario, cuando el gobierno de Allende abrió los sueños de tantos jóvenes que pagaron con la vida la ilusión de construir otra sociedad.

Es otro caso, otra tragedia, otras muertes que siguen hablando 40 años después que Pinochet dirigiera el Golpe y comenzara la represión que fulminó esos sueños.

Ahora es Pablo Germán Athanasiu Laschan quien sufre la violencia de saber que fue robado, inscrito con una partida de nacimiento falsa, y que su vida familiar, sus afectos y vínculos familiares fueron producidos por esta tragedia. Y ahora está dispuesto a conocer a su familia paterna original, a sus tías chilenas, golpeadas por la historia.

 

El Golpe y la Caravana de la Muerte en Mulchén

La ferocidad del Golpe y la arbitrariedad de las detenciones, unas contra militantes, otras por venganzas, se extendió por Chile.

Mulchén no fue la excepción. José Melo Rojas, radical y masón, refractario a cualquier violentismo, era el gobernador del pueblo. Como muchos días, Melo ese martes fue de madrugada a Los Boldos, a pocos kilómetros, donde tenía un campito a medias con un amigo junto al río Bío Bío.

De vuelta al pueblo, antes de llegar a la Gobernación, alarmado por las noticias del Golpe que escuchaba en la radio de su camioneta, paró en la comisaría, dirigida por el mayor Sergio Neira Tapia a buscar noticias.

A penas entró fue encañonado y hecho prisionero. De ahí  fue llevado al regimiento de Los Ángeles y después al estadio regional de Concepción, otro estadio que fue campo de torturas. Su familia no volvió a saber nada de él, hasta que una noche lluviosa, una mujer golpeó la puerta de su casa y dijo: “díganle a la señora que don Pepe está en el estadio de Concepción”, antes de desaparecer en la oscuridad. Melo fue después relegado a María Elena y Huasco.

La represión no afectó sólo a los dirigentes políticos. Fue especialmente dura contra los profesores, varios de ellos folcloristas. Cayeron presos entre otros Amaro Carvajal, Víctor Pizarro –acordeonista–, Manuel Rivera, Manuel Córdova,  Omar Carvajal, el Negro Bernardino Yañez –funcionario de Correos y dirigente de la ANEF–, Iván Flores, presidente del Sindicato Único de Educación, Nibaldo Seguel, concejal del partido Comunista, que desapareció después de ser convencido por un abogado de la conveniencia de entregarse para evitar que lo mataran.

La matanza de El Morro

Pero el episodio más feroz de la represión  es poco conocido por la sociedad chilena. Lo protagonizó una patrulla de carabineros, militares civiles, que torturó y asesinó a 18 campesinos, en octubre de 1973 en los campos de El Morro, Carmen y Maitenes, en la precordillera, junto al río Renaico.

El destacamento, enviado desde el regimiento de Los Ángeles, fue dirigido por el teniente de carabineros Jorge Maturana Concha, de 28 años, después de recibir instrucciones del mayor de la Segunda Comisaría de Mulchén, Sergio Neira, en una reunión en la que participaron conspicuos agricultores de la zona, entre ellos Rolf Düring, Samuel Arriagada, Ramón Elías, Francisco Urrizola.

La caravana empezó su trabajo en el fundo El Morro, a unos 40 kilómetros hacia la cordillera. Allí el 5 de octubre detuvieron a los campesinos Juan de Dios Laubra, Domingo Sepúlveda, José Vidal, Celsio Vivanco y José Yáñez.

En diciembre de 2007, Maturana Concha confesó estos hechos al ministro de la Corte de Apelaciones de Concepción Carlos Aldana: “trasladamos a los detenidos a pie hasta el borde el río Renaico, donde di la orden de ponerlos en una fila, con su vista vendada, mientras el personal tomó posición frontal a los detenidos, dando la orden de disparar con un movimiento de mano; instrucción que cumplieron los subalternos dando muerte a los detenidos, quedando sus cuerpos tendidos en la ladera del río. Luego, continuamos nuestro camino”.

Espartaco contra Antonino

Lo peor estaba por llegar. La noche del 6 de octubre de 1973, tenían detenidos en un rancho a 12 trabajadores del fundo Carmen y Maitenes. Seis de ellos eran los hermanos Albornoz González: Alejandro, Daniel, José y sus primos: Miguel, Ramón, Germán y José Albornoz Acuña. Cuatro del resto eran también familiares: José Lorenzo Rubilar Gutiérrez, José Liborio y Manuel. El último prisionero era Luis Godoy Sandoval.

El teniente Maturana les explicó lo que venía. Como en la historia de gladiadores durante el levantamiento de Espartaco, los prisioneros debían luchar entre sí y el que quedara vivo salvaría su vida. Apuntados por fusiles, los detenidos debieron pelear entre ellos.

Durante lo que quedó de la noche, dos de ellos fueron liberados. Otro, José Guillermo González Albornoz, fue amarrado al coloso de un tractor en la mañana.

Al resto, relató Maturana Concha al magistrado, “los trasladamos a unos 40 metros, ordenando que comenzaran a hacer una fosa, exigiéndoles que se pusieran boca abajo y ordené que todo el personal procediera a disparar, ocasionándole la muerte a todas las personas. Luego los funcionarios procedieron a tapar la fosa con la misma tierra y pasto”.

Según el mismo relato, la patrulla continuó camino hacia los faldeos del cerro Pemehue donde continuaron las detenciones, que afectaron a Alberto y Felidor Albornoz González, hermanos de los ya ejecutados.

También fueron obligados a cavar su tumba junto a José Gutiérrez y Jerónimo Sandoval. Les ordenaron que se metieran en la fosa y fueron acribillados. Otro detenido, Juan de Dios Roa, fue fusilado y semienterrado muy cerca de allí.

La mañana del 8 de octubre, el único militar de la patrulla, Luis Díaz Quintana, se percató que el prisionero que habían detenido en Carmen y Maitenes tres días antes, José Guillermo Albornoz González, “seguía atado al coloso del tractor, a la intemperie, sin comida ni agua, con la mandíbula fracturada, las muñecas sangrantes por los alambres, defecado y orinado”. Díaz Quintana declaró que “acompañé a Ortiz, pasamos el río y Ortiz me dijo que yo lo matara, pero yo no andaba armado, por lo que él sacó su arma y lo mató”.

Cuando la Caravana abandonó el lugar los familiares salieron a buscar sus parientes. Los Roa dieron con su padre. Su hijo Pedro Roa Castillo, relató en 2003 la situación que le tocó vivir: “Encontramos a mi padre, estaba siendo comido por perros, la cabeza estaba aparte del cuerpo, y procedimos a hacer un hoyo en el mismo lugar para enterrarlo. Lo mismo se hizo con otros cuatro cuerpos más, siendo enterrados estos últimos a orillas del río Renaico. Todos quedaron con una cruz. A la tumba de mi padre le hicimos una cerca de madera, sin pintar”.

Cuentan conocedores de los simbolismos de la represión que este episodio de la Caravana de la Muerte mulchenina es el origen del nombre de la Brigada Mulchén, de la DINA.

 

 

 

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