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26 de Octubre de 2018

En torno a la discusión sobre convivencia y violencia escolar…

"Los actos de violencia no surgen de personas 'malas', sino que surgen de una complejidad de factores a nivel individual, interpersonal, institucional, y social. La violencia no está en las personas, está en las relaciones que se establecen entre ellas y por tanto en los sistemas".

Por Christian Berger
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Christian Berger es PhD. Profesor Asociado Escuela de Psicología Pontificia Universidad Católica de Chile

La discusión en torno al proyecto de ley relacionado a casos de violencia escolar (llamado Aula Segura en la propuesta inicial del Gobierno), ha generado un interesante y necesario debate… En ese sentido, es importante que, más que tomar posturas polares y no dialogantes, primero visibilicemos ciertos acuerdos fundamentales. Me parece que existe amplio consenso en al menos tres aspectos. Primero, que la violencia no puede ser aceptada en ninguna de sus formas, independiente del contexto y de quién la ejerza. Segundo, que la función primaria y prioritaria de la escuela es formativa con todos. Tercero, que lo que sucede al interior de la escuela está relacionado con lo que sucede en el contexto sociocultural, y no es privativo de ella.

Teniendo estos acuerdos como referentes, los llamados casos “de violencia extrema”, si bien deben ser denunciados y sancionados, no constituyen el fondo del problema de la violencia en las escuelas. La discriminación, la sensación de invisibilidad, la falta de sentido, la desigualdad, constituyen en mi opinión el problema de la violencia. No debemos confundirnos y llegar a la conclusión de que el problema de la violencia está ahí, en unos pocos, y a la ingenuidad de pensar que al sacar del sistema a estos individuos que concentrarían la violencia, se elimina el problema. La evidencia internacional es clara al respecto: el modelo de la manzana podrida no se sostiene.

Lo anterior no significa que estas situaciones no deban ser atendidas. Por el contrario, precisamente porque deben ser atendidas, la discusión debe centrarse en la mejor manera de abordarlas desde una perspectiva formativa, y para esto la evidencia internacional es sugerente, tal como ha sido presentado y elaborado por diversos expertos en el ámbito nacional durante las últimas semanas. Dicha evidencia es consistente en señalar que deben existir normas claras, explícitas, reconocidas, con sentido de convivencia y acordadas democráticamente por toda la comunidad escolar, y que éstas deben aplicarse de manera justa y respetuosa de todos los miembros de la comunidad educativa. Esto constituye un marco normativo que entrega las condiciones dentro de las cuales todos los estudiantes pueden desarrollarse. Además, entrega un mensaje claro respecto de la no-aceptación de la vulneración de derechos de otros. Finalmente, es precisamente la base de la formación ciudadana, estableciendo principios rectores para la convivencia. La convivencia no puede imponerse, debe construirse y nutrirse continuamente.

Las situaciones urgentes no deben hacernos perder de vista el foco de la educación, un foco eminentemente formativo y constructivo. Los actos de violencia no surgen de personas “malas”, sino que surgen de una complejidad de factores a nivel individual, interpersonal, institucional, y social. La violencia no está en las personas, está en las relaciones que se establecen entre ellas y por tanto en los sistemas. Si bien debemos sancionar la conducta, no podemos ser ingenuos en pensar que con eso eliminamos la fuente de la conducta.

Considerando todo lo anterior, parece peligroso un posicionamiento en que intentemos definir víctimas y victimarios, buenos y malos, estudiantes y delincuentes. La evidencia internacional respecto de la violencia escolar muestra que todos los miembros de la comunidad escolar (y ésta en su conjunto) experimentan consecuencias negativas cuando hay violencia. Así, la violencia no es problema de unos pocos, y por lo mismo la manera de afrontarla tampoco puede ser individual.

Para enfrentar la violencia, y por consiguiente favorecer una convivencia positiva, debemos precisamente modelar lo que esperamos suceda en las escuelas: dialogar, respetar, colaborar, y velar finalmente por el bien común. En este sentido, políticos, educadores, investigadores, estudiantes, y la sociedad en su conjunto deben participar de este debate, evitando respuestas impulsivas, apresuradas y que incluso pueden agravar el problema y fortalecer los espirales de violencia; debemos discutir el fondo del problema y no solo el síntoma visible. En dicho debate, reitero el compromiso personal—y creo también de todos los investigadores y expertos en el tema—de aportar desde nuestros conocimientos y experiencias.

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