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8 de Julio de 2014

“No nos pidan que defendamos su reforma”

El MINEDUC debe tener claro que si su camino será buscar el chantaje moral de “todos contra la derecha”, se mantendrá en un sendero derechito al fracaso. Sólo en el movimiento estudiantil y su tremenda capacidad de convocar y de interpretar a las mayorías reside la capacidad para que una reforma tan profunda como la que necesitamos pueda consagrarse.

Por Andrés Fielbaum
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Andrés Fielbaum es Ex presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (Fech).

La reforma educacional está tambaleando. Si hace rato que estaba la sensación de que el gobierno estaba empujando la reforma con una soledad tremenda, y las críticas le llovían desde todas partes, hoy la crisis se profundiza cuando Adimark muestra que el apoyo en las encuestas viene en fuerte caída. La crisis parece insertarse también al interior del MINEDUC, cuyo organigrama va ya en su tercera reingeniería en menos de 6 meses.

La derecha, como era de esperar, ya cayó en el juego oportunista de atribuirse esta caída. Afirman a los cuatro vientos que la “clase media” está defendiendo su derecho a pagar la educación de sus hijos y que quieren evitar la falsa desaparición de la educación particular subvencionada. Parecen querer olvidar que la ciudadanía en Chile hace años que apoya con una inmensa mayoría las demandas del movimiento estudiantil, que las movilizaciones estudiantiles siguen siendo lejos las más masivas. Hacen caso omiso de su histórico fracaso electoral, y de que el llamado a movilizarse que hicieron el sábado pasado fue un fracaso, poniendo en tremenda duda el nivel de representatividad de las organizaciones sociales convocantes.

Pero si no es por la derecha, ¿por qué la reforma educacional no avanza?. La respuesta no es demasiado original: regular los excesos del mercado (poner fin al lucro y al copago, por ejemplo) es un paso necesario, pero no puede ser la centralidad. Una educación comprendida como un derecho requiere terminar por completo con el mercado en ella, y no solamente con sus mayores desviaciones, y en ese desafío construir una educación pública de excelencia que sea el tronco de nuestro sistema educativo es la primera prioridad. No se trata de que la educación pública pueda competir “en igualdad de condiciones”. Se trata justamente de dejar de competir y comenzar a colaborar.

Es por ello que los chantajes morales que ya empezarán a sonar (“sean responsables”, “defiendan las cosas buenas de esta reforma” o “ayúdennos a frenar a la derecha”) no encontrarán respuesta, pues no existirá disposición para ser cómplices de una reforma tibia y construida a espaldas de la ciudadanía. Las ambigüedades del programa
de Bachelet comienzan a esclarecerse, pero confirmando los peores temores: el carácter subsidiario del Estado no retrocede un punto con esta reforma. Punto aparte pero necesario: más incoherente parece ser el deseo de ME-O de incorporarse a la Nueva Mayoría.

Pero lo anterior no significa intransigencia. El CONFECh ya ha mostrado su total disposición a dialogar, pero exigiendo garantías de lo más razonables: que la agenda legislativa se detenga, para que el diálogo pueda partir por los pilares fundamentales y a partir de ellos definir las leyes que se implementarán; y en la misma línea, un compromiso explícito del Ejecutivo respecto a que la reforma partirá del acuerdo amplio al que se llegue con el mundo social. Experiencias previas de invitaciones a diálogos teatrales hay muchísimas.

Podemos entonces ser optimistas. El gobierno tiene todas las posibilidades de hacer una reforma educativa verdaderamente profunda. Si está dispuesto a construirla con los actores sociales del movimiento por la educación, encontrará allí la potencia para poder vencer a los poderes retardatarios y a sus brazos políticos al interior de la derecha y de la Nueva Mayoría. Pero también podemos ser pesimistas. El gobierno sigue en el formato de la Concertación de los ‘90, intentando dividir a las organizaciones estudiantiles, levantando instancias paralelas y evidentemente oficialistas. Más aún, cada día se dan más señales de que el diálogo prioritario volverá a ser con estos partidos políticos y su tremenda falta de representatividad, en la misma fallida lógica de la LGE.

El camino para el gobierno entonces es claro: construir la reforma a partir de un acuerdo democrático respecto a sus pilares fundamentales. Es de esperar que los nuevos cambios en el MINEDUC permitan avanzar en esa dirección. Pero también el MINEDUC debe tener claro que si su camino será buscar el chantaje moral de “todos contra la derecha”, se
mantendrá en un sendero derechito al fracaso. Sólo en el movimiento estudiantil y su tremenda capacidad de convocar y de interpretar a las mayorías reside la capacidad para que una reforma tan profunda como la que necesitamos pueda consagrarse.

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