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19 de Julio de 2023

La trampa de la pobreza (ecológica) y el rewilding

El agua arrastra el escaso suelo y material vegetal de las laderas, los caudales aumentan rápido y se llevan consigo no solo sedimentos, escombros y basura, sino que hogares completos junto a los sueños de cientos de familias.

Por Ignacio Andueza
Los proyectos de restauración ecológica, rewilding y de Soluciones Basadas en la Naturaleza (conceptos cercanos), constituyen una medida factible para combatir el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Ignacio Andueza

Ignacio Andueza es consultor ambiental de Red Pivotes

Los economistas denominan “trampa de la pobreza” a aquellos círculos viciosos de condiciones sociales, económicas y ambientales capaces de atrapar en la miseria a personas, familias, comunidades completas e inclusive países. Son patrones que se retroalimentan y articulan así inercias difíciles de romper. Se pueden dar como resultado de una perturbación o situación inicial, un accidente o falta de educación. Un hijo cuyos padres alcohólicos no le permiten terminar la escuela y acaba hurgando en los recovecos del mercado informal, o un carpintero que pierde una mano, con ello el trabajo y así el sustento familiar, remolino de males que remata en una profunda depresión. Los ejemplos son múltiples porque las circunstancias pueden ser variadas y muy complejas.

Menos se habla de la trampa de la pobreza ecológica en la que estamos sumidos.

La invención y desarrollo de la máquina a vapor en el siglo XVIII detonó una bendición para la humanidad, pero una perturbación para el medio ambiente que dio inicio a la trampa de la pobreza ecológica. Durante la revolución industrial se domesticaron energías distintas a la tracción animal y humana, pasaje a la producción masiva de bienes y al crecimiento explosivo de la agricultura, la metalurgia, la minería, la construcción y la industria en general.

En 1800 el naturalista Alexander Von Humboldt viajaba por América, donde escribió las primeras nociones sobre cambios climáticos antropogénicos. Cerca del Valle de Aragua, Humboldt notó cómo los europeos talaban los bosques para dar paso a cultivos agrícolas, y obtener madera y combustible. El punto de partida de la trampa de la pobreza ecológica (la perturbación inicial). Sin bosques, notó Humboldt, “en vez de aumentar poco a poco el nivel de los ríos mediante filtraciones graduales, durante las lluvias abundantes forma surcos en las laderas, arrastra la tierra suelta y forma esas inundaciones repentinas que destruyen el país”.

Para cuando el naturalista visitó Estados Unidos, la futura superpotencia producía cerca de 50 mil toneladas de hierro al año. El carbón vegetal para su fundición provenía de la tala rasa de bosques autóctonos. Si para el año 1810 era necesaria la destrucción anual de 4.000 hectáreas de bosque maduro (1 megatonelada de madera de stock acumulado), un siglo después habrían sido necesarias 18.000.000 de hectáreas de plantaciones forestales para mantener el suministro (125 megatoneladas de madera proveniente de crecimiento anual). En otras palabras, más que todos los bosques de un país como Chile. La tala solo mermó con la paulatina transición energética desde el carbón vegetal al carbón mineral, que suplió la demanda en más de un 90%.

El fenómeno, por supuesto, no fue exclusivo de Norteamérica. En 1850, el presidente Manuel Montt nombró a Vicente Pérez Rosales como agente de colonización del sur. Para él, las selvas impenetrables eran un obstáculo:

Pichi-Juan había dado, desde entonces, principio a la tarea de incendiar las selvas que ocupaban gran parte del valle central al S.E. de Osorno (…) Esa espantable hoguera, cuyos fuegos no pudieron contener ni la verdura de los árboles, ni sus siempre sombrías y empapadas bases, ni las lluvias torrentosas y casi diarias que caían sobre ella, había prolongado durante tres meses su devastadora tarea (…)”.

Lo mismo ocurrió en muchos otros rincones del planeta. Eran otros tiempos, sin duda. La riqueza que todos esos procesos destructivos trajeron a las poblaciones humanas es indudable, pero en su avasallador avance generaron un deterioro sustancial de los ecosistemas y sus balances ecológicos. De acuerdo con el Living Planet Index, la biodiversidad mundial medida como abundancia de 5 mil especies monitoreadas ha declinado un 69%.

Hoy Chile se erige como el país sudamericano con mayor deforestación como porcentaje del territorio: hemos perdido un 83% de la vegetación original. Basta asomarse por la ventanilla del avión para apreciar el paisaje en su inmensa mayoría agrícola, de plantaciones forestales y urbano, en las áreas más densas sin espacio ni siquiera en las riberas de los ríos para la naturaleza.

Las furiosas lluvias de junio del ‘23 confirman las observaciones de Humboldt. La perturbación inicial, la destrucción de los complejos ecosistemas boscosos, ocasiona escorrentías descontroladas. El agua arrastra el escaso suelo y material vegetal de las laderas, los caudales aumentan rápido y se llevan consigo no solo sedimentos, escombros y basura, sino que hogares completos junto a los sueños de cientos de familias. Es la trampa de la pobreza ecológica. Estos ecosistemas han perdido su capacidad física de trabajo, no regulan de la misma manera las temperaturas locales, no regulan los ciclos del agua ni del carbono, albergan escasa biodiversidad, y no protegen a la población. En invierno se los lleva el agua, en verano se los lleva el fuego. No pueden escapar de su condición de miseria. Año tras año se deterioran más, y según el último Informe País seguimos perdiendo más de 20.000 hectáreas de bosque nativo cada año.

Resulta fundamental entonces detener esta trampa. Para eso surgieron los denominados rewilding projects. Estas iniciativas buscan recuperar ecosistemas, o llevar a un ecosistema erosionado y sumido en la trampa de la pobreza ecológica, hacia un estado lo más parecido posible al original o natural. Se busca proteger la naturaleza y las personas, recuperar servicios ecosistémicos, traer de vuelta la biodiversidad, y crear una fuente de desarrollo económico para las comunidades cercanas y el país. Áreas protegidas como Huilo Huilo y Parque Patagonia han retirado especies invasivas, reintroducido especies nativas, protegido extensos ecosistemas, y han generado vínculos y oportunidades para las comunidades locales. Dicho eso, donde el rewilding adquiere pleno valor es en traer de vuelta a la vida zonas realmente devastadas por la actividad humana, cerca de las grandes ciudades y de la gran mayoría de las personas.

Un ejemplo exitoso es la antigua hacienda de agricultura industrial Knepp, con 1400 hectáreas en el Reino Unido. El proyecto de rewilding dio espacio a diversos hábitats, como bosques, praderas y humedales. La biodiversidad volvió y el proyecto Knepp Estate es ahora uno de los sitios más importantes para la vida silvestre en el archipiélago, así como una fuente productiva de ecoturismo y agricultura regenerativa.

Estos proyectos se encuentran en línea con las metas de Chile de carbono neutralidad y sustentabilidad, y con la implementación de los mercados de carbono (que aún requieren mucho trabajo) el rewilding podría volverse atractivo para privados. Así como a través de la reciente Ley REP se ha hecho del reciclaje un negocio más atractivo para emprendedores y grandes empresas, el rewilding podría despegar en la medida que se coordinen políticas públicas, mercado y tecnología.

Diseñar e implementar un proyecto así es desafiante. Se requiere de grandes extensiones de tierra para ejercer un impacto significativo (capturar carbono, albergar biodiversidad, conformar un parque recreativo para comunidades cercanas, etc). La apuesta es grande, sin duda, pero todas las herramientas de gestión ambiental recientemente implementadas invitan al mundo privado y a la sociedad civil a sumarse a la conservación, y a pensar en conjunto las soluciones a los problemas socioambientales.

Los proyectos de restauración ecológica, rewilding y de Soluciones Basadas en la Naturaleza (conceptos cercanos), constituyen una medida factible para combatir el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. No se trata de rodearnos de áreas protegidas y desplazar a personas o comunidades. Se trata de integrar al desarrollo socioeconómico y a los procesos de modernización de la sociedad el factor naturaleza, del cual, en última instancia, todo nuestro sistema productivo depende. Esto es ante todo acerca de las personas y su calidad de vida, y solo después de la naturaleza en sí, porque en el siglo XXI la miseria ambiental se traduce en pobreza humana.

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