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7 de Mayo de 2015

Ese (adolescente) amor por la Constitución

Cambiar una Constitución es un acto de madurez, necesario en tanto evolucionamos. Seamos adultos y que no nos contagien con síndromes de adolescencia.

Por José Ignacio Núñez
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Una característica frecuente durante la adolescencia es el exceso de dramatismo, con que enfrentamos las cosas. Quien sabe cuánto joven, al terminar una relación amorosa sufre sin freno, pensando que ha perdido al único, perfecto e imposible de sustituir, amor de su vida. Los padres han sido testigos de aquello y quienes no nos escudamos en la amnesia, recordamos esos momentos. La mayoría de las veces, con humor, porque hemos visto que la vida continúa y no en pocas oportunidades para mejor.

Hoy no es difícil encontrar entre quienes se oponen férreamente a un cambio constitucional argumentos similares a los del que metafóricamente llamaré “síndrome de amor adolescente”. Pero, lo peor, es que pretenden contagiarnos a todos.

Gracias a esta Constitución Chile es el país que es. Que sin ella estaríamos sumidos en el caos, que el desarrollo económico y social que disfrutamos sería imposible sin ella. En fin, todo lo que somos se lo debemos a esta Carta Fundamental, sostienen algunos.

Sin embargo, si nos detenemos a pensar tan sólo unos momentos – y sin entrar a evaluar si efectivamente estamos bien o gozamos realmente del mentado desarrollo – sería dificultoso atribuir todo el crédito de los éxitos del país a un conjunto de normas.

No son los 129 artículos de la Constitución los que han delineado nuestra idiosincrasia, valoración por el trabajo, capacidad de superación, en fin, los que consideramos valores patrios compartidos por el Chile verdadero, no por ese que nos muestra la publicidad ni el que defienden las elites. (Sostener lo contrario – que es la Constitución la causa de nuestros bienes – supone una inmensa falta de respeto a las chilenas y chilenos que día a día luchan por dar lo mejor a sus familias).

De lo anterior, es cierto, no se sigue como resultado irrefutable que la Constitución, si no es la causante de todos nuestros bienes, sea el origen de todos nuestros males. Pero se pueden desprender preguntas mucho más importantes: ¿Por qué compartir el ese amor adolescente hacia la actual Constitución con que algunos desean contagiarnos? ¿Por qué debemos pensar que un conjunto de reglas diseñadas en una dictadura pueden ser las mejores reglas básicas de convivencia que podemos tener? ¿Por qué dejar que un conjunto de normas se lleven todos los aplausos por el trabajo que día a día realizamos todos por sacar adelante a nuestras familias? ¿Por qué pensar que ese primer amor – que además no fue elegido por nosotros – debe ser defendido como si fuera el único amor posible en nuestras vidas?

Cambiar una Constitución es un acto de madurez, necesario en tanto evolucionamos. Seamos adultos y que no nos contagien con síndromes de adolescencia.

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