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26 de Junio de 2018

El instinto de animales

Es por eso que es grave el castigo a los detenidos por el crimen de Margarita Anacoy, esto nos devuelve a antes del siglo XVIII en occidente. La condena y el castigo, fuera del proceso judicial, es un crimen.

Por Patricio Artiagoitía
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Patricio Artiagoitía es Ingeniero Civil Industrial. En Twitter: @artiagoitia

El lunes 18 de junio 5 hombres asaltaron y golpearon hasta darle muerte a una mujer que se dirigía a su trabajo. El resto de la historia es conocida, cuatro de ellos fueron detenidos en la cárcel pública a la espera de su juicio. Ahí fueron sometidos a torturas y humillaciones por los presos encerrados con ellos. Los dos primeros hombres fueron detenidos casi inmediatamente, además de asaltar y matar a Margarita Anacoy, habían asaltado a otro hombre.

Eran delincuentes de la peor especie. Es difícil no sentir algún placer por el castigo que recibieron en la cárcel. Cualquiera de las dos personas asaltadas podíamos haber sido nosotros, eso nos atemoriza y despierta el instinto de protección y de venganza. Queremos verlos castigados y sufriendo. La exhibición de su desgracia nos tranquiliza y reconforta. Es más o menos a sí. Son nuestros instintos primitivos queriendo venganza por lo que podríamos haber sufrido.

Como introducción a su libro “Vigilar y castigar” Michelle Foucault describe el horrendo suplicio público de Robert Damiens, quien fue condenado por atentar contra la vida de Luis XV en 1757. Damiens, entre otras cosas, fue quemado, desmembrado, su mano derecha, responsable del atentado, fue quemada con azufre. Una ejecución horrible, que se materializó en la plaza pública de Greve, con un público que mezclaba el placer, con la consternación frente a la atrocidad del suplicio. 40 años después, el nuevo código penal francés había eliminado el suplicio y el castigo público a los delincuentes. En los años siguientes, había desaparecido de Europa.

La eliminación del suplicio no fue el resultado de una postura humanitaria del pueblo, fue el logro de la persuasión de grandes humanistas que sabían de o habían experimentado la barbarie tras la sed de venganza del instinto animal de las masas. Voltaire escribió su notable “Tratado sobre la tolerancia” en 1763 como reacción al asesinato del hugonote Jean Calas, condenado por una turba convencida erróneamente de que había matado a su propio hijo, porque tenía la intención de convertirse al catolicismo.

Se probó falso, pero Calas ya había sido ajusticiado.

Ya antes, Locke promovía la tolerancia basado en la idea de los derechos de la personas, entre ellos el de tener su propia búsqueda espiritual y sus opiniones. Creer sinceramente en algo no puede ser un delito, por el contrario, es un derecho.

La idea de que los seres humanos tenían derechos, llevó a terminar con los suplicios en la plaza pública y a crear la institución de la prisión moderna. El principio fundamental detrás del cambio era la idea de que el castigo a un criminal es una respuesta racional. La sociedad sí puede quitarle alguien alguno de sus derechos humanos, como la libertad del apresado, pero se busca un castigo ponderado que evite convertir a la sociedad en lo mismo que quiere castigar. Para una sociedad que respeta los DDHH, condenar es un hecho grave, que debe decidirse de acuerdo con estrictos procedimientos penales, que resguardan la justicia de la condena. Para esto se establecieron nuevos principios. El principio de presunción de inocencia (la culpabilidad debe probarse, la inocencia no), la no retroactividad de la ley penal, la ponderación de la prueba y muchos más. Con el tiempo este proceso ha seguido profundizándose.

Todo esto ha tenido como objetivo que toda condena sea el resultado de un juicio bien sustentado, que dé al procesado todas las oportunidades de defensa y al acusador la obligación de sustentar una condena en pruebas contundentes. Así, las condenas no pueden ser arbitrarias, deben ser proporcionales al delito cometido, se deben considerar atenuantes y agravantes, la conducta anterior, etc. El progreso de civilización penal busca erradicar el odio, la discriminación, los prejuicios, la arbitrariedad y sobre todo el abuso. Los funcionarios públicos responsables de dictar sentencia, no responden ante sí, responden a las leyes y a la jurisprudencia. No tienen la atribución de condenar, tienen el mandato de hacer justicia de acuerdo a las leyes.

El hecho de que una persona sea culpable, no valida cualquier castigo, por muy atroz que sea su delito.

Es por eso que es grave el castigo a los detenidos por el crimen de Margarita Anacoy, esto nos devuelve a antes del siglo XVIII en occidente. La condena y el castigo, fuera del proceso judicial, es un crimen.

Todos estamos expuestos a dejarnos llevar por el odio y el deseo de venganza, por eso es tan importante controlar el poder. Hacer que los actos públicos estén regidos por reglas objetivas e impersonales, que lo que nos parece justo, tenga que ser probado. Los peores crímenes han sido cometidos bajo el pretexto de la justicia y la ética de una sola persona sin control.

La condena a los castigos y torturas mencionadas terminó imponiéndose, salvo casos aislados, la condena al hecho ha sido casi unánime.

Es un paso más en nuestro progreso civilizatorio.

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