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6 de Julio de 2022

Roberto Merino, lectoescritor: “Chile se explica entre el resentimiento y el desprecio”

El celebrado cronista acaba de escribir lo que sería su primera novela, “Mundos Habitados”, que es parte de su cartografía sin fin de Santiago, ciudad que habita, lo inspira y lo hace levantar la voz. Dice que se vive “una cuestión anímica pesada. Uno no destruye lo propio, o lo que le pertenece a la gente que quiere. Hay un enigma en el impulso de destrucción que se dio el 2019 y el 2020”.

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Lamento haber pasado por el lado de Roberto Merino (61) sin verlo. Fue en la revista Paula, a fines de los 80, comienzos de los 90, creada por el recientemente difunto Roberto Edwards. Merino estaba contratado como editor de textos o algo así y tenía que revisar ediciones de cocina y de moda. De moda, donde los títulos eran del tipo “Rayas y mil rayas”, “Lunares al centro”, “Los must del verano”, y así. 

“El lectoescritor”, como le dicen, leía con santa paciencia esos textos menores, la misma que exhibía en eventos tan ajenos a su voluntad y estilo como un almuerzo de Navidad en Pirque, donde el grupo mayoritariamente femenino lo eligió como José para una representación viva del pesebre de Belén. La periodista Milena Vodanovic hizo de Virgen María y su pálida guagua recién nacida, de Jesús. En condición de San José estuvo ahí, sentado en el pesebre, hasta la entrega final de los regalos del “amigo secreto”.

Hoy Roberto Merino ya no está para pesebres. Acaba de lanzar lo que muchos han llamado “novela”, distanciándolo del género que le es afín por años y donde brilla: la crónica. Su nombre ha sonado para el Premio Nacional de Literatura con un currículum donde hay 8 libros de crónicas, además de ensayos y perfiles literarios y poesía. Es un creador respetado y querido, salvo cuando critica conductas y decires, y la barra brava se le vuelve en contra. Pasó hace poco cuando señaló la vandalización de la estatua del general Baquedano y el estado lamentable del centro de Santiago, escenario en que es especialista.  En la contratapa del flamante escrito que lleva por título “Mundos Habitados” y que tenía pendiente con la editorial desde 2006, según ha dicho, el reconocido crítico mexicano Christopher Domínguez Michael sugiere que el libro es parte de “una cartografía sin fin de Santiago de Chile” en la que trabaja Merino. 

Así es que partimos por ahí. Por su ciudad de siempre, Santiago. 

–Descríbeme tu casa de infancia. Descríbeme tu casa actual.

–Una casa chilena en el barrio de San Isidro, de techos muy altos, galerías y chiflones. Había sido de los curas del Patrocinio de San José en el siglo XIX. El baño tenía una luz tamizada muy bonita y, extrañamente, un mingitorio. Era un mundo hacia adentro esa casa. En la noche daba susto, se ponía rara. En los veranos parecía que el tiempo se extendía. En primavera, uno de mis tíos tenía un arranque de sensibilidad y se ponía a tocar a Bach en su guitarra, bajo la glicina. Ahora vivo solo, confinado a mi pieza en un departamento en Providencia. El resto está tomado por los libros, cuyo orden me cuesta administrar. Por la ventana de mi pieza veo el Costanera Center y creo que la parte de Chacarillas del cerro. 

-¿Te sientes un poco extraterrestre en el Santiago actual?

–No. Este es el lugar al que pertenezco, si se pudiera expresar así la familiaridad prolongada con las zonas tan distintas entre sí que configuran Santiago. Parece que la desaparición parcial de la ciudad donde uno se crió es un fenómeno universal, les pasa a las personas en cualquier parte. Las ciudades son fantasmales.

–Leí una muy buena entrevista en el suplemento Culto donde hablabas del deprimente estado de Santiago. ¿Podrías abundar en el punto? 

–Claro, es una cuestión anímica pesada. Uno no destruye lo propio, o lo que pertenece a la gente que quieres. Entonces hay un enigma en el impulso de destrucción que se dio el 2019 y el 2020. Un historiador explicaba la historia de Chile, del siglo XIX hasta ahora, en dos ejes: el resentimiento y el desprecio. Esa especie de grieta se activó recientemente. Pero, en todo caso, nunca se trata de hechos espontáneos. Me parece que en relación con esto hay investigaciones pendientes. En el tinglado social siempre habrá carboneadores, titiriteros y ventrílocuos. 

¿Se murió la prensa escrita? 

–También me interesa eso de la degradación del lenguaje. ¿En qué se aprecia esa degradación con ejemplos? 

–En la manipulación psicológica, en las falacias argumentativas, en el uso del lenguaje estrictamente como cortina de humo. No hay lealtad con el lenguaje cuando yo lo uso nada más que para persuadir: si no tengo lealtad con mis propias afirmaciones me transformo en un retórico utilitario e instalo la desconfianza en la sociedad. Por otro lado es posible que las masas de votantes necesiten creer en algo, más allá de la racionalidad. Eso explicaría la existencia de un “lenguaje de campaña”, esas promesas redentoras que en el fondo todos sabemos que nunca se cumplirán.

–¿Ves TV abierta? De hacerlo, ¿qué ves? ¿Cómo se habla ahí?

–Veo noticias y algunos programas de discusión política. Se habla de muchas maneras, en todos los rangos posibles.  Me asombra la velocidad con que se adoptan expresiones que por sí mismas tienen carga política: de un día para otro todos se ponen de acuerdo en hablar de “los territorios”, por ejemplo. Lo otro raro es la unanimidad con se utiliza la expresión “mapuche” para significar el plural, o sea, “mapuches”. Se argumenta que esa es la forma correcta en mapudungun. Claro, pero la forma correcta de decir “italianos” en italiano es “gli italiani” y, en este caso, lo decimos perfectamente en castellano. 

–¿Qué hacía tu papá? Entiendo que él te presentó a Joaquín Edwards Bello (su obra, claro está), ¿sabes qué pensaba él de Joaquín Edwards Bello?

–Mi padre estaba siempre ocupado y no hacía nada en particular. Fracasó cuando joven en unos proyectos industriales y estuvo el resto de su vida girando en torno a esas situaciones. De Edwards Bello opinaba que escribía directo, rápido, con mucha capacidad de evocar mundos distintos. Decía que había sido muy cáustico con su propia clase. Le encantaba cuando Joaquín metía frases en francés entre medio, sin traducción. 

–Lo nuevo tuyo es novela, pero no es. ¿Qué es?   

–Prescinde de la historia en el sentido de hechos ordenados consecutivamente. Se trata más bien de una indagación en el fenómeno de la memoria, donde no hay nada ordenado de semejante forma. Esto corresponde  a un problema narrativo, ya que involucra diversos niveles de realidad. La memoria está en el límite de la ficción y del sueño. Meterse ahí es equivalente a descender a los mundos subterráneos. Germán Marín, que fue el primer editor de este libro, consideraba que bastaba ponerle “novela” a un libro para que la leyéramos como tal.

–¿Qué alejó a la gente de la lectura? 

–No sé, supongo que la flojera.

–¿Se murió la prensa escrita?

-No tendría por qué, pero pareciera que se ha debilitado la condición de “escuela” que antes ostentaban las redacciones de los diarios. Al menos lo que publican algunos sitios periodísticos de la web llega a veces hasta lo ininteligible. He visto titulares donde hay más información que en el artículo mismo. 

Salir cascando en el momento menos pensado

–¿Cómo estás de salud?

–Me mantengo con una discreta energía. Pienso lo menos posible en esta parte de mi vida. Soy cualquier cosa menos hipocondríaco. 

–¿Eres amigo de Jorge Edwards? 

–La última vez que lo vi me trajo en su auto desde El Mercurio a Providencia, y me quedé con ganas de seguir conversando con él. Una época fuimos vecinos en Santa Lucía. Le tengo mucha admiración pero no me tocó ser su amigo. 

–Como lectoescritor, según te han definido, ¿cómo están leyendo y escribiendo los jóvenes? ¿Qué efecto tienen sobre el tema las redes sociales? 

–Hasta donde yo sé, la vocación literaria siempre se manifiesta de modo individual. No veo en este sentido a los jóvenes como colectividad. De repente, aparece alguien de escasa edad que está en la emoción de descubrir autores, visiones de mundo, modos de escribir. Da la impresión de que este tipo de cosas le resulta acuciante. Cuando eso se da parecieran borrarse un poco las fronteras generacionales. Se me ocurre que los jóvenes no debieran tratar de escribir como jóvenes. La juventud es una fatalidad, no vale la pena sobreactuarla.

–¿Cómo analizas el lenguaje inclusivo, tan presente en las bocas de las nuevas autoridades? 

–No me simpatizan las iniciativas de control del lenguaje y me da la impresión de que en este caso no se trata de un problema gramatical, sino de voluntarismo político. El deseo de fondo parece ser identificarse y a la vez imponer a los otros un modo de hablar. Es cuestión de grupos muy acotados. Un fenómeno que tiene que ver menos con el lenguaje que con modas ideológicas. He escuchado hablar de esa manera a personas muy jóvenes, carentes de escepticismo. Cuando gente mayor incurre en estos manierismos el efecto, en mi opinión, es medio ridículo. 

–Háblame de la nueva constitución en términos literarios…

–Compré el borrador que se vendía en la calle, no he alcanzado a ver las versiones posteriores. Me pareció una lata. Supongo que tengo cierta capacidad de entendimiento al leer, pero, en este caso, fui superado. 

–¿Conoces la obra de Baradit? ¿Qué opinas? 

–No la conozco

–¿Cómo se hará memoria del estallido social de 2019, de la pandemia, de este proceso constitucional? 

–No tengo idea, son cosas que están muy encima. Espero que proposiciones filosóficamente insostenibles, como que el pueblo habló y le indicó un camino a ciertos políticos dotados de un increíble poder de interpretación, se vayan atenuando con el tiempo.

–¿Has escrito sobre estos temas? 

Cada vez que lo he hecho he terminado con una sensación tóxica por los insultos y los malentendidos. 

–¿Narcocultura y crimen organizado son temas que te interesen?  

–No es un tema que me interese mucho. No conozco narcos y tampoco tengo onda con las películas con ese tema.  

–¿Has pensado alguna vez en irte de Chile? ¿Para dónde? 

–Cuando joven sí. Tenía fantasías parisinas y londinenses que quedaron en eso. Hoy el único lugar al que me iría a vivir fuera de Chile sería Buenos Aires. Germán Marín nos advertía que el exilio podía llegar a cualquier edad, que no estuviéramos tan seguros de no tener que salir cascando a otro país por fuerza mayor.

–¿Hay que narrar con perspectiva, dejar pasar el tiempo? 

–La distancia es recomendable siempre en la escritura, pero son categorías que se pueden calibrar. Uno puede escribir también directamente, con los hechos a dos palmos del ojo. Eso también puede resultar.

–¿Hay más pobreza en el Chile de tu adultez que en el de tu infancia?

–No, todo lo contrario. Recuerda los testimonios sobre gente que vivía en los basurales en los años 50. Piensa en lo que en el siglo XIX llamaban “el potrero de la muerte”, en la insalubridad de los conventillos y de las poblaciones callampas. 

–¿Te sientes viejo? 

Se me olvida mi edad permanentemente. Creo que mi estructura mental se quedó en un punto de los veinte años. La teja me cae a cada rato, cada vez que sobreestimo mis capacidades físicas. Lo otro es que se me olvida de un modo dramático todo lo inmediato. No me sirve la agenda porque se me olvida revisarla.

–Además de tu novela “Mundos Habitados”, qué recomendaciones de lecturas y autores nos harías. 

–Los ensayos de Natalia Ginzburg. Lo demás son cosas mil veces leídas: Dublineses, de Joyce. Los cuentos de Cortázar. Eso recomendaría leer tratando de fijarse en cómo se reconstituye la realidad en las palabras.

 

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