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12 de Enero de 2023

Jorge Marchat Lazcano: “Soy un dinosaurio de la enfermedad”

El autor de la exquisita novela “El favorito de las viejas” que ficciona la vida del excéntrico Marqués de Cuevas, “Cuevitas”, hace 27 años que tiene VIH Sida. Es de los pocos autores que aborda la homosexualidad con profundidad literaria, cosa que él mismo denuncia casi nadie hace en Latinoamérica. Aquí pelamos un poco con la alegría de volver a encontrarnos en torno a un libro que ha sido destacado por los críticos de arte de Chile.

Por
Chile sí tuvo su presidente gay, Jorge Alessandri, que fue siempre un homosexual reprimido, metido dentro del closet, silenciado, como se imponía en su época. Los únicos que se burlaban de él eran los de la revista satírico-política Topaze y lo llamaban “la señora”.
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–¿Quién es hoy en Chile el favorito de las viejas?   

Jorge Marchant Lazcano (73), periodista, escritor y guionista, lanza una risita larga. Se apoya en la pared de su encantador departamento en el quinto piso del emblemático edificio Barco de calle Santa Lucía, y responde con su serenidad de siempre:

–Boric de las viejas medio ingenuas y Kast de las viejas maléficas, las de derecha.

Ninguno de los dos aludidos, sin duda, le llega a los talones a Jorge Cuevas Bartholin o George de Cuevas o El Marqués de Cuevas, nombres de un notable personaje nacido en Chile en 1885 que encontró fama y fortuna al casarse con Margaret Rockefeller Strong, una nieta del potentado John D. Rockefeller, en París el 3 de agosto de 1927, y convertirse en millonario, empresario y coreógrafo y creador de una compañía de ballet en Nueva York de altísimo nivel. Ahora, con apego a muchas crónicas escritas pero con la libertad de su imaginación, Jorge Marchant Lazcano novela la increíble historia de quien es considerado el epítome de la siutiquería chilena. El siútico por excelencia, eso que en otras latitudes se denomina un snob. Y ha bautizado su historia así: “El favorito de las Viejas. Una novelita sobre el Marqués de Cuevas”.

“Esta es una novelita en donde la crueldad y el arribismo se ensañan dentro de la elite chilena, en la figura de un hijo diferente, despreciado por sus aspiraciones, aunque más por su condición de siútico, una categoría social despreciable, en un mundo marcado por diferencias sociales”, precisa la solapa del libro que se lanzará la semana que viene, con el actor Ramón Núñez, leyendo en español afrancesado las reflexiones de “Cuevitas”, como despectivamente lo llamó Joaquín Edwards Bello.

“Descrito por plumas tan diversas como las de Joaquín Edwards Bello (´Cuevas, como la poesía moderna, se salta todas las explicaciones´), Jorge Edwards (´Parecía siempre fuera de tiesto´) y hasta Óscar Contardo, quien lo describe en su libro ´Siútico´ como ´el chico expiatorio de una tribu caníbal´”, seguimos leyendo en la contratapa del texto publicado por Cuarto Propio y elegido por el Círculo de Críticos de Arte de Chile como la mejor novela del año.  

–¿Crees, Jorge, que los jóvenes de hoy tengan alguna idea de quién fue el marqués de Cuevas?

–No tienen idea y me imagino que si lo conocen puede que lo consideren detestable, porque era un arribista extremo, preocupado de los apellidos, tema que hoy a todos parece despreciable, con una grandilocuencia absurda. Con eso de mentir sobre Chile, vendiéndonos al mundo como una sociedad elegante y sofisticada del fin del mundo. El personaje en  mi novela se presenta a través del desconocimiento, ni siquiera él cree en lo que le pasó: casarse con la nieta del multimillonario Rockefeller, tener dos hijos, fundar una compañía de ballet. Todo eso es cierto en la historia, donde opera más la fantasía es en todo lo que tiene que ver con los rusos, el asesino de Rasputín y eso que ya es parte de su leyenda.

–¿Símbolo de qué aspecto de la chilenidad es el Márques de Cuevas?

–Representa ese afán extremo de ser alguien que no eres. De aparentar. El mismo hecho de haberse comprado un título nobiliario, que pagó ella, su mujer, aunque Margaret detestaba ese título, revela el arribismo de querer pasar gato por liebre, de pasar a un simple Cuevas por marqués. Era un hombre único y estrafalario, pero que se mantiene vivo como una piedra en la identidad de la sociedad chilena.

–Joaquín Edwards Bello, que sí era cuico, aristocrático para nuestros parámetros, siempre ninguneó a Jorge Cuevas, al punto que lo llamaba “Cuevitas”. ¿Por qué? 

–En un pasaje inicial de la novela yo lo explico en boca de Cuevitas. Él mismo se pregunta: “No sé de dónde inventaron eso de que yo era siútico (…) Aunque yo sigo pensando que fue la culpa de Edwards Bello, quien parecía tenerme miedo, como si yo fuera a contagiarlo de una enfermedad. ¡Esa obsesión que tenía de describir personajes en sus novelas que, según él, se me parecían! Rotos, inútiles, fracasados, maricas”.

Y entramos a un mundo que Jorge Marchant Lazcano conoce bien: el de la homosexualidad, la negación y la discriminación, donde ciertamente Chile y el mundo han experimentado muchos cambios desde los años en que Jorge Cuevas impuso su siutiquería en Nueva York, vía casamiento y paternidad.

Patricia Espinosa, la exigente y temida crítica literaria de Las Últimas Noticias, escribe sobre la que llama “una novela de lujo”: “Este autor no se equivoca nunca: sabe con precisión a dónde va, y su escritura es firme, sólida. En esta narración sobre hombres disidentes amalgama de inmejorable manera la crisis de género con un radical cuestionamiento a la razón victoriana que segregaba y sancionaba como delito lo que en ese entonces era denominado uranismo”.

Para el que no sepa, la RAE define “uranismo” como homosexualidad masculina.

Un horrible Juego Sexual

–Aunque comparto que hoy en Chile la gente prácticamente no lee, menos la joven, al punto que si vendes una primera edición de mil ejemplares eso se considera un éxito, la gente joven que ha leído “El favorito de las viejas” lo ha hecho en esa clave, la de la homosexualidad masculina encubierta –dice Jorge, quien es homosexual desde su juventud y reconocido pública y literariamente como tal a partir de la publicación en 2006 de la novela “Sangre como la mía”.

“Sangre como la mía”, que ganó el Premio Altazor 2007 y ha sido publicada en España y Francia, es para muchos, incluido su autor, una de las novelas sobre homosexualidad más sólidas y honestas escritas en Chile, país extremo y esquina de un continente donde el tema se sigue eludiendo, a diferencia del mundo anglosajón y europeo, sostiene Jorge. Contagiado de VIH-Sida desde hace casi tres décadas (“Soy un dinosaurio de esta enfermedad”, declara, sonriente), sabe de una realidad que le parece profunda y clave en las sociedades actuales.

–Siempre has sido discreto, más observador que hablador, lo opuesto a un activista. Desde esa objetividad, ¿percibes que hay cambios evidentes en términos de inclusión de los homosexuales y las minorías sexuales? 

–Sí, pero son más bien light, más formales que de fondo. Hoy en series y teleseries se ve parejas de homosexuales o lesbianas frecuentemente. Post pandemia, después de haber visto todas las series durante lo peor del COVID-19, he vuelto a seguir teleseries y me he encontrado con un personaje homosexual, que es el hijo del personaje que encarna Pancho Reyes, en “La Ley de Baltasar”. Es un gallo casado, médico, que es un gay encubierto, un capitalista fiero. El público lo percibe como un personaje malo y a mí me parece real, logrado, interesante.

De esto, Jorge sabe. En los tiempos en que los escritores despreciaban a los que se metían a escribir guiones para teleseries, él fue uno de los pioneros, además de muy exitoso. “En esa época, los personajes homosexuales estaban en clave de humor, se hacían chistes. Eran queribles, pero caricaturizados. Nada que ver con lo que lograba el cine, por ejemplo, desde muchos años antes. Yo veo permanentemente una película estupenda, donde actúan Audrey Hepburn y Shirley MacLaine. En español, la titularon La Mentira Infame. Es de 1961 y resulta absolutamente contemporánea y tiene un nivel de profundidad sobre el tema notable. Trata de dos profesoras lesbianas, la recomiendo. Es tremenda. Aunque, verdaderamente, sólo la literatura es capaz de penetrar en la profundidad de un tema tan complejo como la homosexualidad.

El escritor, quien vive con la pareja que encontró hace unos ocho años y con la que se casó en plena pandemia, tiene un buen pasar, pese a la enfermedad y a que ya no gana lo que cobraba mensualmente cuando era guionista de TV. “Vivo de rentas privadas y de una pensión mísera, como todos los chilenos. Ah, y semestralmente recibo mi cheque por derechos de autor. No es para estar rico, pero es una alegría cuando toca”, comenta con la sencillez que lo caracteriza.

–¿Qué piensas de los actores de teleseries que ganaban sueldos millonarios en sus mejores tiempos y hoy alegan por sus bajas pensiones?

–No me gustan los que se quejan, cuando ganaron sueldos millonarios, votaron la plata y no tuvieron ni un poco de previsión de lo que venía para el futuro. Se creyeron que serían estrellas eternas. A mí me gustan los actores silenciosos, como José Soza, que demandó a TVN, por concepto de previsión y vacaciones no pagadas durante los largos que trabajó en el área dramática, y recibió una millonaria indemnización. A mí, Quena Rencoret y María Elena Wood me sacaron de mi rol de editor de teleseries, cuando despidieron a Vicente Sabatini y a Pablo Ávila. Fue muy feo, muy inesperado, muy poco humano. La abogada que vio mi caso me aconsejó no querellarme, porque eran los años en que yo vivía mitad en Santiago y mitad en Nueva York, y eso complicaba las cosas. Iba a ser un proceso largo y desgastador; preferí dejarlo.

–¿Está mala la tele abierta?

–Hoy muestra lo peor de nosotros mismos. Es impresionante un programa que dan en las noches que se llama Juego Sexual, donde unas mujeres espantosas conversan con entrevistados de tercera clase, cómicos revenidos, animadoras de las que nadie se acuerda, toda suerte de perdedores, como si se tratara de grandes personajes de la historia. Es atroz.

De Gabriela Mistral a Emilia Schneider

Jorge tuvo una pareja durante 20 años, que en los años 80 debió buscar en Estados Unidos la triterapia que impediría su muerte por VIH en Chile, donde entonces no había tratamiento alguno.

–Pepe estaba literalmente muriéndose y partió a Nueva York en una acción heroica de supervivencia. No tenía contactos, por lo que el comienzo fue durísimo. De a poco, las cosas fueron mejorando. Allá hasta los turistas tenían derecho a tratamiento. Finalmente, logró comprar el departamento que arrendaba en Nueva York. Ahora volvió a Chile. Tiene 55 años, es mucho menor que yo. Dejamos de ser pareja hace años, pero mantenemos una estupenda relación.

–¿Cómo está de salud?

–Bien, aunque el Sida y el tratamiento dejan secuelas. Se le va un poco la onda… nada grave.

–¿Y tú: cómo estás?

–Ya dije: soy un dinosaurio de la enfermedad. La tengo desde hace 27 años. Dicen que el VIH agrega unos cinco años de edad a causa del efecto de los medicamentos y del virus mismo. O sea, yo tendría como 80.

–Te ves regio para 80 –le dijo y nos reímos juntos. Él concluye:

–La enfermedad hoy es manejable, a uno se le olvida. Al mundo se le olvida. Sobre todos a los jóvenes y la pandemia por COVID-10 ha contribuido al descuido. Como que volvió piola al SIDA. Hay poco seguimiento de los casos y para qué hablar del aumento de las enfermedades de transmisión sexual; el otro día leí números de sífilis en el norte que me parecieron impresionantes. El descuido y el descontrol son totales. Yo estoy con algunas dificultades de movimiento. Me he caído tres veces. Ando con bastón, el que para mí se ha convertido en una tercera pierna imprescindible. El neurólogo me tiene tomando un remedio de por vida, un medicamento que es para el Parkinson.

–¿Cómo te llevas con los médicos?

–Los médicos son atroces. Te dan recetas y no te explican nada. Pero hay muchos buenos y algunas personas que hicieron una tremenda labor de ayuda en Chile, sobre todo cuando no había tratamiento. Gente como José Claro que vendía medicamentos a precios muy baratos. No era gay, sólo estaba impactado con el virus y quiso ayudar. Era tan inocente que le vendía a todo el mundo. Los citaba en su casa. Y así le hicieron la encerrona. Recibió a una señora y detrás llegó la policía, lo metieron preso y murió al poco tiempo. Era nieto de Gabriel González Videla. En su minuto, la revista Qué Pasa, que ya no existe, contó la historia. Yo le compré medicamentos y admiro su solidaridad, porque durante esos años el VHI era mortal. Yo perdí como 40 amigos, tengo una lista con sus nombres.

Cuenta que, aunque él siempre fue muy discreto, una vez supo que alguien decía de él:

– “Yo tengo un primo que trabaja en TVN, escribió Estúpido Cupido y tiene SIDA”. ¡Imagínate! Entonces yo me estaba fogueando para abordar literariamente la homosexualidad y reconocerme en lo público. Así nació “Sangre como la mía”.

–Las revistas gringas hacen anualmente el ranking de las cien personalidades gay más influyentes en todos los ámbitos. ¿Acá se podría hacer lo mismo?

–Sí, claro, pero no habría nunca cien –responde y trata de jugarse por las 10 más influyentes. Todas las que menciona son escritores. Y la mayoría están muertos. Dice:

–La primera y principal es Gabriela Mistral; luego nuestro primer Premio Nacional de Literatura, Augusto D´Halmar, sobre quien escribí “De ahí venía el miedo”; José Donoso, tan atormentado; Pedro Lemebel, sin duda, creador de una manera de narrar que nadie ha logrado imitar y muchos lo intentan –va diciendo, sin salirse del mundo literario.

–Hace años en una entrevista a Gabriel Boric le preguntaron por su sexualidad y por qué en el anuario del colegio su apodo era Gay-briel y habló de sus escarceos adolescentes con compañeros de su sexo. ¿Podría estar en tu lista? 

–No. Yo lo observo con curiosidad y simpatía. Recuerdo al joven dirigente estudiantil que se mostraba con una polera con la cabeza del asesinado Jaime Guzmán y lo comparo con el hombre que hoy trata de ser prudente. Audiovisualmente me parece interesante, por cómo se mueve. Me fijo en su barba y en sus trajes bien cortados de hoy. Y aunque no sabía eso que me cuentas, es coherente con un joven progre, de vanguardia, que pudo tener esas experimentaciones juveniles. Chile sí tuvo su presidente gay, Jorge Alessandri, que fue siempre un homosexual reprimido, metido dentro del closet, silenciado, como se imponía en su época. Los únicos que se burlaban de él eran los de la revista satírico-política Topaze y lo llamaban “la señora”.

–¿No entra en tu lista de diez influyentes el ministro de Educación, Marco Antonio Ávila?

–No me parece que califique. Sí mencionaría a Isabel Amor, de Iguales, por su activismo por la causa, y a la diputada Emilia Schneider. Ella sí que debe padecer el peso del Congreso, una de las instituciones más patriarcales y machistas de Chile. Me imagino cómo se deben quedar pelándola todos esos hombres cuando pasa y veo que ella no se achica. ¡Ese sí es un buen nombre!

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