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Arcade Fire en Chile: goce catártico

Es que uno de los elementos significativos de la propuesta de Arcade Fire es que cada integrante es un mundo en sí mismo. Virtuosos. Richard Reed Parry vuela por los aires, especialmente cuando marca el pulso con el bombo incendiario y la baqueta pareciera ser la espada de Héctor en Troya.

(Foto: Carlos Müller)

Ya lo sabíamos. Lo vivimos en Lollapalooza 2014. Fueron dos horas de entrega total en donde la agrupación canadiense transformó al Movistar Arena en un ritual comunitario frente a 13.000 personas.

Con una puesta en escena que simulaba ser un ring de boxeo, cuatro pantallas bien ubicadas (sobre la banda y no atrás) y dispuestas en ángulos que simulaban tres dimensiones, los hermanos Butler y compañía hicieron un recorrido por lo mejor de su catálogo. Especial importancia tuvo el inmortal Funeral (2004) y su última publicación, Everyhting Now (2017). Un disco dueño de canciones relativamente nuevas y menos valoradas por la crítica que, gracias al directo vuelan alto.

Win Butler se presenta como una especie de cowboy celestial, de riguroso blanco, sombrero negro y zapatos rojos. Se trata de un líder imponente, carismático, sencillo y arrojado. Caminó entre el público en más de una ocasión. Habló en español, registró con su celular al público y a su esposa Régine Chassagne, mientras ella daba rienda suelta a su teatralidad. Enfundada en un entero de cuero rojo y guantes blancos, cual Michael Jackson en Thriller, la multi instrumentista juega, toca la batería, el acordeón, el xilófono, canta y, a ratos, se emociona para terminar de rodillas en el escenario. Afectada.

Y es que uno de los elementos significativos de la propuesta de Arcade Fire es que cada integrante es un mundo en sí mismo. Virtuosos. Richard Reed Parry vuela por los aires, especialmente cuando marca el pulso con el bombo incendiario y la baqueta pareciera ser la espada de Héctor en Troya. Will Butler se deja poseer por los teclados, absorto de emoción que demuestra en impetuosos coros.

Sarah Neufeld acaricia su violín como si fuera seda hindú, alcanzando niveles paradisiacos y Jeremy Gara, delinea con su batería un show potente, enérgico y dramático. Atiborrado de sonidos que encienden nuestras venas con una máxima fragilidad. Cualidad diferenciadora del sexteto norteamericano, su vigor es sutil, delicado y épico. Dicha colectiva.

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