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13 de Diciembre de 2020

La larga noche de Venezuela

Es entendible la amargura de tantos que han luchado por sacudirse del yugo chavista y de ver cómo un país, que era la joya del continente, se ha empobrecido a niveles insospechados. Pero aún en los momentos más oscuros como este, subsiste en muchos la convicción de que se recuperará la libertad.

Por Juan Pablo Glasinovic
Foto Agencia Uno.
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Juan Pablo Glasinovic

Juan Pablo Glasinovic es Abogado

El domingo pasado se realizaron los comicios parlamentarios en Venezuela. Como era de esperar, el régimen de Nicolás Maduro se impuso y ahora controla la Asamblea Nacional, el último órgano no cooptado por la dictadura chavista. Si hasta el sábado el gobierno de Maduro podía tildarse generosamente de “gobierno autoritario con matices”, al existir un parlamento controlado por la oposición (aunque prácticamente anulado en sus funciones por el Tribunal Supremo de Justicia y por la Asamblea Constituyente), ahora es oficialmente una dictadura con vocación totalitaria.

Tan poco sorpresivo fue esto, que tuvo escasa cobertura en los medios internacionales. ¿Cómo se desarrolló esta crónica de un desenlace anunciado? A pesar de controlar la Asamblea Nacional y de intentar diversas fórmulas, desde masivas protestas internas hasta la solicitud de apoyo a gobiernos extranjeros, 60 o más de los cuales reconocieron como legítimo mandatario a Juan Guaidó, presidente del parlamento, la oposición no pudo nunca articularse en una alternativa clara y sólida más allá del anti chavismo. El gobierno de Maduro, con el activo e incondicional apoyo de Cuba y el respaldo ruso y chino, hábilmente utilizó todo su poder y recursos para dividir y confundir al bloque opositor y a sus seguidores, con lo que fue ganando terreno, hasta acabar, el domingo pasado, con el último reducto democrático.

La oposición apostó a que las movilizaciones domésticas y la presión internacional obligarían al régimen a realizar unas elecciones transparentes, en las cuales proyectaban un triunfo importante y a partir de ahí, la posibilidad de forzar a Maduro a revertir su control autoritario. Pero no fue así. El calendario electoral se cumplió, pero sin lograr condiciones mínimas de transparencia y con un control aún más asfixiante sobre la población.

Ante ese escenario, la mayoría de la oposición decidió marginarse de los comicios. Con una abstención del 70% del electorado, según cifras oficiales (otras fuentes suben el guarismo al 80%), el Partido Socialista Unido de Venezuela (plataforma política chavista) tomó el control de la Asamblea Nacional con 240 escaños, de 277.

La mayoría de los países y organizaciones internacionales, incluyendo a la Unión Europea y la Organización de Estados Americanos, no reconocen el resultado, argumentando que no se cumplieron las condiciones mínimas de una elección legítima. A contra corriente y contra toda evidencia, unos pocos regímenes (coincidentemente todos no democráticos), incluyendo al Partido Comunista de Chile, felicitaron el triunfo chavista y el “impecable proceso electoral”.

No es la primera vez que la oposición se margina de las elecciones. Ya lo había hecho en 2005, alegando las mismas razones. En esa oportunidad, el chavismo aprobó todas las transformaciones que estaban buscando con un parlamento completamente integrado con sus partidarios. Por eso lo que ocurrió es un déjà vu.

Henrique Capriles, dos veces candidato presidencial y figura central de la oposición durante años, disentió de la postura mayoritaria. Desde su perspectiva, la única forma de derrotar a Maduro y su régimen, es por la vía electoral. Por eso bregó para que el gobierno diera garantías de unas elecciones verdaderamente libres, incluyendo la participación de observadores extranjeros, pero no tuvo eco, ni siquiera con sus pares.

¿Qué sigue ahora? La desesperanza parece ser total. Han fracasado las movilizaciones, las mediaciones de Rodríguez Zapatero y de Noruega, las presiones extranjeras incluyendo las sanciones económicas. Más de 5 millones de venezolanos han emigrado y los 25 millones que residen en el país sufren de todo tipo de carencias. Ya van 6 años de recesión y de hiperinflación que tienen a más del 80% de la población en situación de pobreza.

Si bien, el régimen ha mostrado ser extremadamente resiliente y figura ganando la partida con un jaque mate contra la oposición, la verdad es que el país está entrampado y, a pesar de su férreo control político, no le será posible revertir la dramática situación social y económica sin algún pacto o entendimiento con la oposición, y el concurso de los países que la apoyan. Rusia, China, Turquía e Irán podrán haber aportado recursos (debidamente respaldados contra petróleo y otras prebendas), pero está claro que su respaldo no es suficiente para enderezar la economía.

Aunque el régimen ha logrado contener el disenso político y mantener unidas a sus huestes, el deterioro económico y social es tal – desde el 2013 el PIB se ha contraído en dos tercios – que podría desencadenar desde un golpe militar, hasta una insurrección o guerra civil producto de la desesperación. Por eso y más allá de los discursos triunfalistas de Maduro y Diosdado Cabello, podría abrirse un espacio para algún tipo de diálogo en los próximos meses.

Con el inicio de la presidencia de Biden en Estados Unidos se introduce una nueva dinámica que podría favorecer esta posibilidad. Biden anunció que una de las prioridades de su mandato será el respeto y promoción de la democracia. ¿Cómo se traducirá eso en relación a Venezuela? ¿Se abrirá una vía diplomática con el régimen de Maduro para empujar una agenda que permita recuperar la vía electoral de los cambios? ¿Podría EEUU unirse o coordinarse con el alicaído Grupo de Lima? Sin duda que el rol del nuevo gobierno estadounidense será muy relevante en el rumbo que tome la situación venezolana.

En el plano interno, la oposición debe sin duda hacer un acto de autocrítica profunda. Su carencia de logros no se debe solo al rol gubernamental. Ha faltado unidad y ofrecer una alternativa clara al chavismo. Henrique Capriles es de los que creen que el único camino posible pasa por negociar la reinstitucionalización del país, alineando a la comunidad internacional tras ese propósito y abrirse espacios mediante elecciones libres y transparentes. La noche larga que vive Venezuela no se resolverá sin una solución política.

Es entendible la amargura y extrema frustración de tantos que han luchado por sacudirse del yugo chavista y de ver cómo un país, que era la joya del continente, se ha empobrecido a niveles insospechados hace unos pocos años. Pero aún en los momentos más oscuros como este, subsiste en muchos la convicción de que se recuperará la libertad y hay personas dispuestas a seguir luchando por ello. La crisis venezolana solo podrá ser resuelta verdaderamente entre los venezolanos, aunque serán clave el apoyo y la presión externos para generar las condiciones que lo permitan.

Por último, EEUU, la Unión Europea y el Grupo de Lima deben entender que la situación de Venezuela depende en un grado importante de Cuba. Este país es su principal aliado porque su subsistencia económica (y la del régimen en buena medida) lleva años dependiendo del petróleo venezolano. Todas las instituciones claves de control social y político en Venezuela como el SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional), FFAA, administración pública, sistema de identificación, están asesoradas, supervisadas o integradas por cubanos. Por eso cualquiera nueva estrategia para acercar al régimen chavista y a la oposición, debe considerar la dimensión cubana. Por más larga que sea la noche, siempre sobreviene la aurora.

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