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18 de Noviembre de 2010

Natalia del Campo y su "cabeza de melón"

Hace tres años, una exótica e inteligente mujer me lanzó una frase que destruyó mi pequeña autoestima intelectual. “Tienes cabeza de melón”, me dijo. Me imaginé mi cerebro muy arrugado, apretado, una pasa deforme nadando en una piscina gigantesca con leve sinapsis.

 

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Hace tres años, una exótica e inteligente mujer me lanzó una frase que destruyó mi pequeña autoestima intelectual. “Tienes cabeza de melón”, me dijo. Me imaginé mi cerebro muy arrugado, apretado, una pasa deforme nadando en una piscina gigantesca con leve sinapsis.

 

“Cuando esperas guagua el cerebro se te achica”, agregó. Ahí estaba: tenía 3 meses de embarazo de mi primera hija y no tenía idea en lo que me estaba metiendo. La frase de la chica exótica me acompañó el resto de los meses, en el nacimiento, en el shock inicial cuando veía comerciales y me ponía a llorar. Tengo cabeza de melón me decía cuando comenzaba la lactancia non stop, en las noches cuando mi hija se despertaba por regla a las 3am.

 

Más que de melón, sentía que mi cerebro era una bomba a punto de desinflarse. Si agarraba un libro no pasaba de la primera página, y veía como todos mis amigos, menos yo, hablaban de corrido. Ya no había memoria para lo de antes: perdí el cálculo de las últimas temporadas de las series de TV, olvidé los estrenos exactos de cada jueves, me perdí muchos discos nuevos.

 

Sin embargo, mi cabeza de melón funcionaba fantástico cuando se trataba de recordar las gotas de paracetamol, lo que dijo y no dijo el pediatra, los kilos exactos de peso mes a mes, mientras a empezaba a mudar en tiempo record, a calentar eficazmente papillas y mamaderas.

 

Como en algún minuto volvió la calma, me puse a bucear teorías. Y en internet estaba la diatriba de la exótica: “El cerebro de la mujer se encoge durante el embarazo y seis meses después del parto”. El mío está para exhibición, pensé, mientras leía a la autora de “El cerebro femenino”, una sicóloga que dice que la biología les exige a las madres estar con sus hijos, no por opción sino por necesidad.

 

El mismo proceso sufre la madre adoptiva. Es un fenómeno relacionado con la secreción de hormonas de vínculo afectivo. Ok.  Y encontré el remate que faltaba: el cerebro se recupera 6 meses después del parto, y se vuelve más eficiente que antes. Fantástico. Más eficiente.

 

Como lanza una periodista con premio Pulitzer tener un hijo mejora el cerebro. La maternidad nos hace más competentes en el oficio de vivir. Dentro y fuera de la casa. Me acuerdo cuando volví a trabajar después de mi primera guagua: me di cuenta cómo antes perdía el tiempo y cómo lo que parecía un problema tormentoso, o no lo es o se puede solucionar en forma rápida y asertiva. La bioquímica y la inundación de hormonas nos preparan para desarrollar una mayor agudeza, eficacia, resistencia, motivación y sociabilidad.

 

Y lo que más me gusta, para saber jerarquizar lo importante de lo superfluo. Menos info basura, un cerebro concentrado en tus hijos. En fin. Viva la cabeza de melón. Porque después de la etapa de reduccionismo cerebral, las mujeres quedamos convertidas en eficientes amazonas.

 

Sobre la autora: Mamá de Eloísa y Julieta. Periodista de la Universidad Católica con postítulo en gestión cultural. Lleva 10 años trabajando en radios, fue conductora y directora de Radio Concierto, hoy es voz en Radio Duna y del podcast Mediápolis. Es profesora de la Facultad de Comunicaciones UC desde donde dirigió “Himnos Locales”, serie de documentales radiales sobre canciones chilenas, ganador del Fondo del Consejo de la Música 2009. 


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