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19 de Septiembre de 2021

Reflexiones de política exterior

Creo que no hemos aprovechado bien nuestro liderazgo o atributos en el ámbito continental, probablemente por un exceso de prudencia. Pienso que en el atomizado contexto que vivimos regionalmente, podemos tomar más protagonismo para buscar acuerdos y generar un espacio más integrado. América Latina está perdiendo espacio en el sistema internacional y esto debe revertirse.

Por Juan Pablo Glasinovic
Mientras celebramos nuestro aniversario patrio, valoremos todo lo que hemos construido y tengamos conciencia de lo mucho que nos queda por hacer, plenamente integrados al mundo a partir de nuestra región. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Juan Pablo Glasinovic

Juan Pablo Glasinovic es Abogado

Los cumpleaños son siempre instancias para reflexionar respecto de lo que nos ha sucedido durante el último año y hacer un balance, a partir del cual se definen prioridades para el período inmediato. Lo que aplica a las personas, también es válido para los países. Vayan entonces estas reflexiones personales, en materia de política exterior, con motivo de un nuevo aniversario patrio.

Estamos atravesando sin duda un período tumultuoso, en el cual hay muchos elementos interactuando y demasiado ruido ambiente, por lo que es difícil prever cómo se van a desarrollar los acontecimientos. Pero, ello no obsta que podamos evaluar lo que hemos hecho bien y mal y extraer lecciones de ello, justamente para las definiciones que tendremos que tomar.

En primer lugar, debemos mencionar el elemento reputacional y sus implicancias. Chile, por su desempeño en múltiples áreas desde la recuperación de la democracia, se ganó un lugar destacado en diversos rankings: económico, político, educación, salud, seguridad, entre otros. Esto ha tenido efectos concretos no solamente en certificaciones de agencias crediticias, que determinan las condiciones en las cuales accedemos al financiamiento externo y su impacto en los créditos domésticos, también nos ha abierto las puertas de diversos países y foros, facilitando la consecución de nuestros objetivos. Adicionalmente, ha implicado la atracción de inversiones y empresas que han instalado en Chile sus operaciones para la región y subregión. Es importante resaltar que este intangible que es la reputación, es condición necesaria y anterior para muchas cosas, resaltando la posición de quien goza de una buena evaluación. Chile es un país alejado de los grandes centros de consumo, producción y capital, por lo que este elemento es vital para aminorar esa desventaja.

Sabido es que mantener una buena reputación es un trabajo permanente de consistencia, y que es fácil destruirla. En este lapso de predominio populista, ha sido inevitable la erosión de ese capital. Estamos pasando a ser un país más imprevisible, con una clase política veleidosa. Pero, aún así, hemos tenido actuaciones que han revitalizado nuestro prestigio, como ha sido el manejo sanitario del COVID, y la resiliencia de nuestra democracia y de sus instituciones, que han estado sistemáticamente sometidas a intentos desestabilizadores. Esto nos ha valido ser reconocidos como el país de más alto desarrollo humano de la región, y, en el ámbito internacional, seguimos teniendo una imagen favorable. Sin embargo, no podemos dar por sentado que esto se mantendrá. Preocupa en muchos estados el cambio radical de circunstancias que podría sobrevenir producto de un nuevo contexto político en Chile. Y anuncios como que se revisarán todos los acuerdos de libre comercio e inversiones, solo aumentan esa inquietud. Ningún cambio se da en el vacío, y lo que perdamos por el debilitamiento de nuestra reputación será naturalmente aprovechado por otros.

Otro tema que debe rescatarse es la plena inserción de Chile el sistema internacional, incluyendo la economía global. Pretender aislarse, en nuestras condiciones de baja población y lejanía de los principales mercados, es renunciar a la posibilidad del desarrollo. Lo mismo en el ámbito político con el multilateralismo. El futuro de Chile está en profundizar esa inserción y utilizarla inteligentemente. Nuestra posición privilegiada en el Pacífico y todo un trabajo sostenido por décadas, nos puede convertir en una plaza del comercio, distribución y producción entre el Cono Sur y el Asia Pacífico, la zona más dinámica de la economía mundial.

La revolución energética que estamos experimentando, nos puede catapultar como un gran centro de producción de energía limpia (solar, eólica, maremotriz, geotérmica, hidrógeno verde, hidráulica), lo que se puede poner a disposición de procesos intensivos en uso de energía, como las manufacturas. También esa misma abundancia energética nos puede ayudar a mitigar e incluso solucionar el problema de falta de agua en buena parte de nuestro territorio, masificando la desalación e incorporando nuevas tierras para la agricultura. Para poder desarrollar ese potencial, necesitamos tener acceso a mercados, así como a las tecnologías que lo hagan posible.

Ligado a lo anterior, está el imperativo de tomar una posición de liderazgo en materia ambiental. El cambio climático está afectando a algunas regiones más que a otras y Chile está dentro de los países más vulnerables. Con más razón entonces para redoblar nuestra acción en la materia y aprovechar el potencial energético antes reseñado, que solo se podrá desarrollar masivamente en las condiciones mencionadas.

En lo que se refiere a la región, estamos en deuda con la integración. Respecto de nuestra participación en la Alianza del Pacífico, si nos desentendemos de nuestra inserción en la economía global y de nuestros acuerdos de libre comercio, entonces el esquema se cae solo. Su lógica está precisamente en complementarse y retroalimentarse.

Creo que no hemos aprovechado bien nuestro liderazgo o atributos en el ámbito continental, probablemente por un exceso de prudencia. Pienso que en el atomizado contexto que vivimos regionalmente, podemos tomar más protagonismo para buscar acuerdos y generar un espacio más integrado. América Latina está perdiendo espacio en el sistema internacional en configuración y esto debe revertirse, por la sencilla razón de que el beneficio del conjunto repercute en el bienestar individual. Esto implica destinar más esfuerzo diplomático y político para generar relaciones más densas entre nuestros países. Eso significará pasar de una política exterior más económica a una más política, lo que indudablemente es más complejo y difícil de medir y evaluar. Pero es indispensable hacer ese cambio de énfasis.

Respecto de las migraciones, soy un convencido de que más allá de las dificultades del momento, el balance será ampliamente favorable para el desarrollo de nuestro país, aportando más talento y diversidad. Podemos y debemos facilitar la integración de estas personas para que más prontamente desarrollen su potencial, facilitando el reconocimiento de título y todos los reconocimientos académicos entre otros, además de acelerar la regularización de sus papeles. También debemos velar por una armónica distribución en todo el territorio nacional de estos migrantes y futuros chilenos.

En un acto de sabiduría y que refleja la valoración que al menos teníamos de nuestra política exterior y de la importancia de las relaciones internacionales para Chile, quienes suscribieron el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución, el 15 de noviembre del 2019, e impulsaron la reforma constitucional para llevar adelante el actual proceso constituyente, dejaron expresamente estipulado que la nueva carta fundamental deberá respetar los tratados internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes.

Es de esperar que el espíritu que subyace a este requisito sobreviva incólume, a pesar de las fuerzas aislacionistas. Mientras tanto celebremos nuestro nuevo aniversario patrio, valorando todo lo que hemos construido y teniendo conciencia de lo mucho que nos queda por hacer, plenamente integrados al mundo a partir de nuestra región. ¡Viva Chile!

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