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7 de Abril de 2020

Tiempo libre y educación: Los trapitos sucios de la pandemia

"Se devela ante la desaparición física de la sala de clases, que existe una ruptura entre los aprendizajes que viven los estudiantes en su vida cotidiana y los que ocurren en las escuelas".

Por Carlos Pérez Aguirre
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Carlos Pérez Aguirre es Profesor de Inglés y curriculista

La crisis originada por la pandemia del virus COVID-19 pone en jaque global al modo en que concebimos acciones cotidianas como nuestro trabajo o la vida social. Además, evidencia las falencias y violentas desigualdades del sistema económico en que vivimos. En este punto se sitúa el debate que vive por estos días nuestro país en relación con la educación. Profesores, estudiantes y apoderados han presentado sus reparos ante la llamada “modalidad on-line” que impulsa el gobierno. Argumentan desde la falta de regulación del teletrabajo hasta el contexto de ingente desigualdad social en Chile.

Sin pretender dar una solución a lo que debiera ser el trabajo pedagógico durante este año, quisiera discutir algunos elementos relacionados con educación y que subyacen al debate ya mencionado. Ellos son, el ocio y su conexión con el mundo escolar; y por otra parte el desarrollo de habilidades que es una tarea pendiente en nuestro sistema educacional. Si el acceso a Internet o a educación de calidad son indiscutiblemente atravesados por la condición de clase de los y las estudiantes, el acceso a tiempo de ocio adecuado es otro aspecto dentro de esas coordenadas que desafortunadamente no se discute en una suerte de naturalización ideológica. El debate devela que existiría una grieta entre los aprendizajes en casa y en la escuela.

En su libro “Cartas a Cristina”, Paulo Freire analiza tal desconexión refiriéndose a su aprendizaje exitoso como estudiante al comenzar su vida escolar y no experimentar la tradicional “ruptura” entre la casa y la institución educativa formal. Freire señala un continuo entre los aprendizajes relacionados con la experiencia sensorial y significativa en el patio de su casa junto a sus padres, y la metodología de su profesora primaria que más que depositar conocimientos en él, lo estimulaba a “conocer”.

Para entender mejor este divorcio estructural que existe entre el tiempo libre de les estudiantes y el tiempo para las labores académicas, quizás es necesario analizar lo que entendemos por “ocio”. La sociedad capitalista que habitamos entiende el ocio como un elemento contrapuesto al trabajo donde las personas necesitan tiempo libre para liberarse física y mentalmente del fastidio que suponen unas actividades ajenas a ellas.

¿Tal disociación es natural u obedece a la propia estructura del trabajo en nuestra sociedad? Es posible pensar que ocio y trabajo, entendido como transformación de la realidad, están ligados de forma íntima y es el ocio el tiempo en que nos encontramos con nosotres o con otres para recrear y repensar ese mundo en construcción a través de múltiples expresiones. Marx decía que las y los obreros necesitan una parte de su tiempo para satisfacer sus necesidades espirituales y sociales cuyo número y extensión dependen del nivel cultural general. Entonces, mientras más nutritivo y amplio sea el ocio, más complejas nuestras necesidades de ocio, mejor nuestro aporte al trabajo y por consiguiente a la transformación del mundo. Este diálogo entre trabajo y ocio avanzaría entonces hacia el progreso de las sociedades y la liberación de ellas. Por otro lado, conservar el modelo de producción capitalista, implica entre otras cosas mantener trabajo y ocio separados y como ocurre históricamente limitar este último y dejarlo en el ámbito de lo físico y de la satisfacción individual.

En este punto cabe cuestionar cómo se da el ocio en Chile. Nuestro país es uno de las países de la OCDE donde más tiempo se trabaja, pero donde esa cantidad de horas no se relaciona con el nivel de producción. Según lo analizado anteriormente, el tiempo de ocio no sería suficiente y el país vería mermado su desarrollo cultural. Pensemos ahora particularmente en esos trabajadores precarizados, con bajos sueldos, viviendo lejos de sus lugares de trabajo, con pocas o nulas probabilidades de desarrollo laboral o con dobles jornadas laborales. Sin duda ellos y ellas, la mayoría en Chile, dedicarán su escaso tiempo libre sólo a recuperar sus cuerpos para el siguiente día. Sumemos a esto, los costos que limitan y elitizan actividades tan necesarias como asistir a un teatro o leer un buen libro.
Es en este ámbito donde estalla la crisis de la educación en tiempos de pandemia. Se devela ante la desaparición física de la sala de clases, que existe una ruptura entre los aprendizajes que viven los estudiantes en su vida cotidiana y los que ocurren en las escuelas. Los conocimientos generados en uno y otro lugar no se complementan. Parafraseando a Freire la enseñanza en la escuela no invita ni enseña a conocer. La experiencia cotidiana tampoco encuentra respuestas en la formal. Aún si existiese una relación entre ambas, los apoderados quienes debieran acompañar los aprendizajes cotidianos de les estudiantes no están preparados para ello, no gozan de condiciones materiales para realizarlo y tristemente su ocio no es un lugar estimulante ni nutritivo para sus hijos pues es el tipo de ocio capitalista destinado solo a reponer, con suerte, el cuerpo.

Debemos asumir el tiempo libre de las y los trabajadores como un elemento trascendental para la superación del subdesarrollo. Iniciativas como el proyecto de ley llamado de “Las 40 Horas” están en sintonía con esta definición. El ocio está profundamente imbricado con la tarea educativa de las instituciones formales, complementando y profundizando los aprendizajes que se producen en la escuela. Otra línea de acción enfocada en la equidad es la gestión del tiempo libre de niñes y adolescentes que asegurar su acceso y el de sus familias al mundo de la cultura, las artes, la formación cívica, etc. Esta gestión debe coordinarse con el currículo escolar. En nuestra realidad social, dejar el ocio de los niños y las familias en el ámbito de lo privado es profundizar la desigualdad.

Por último, es necesario abordar lo que sucede en las escuelas. La crisis desnuda la realidad que las últimas reformas educativas han intentado abordar y que mediciones como el SIMCE reflejan porfiadamente: Nuestros estudiantes no desarrollan habilidades superiores en las escuelas, por lo tanto, difícilmente emprenderán procesos autónomos como los que implica la educación a distancia. Adicionalmente, la mayoría de los profesores no hemos sido formados en el trabajo de habilidades. Tampoco la organización curricular está hecha en función de esta necesidad. Seguimos centrados en el traspaso de conocimiento. Tal vez por esto parece un sin sentido tener a profesores creando guías y a apoderados y estudiantes estresados tratando de “completarlas” en una generalizada sensación de caos. El estado debe generar condiciones reales para cambiar el rol de los docentes desde la experticia del conocimiento hacia la mediación de éste. Definición que estaría a tono con el objetivo de formar futuros trabajadores y trabajadoras con vocación de cambio social.

En suma, la crisis actual representa una oportunidad para identificar aquellas áreas donde persisten las desigualdades. Una oportunidad para cuestionar aquello que nos parece natural. No nos podemos permitir después de la crisis seguir bajo las mismas concepciones de producción, de relaciones sociales y particularmente de educación. Quizás no es ingenuo pensar que, si la crisis nos encontró en pleno proceso constituyente, resulta un deber ocupar estas lecciones para escribir una nueva constitución donde los seres humanos estén en el centro.

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