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25 de Julio de 2021

Pegasus: otra manifestación del Gran Hermano

Este software, creado por la empresa israelí NSO, fue concebido, según la misma compañía, para la vigilancia de criminales peligrosos y terroristas. El problema es que, producto de una serie de circunstancias, empezaron a aflorar evidencias de espionaje a periodistas y políticos.

Por Juan Pablo Glasinovic
"Empresas como NSO están abriendo esa puerta del espionaje y de la vigilancia, como lo estaría demostrando la evidencia recopilada". AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Juan Pablo Glasinovic

Juan Pablo Glasinovic es Abogado

Dentro del saturado ruido ambiente del acontecer internacional, hay una noticia que ha empezado a acaparar titulares, principalmente en los países más desarrollados: el espionaje y la vigilancia a las personas producto del software Pegasus. Esto vuelve a levantar el tema del Gran Hermano y su expansión de la mano de la tecnología y de la evolución del mundo digital.

El increíble desarrollo de internet ha engendrado unos gigantes tecnológicos que controlan este espacio y cuyo origen se reparte entre Estados Unidos (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) y China (Baidu, Alibaba, Tencent y Xiamo). Estas empresas basan su éxito y posición dominante en el manejo de los datos e información que adquieren, al usar las personas, empresas e instituciones sus sistemas y aplicaciones. Esto se traduce en conocer nuestros gustos, preferencias, relaciones, aspiraciones, temores y conductas, además de nuestros desplazamientos, lo cual se puede traducir en distintas manifestaciones comerciales, sin perjuicio de otros usos lícitos e ilícitos (recordemos las campañas del Brexit y de Trump). Esto ha dado origen a lo que denominamos la economía del conocimiento, sector que utiliza la información como elemento fundamental para generar valor y riqueza por medio de su transformación a conocimiento.

Ante el doble fenómeno de la concentración de esta industria y su impacto en la privacidad de las personas, los gobiernos comenzaron a reaccionar. En las democracias, el impulso ha estado dirigido a restringir el acceso a la información personal y su uso, así como a debilitar la posición dominante de estas empresas, al mismo tiempo que buscan generar más competencia y una adecuada cobertura tributaria. En esa línea van las medidas para evitar la integración horizontal y vertical, o derechamente la imposición de desinversión cuando esto ha sucedido. Además, se ha obligado a las plataformas y sistemas operativos a abrirse a aplicaciones de terceros.

Las sociedades democráticas han entendido que el poder que han adquirido estas empresas a partir del seguimiento de nuestras vidas es una amenaza directa a la libertad, de no regularse y fiscalizarse adecuadamente.

Aunque los esfuerzos normativos apuntan en la dirección correcta, son a la fecha claramente insuficientes, por la dificultad de regular un sector extremadamente dinámico y cambiante. Los gobiernos van varios pasos atrás en sus intentos regulatorios, y hemos visto como durante la pandemia las utilidades y el poder de estas empresas se ha multiplicado.

En el creciente mundo del autoritarismo, los gobiernos han aprovechado estas tecnologías para extender su dominio político. Ello, lo han hecho directamente tomando el control de estas herramientas, o bien estableciendo un sistema del cual las empresas tecnológicas están constreñidas a colaborar, ya sea por imposición normativa o por tener el control en su propiedad.

En China, se ha creado todo un ecosistema digital aislado del resto del mundo, impidiéndose el uso de aplicaciones como Twitter y Facebook, para así facilitar el control. En este y otros países hay un ejército humano y de inteligencia artificial en vigilancia permanente sobre los contenidos que se suben a internet, de manera de aplicar la censura o perseguir a los potenciales disidentes.

La experiencia de los países con regímenes autoritarios nos demuestra el asfixiante nivel de control que pueden llegar a asumir los estados de la mano de la tecnología digital, de ahí que sea plenamente justificado el temor de muchos grupos de la sociedad civil ante la expansión e insuficiente regulación del sector y sus empresas.

Pegasus pone nuevamente en el tapete esta preocupación. Este software, creado por la empresa israelí NSO, fue concebido, según la misma compañía, para la vigilancia de criminales peligrosos y terroristas. Agregó que, por lo mismo, han sido muy rigurosos con sus clientes. El problema es que, producto de una serie de circunstancias, empezaron a aflorar evidencias de espionaje a periodistas y políticos, lo que derivó en un grupo de investigación que incluyó al Washington Post, Le Monde, The Guardian, CNN y otros medios de distintos países. También participaron ONGs como Amnistía Internacional. La investigación logró llegar a una lista de 50.000 números telefónicos que podrían haber sido el objetivo de este espionaje desde el 2016. Algunos de estos números fueron periciados y se constató que varios de los teléfonos examinados habían sido intervenidos. La vigilancia daría acceso no solo a las conversaciones, también a todo el contenido del celular.

En la lista de teléfonos supuestamente intervenidos hay jefes de Estado y gobierno, políticos, periodistas, diplomáticos, militares y funcionarios de seguridad. No se ha señalado quién o quienes estarían detrás de esta red. Estos hallazgos evidentemente generaron la preocupación de diversos gobiernos, los que anunciaron investigaciones oficiales. También en varios parlamentos se levantó el tema.

Al menos en uno de los casos, un reportero mexicano de The Guardian fue asesinado algunas semanas después de la incorporación de su número telefónico a la lista.

El rol del “Gran Hermano” puede ahora encarnarse en varias alternativas. A las reseñadas de ciertos regímenes y empresas, también se puede sumar la del crimen organizado. Este monstruo también no ha parado de crecer, y es un actor más poderoso que muchos estados en algunas latitudes. Ha además florecido exponencialmente en el espacio digital, con operaciones de hackeo y secuestro de información.

Tecnologías que antes eran caras y escasas y que podían solo ser adquiridas por los estados y gobiernos, ahora se han extendido y diversificado, pudiendo llegar a un espectro mucho mayor. Empresas como NSO están abriendo esa puerta del espionaje y de la vigilancia, como lo estaría demostrando la evidencia recopilada, y a pesar de su insistencia acerca de la idoneidad de sus clientes.

Es evidente que el espionaje y la vigilancia nunca desparecerán, pero la magnitud que pueden adquirir en el nuevo contexto, incluyendo el uso de la inteligencia artificial, es francamente preocupante. Es, por lo tanto, imprescindible tomar las medidas adecuadas para resguardar debidamente la privacidad e intimidad de las personas, restringiendo las posibilidades de gobiernos, empresas e individuos de acceder a información indebida y de manipularnos o derechamente de ejercer coerción sobre nosotros.

Además de implementar una legislación más robusta que abarque los múltiples aspectos involucrados, es de la esencia contar con una sociedad civil activa y libertaria, incluyendo una prensa vigorosa. No es casualidad que los periodistas hayan sido el blanco principal de esta red de espionaje, ni tampoco que haya sido develada por la prensa. Esto nos demuestra la importancia de la libertad de prensa como defensa del sistema democrático, y que las iniciativas de varios gobiernos o candidatos de regular esta libertad, argumentando los excesos en que incurren los medios, deben ser rechazadas. Mejor ejercer acciones reparatorias ante excesos, que establecer censura.

Por último, y a raíz de nuestro propio proceso constitucional, es fundamental actualizar y fortalecer el sistema de derechos y garantías personales como uno de los pilares de una sociedad libre y democrática. Esto no tiene por qué contraponerse con un Estado más fuerte, pero una cosa es aumentar el rol estatal y otra convertirlo en un Gran Hermano. Que los constituyentes no se confundan y que los ciudadanos estemos atentos. No queremos a nadie en el rol de Gran Hermano.

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