“Danza, autogestión y creación: mujeres sin tutú”, por María José Cifuentes
La danza pertenece al espacio opuesto a la razón, en su condición de arte perteneciente al mundo sensible, por lo tanto la lógica de los opuestos (hombre/mujer, sabiduría/sensibilidad o razón/irracionalidad) lleva a encasillarla dentro de un espacio femenino.
Ahora bien esta lógica que se ha perpetuado en el imaginario social y cultural proviene precisamente de una visión bastante tradicional que por años se ha impuesto en la mentalidad nacional.
Por Macarena LescornezLa danza pertenece al espacio opuesto a la razón, en su condición de arte perteneciente al mundo sensible, por lo tanto la lógica de los opuestos (hombre/mujer, sabiduría/sensibilidad o razón/irracionalidad) lleva a encasillarla dentro de un espacio femenino.
Ahora bien esta lógica
que se ha perpetuado en el imaginario social y cultural proviene
precisamente de una visión bastante tradicional que por años se ha
impuesto en la mentalidad nacional.
Lógica arbitraria que dice que
las ciencias son para los hombres y las emociones para la mujer,
dificultando la posibilidad de que ellas accedan a planos
racionales que representan un mayor status social o un ícono del poder como el
conocimiento científico, o que los hombres establezcan un vínculo
con sus emociones, entendido socialmente como el “lado femenino”.
La danza a lo largo de
su historia fue una herramienta de participación colectiva que
involucraba a ambos sexos. No obstante, su condición corporal,
emocional e irracional ha terminado por construir en nuestra cosmovisión cultural
un arquetipo, que lleva incluso a identificar a los hombres que
trabajan en esta disciplina como hombres femenizados y a las
bailarinas como mujeres ignorantes sin ideas y discursos propios.
La danza moderna fue el
primer paso hacia la búsqueda de una igualdad de géneros. Fue en el
siglo XX cuando las mujeres se incorporan a los espacios creativos
y educativos. Nace la coreógrafa, ganándose un espacio reconocido
al interior de la sociedad o la mujer pedagoga, estableciendo
modelos de enseñanza propios.
Actualmente, en Chile, los espacios de
creación, educación y gestión se han equiparado en condiciones de
género. Sin embargo, socialmente la danza mantiene una posición
social femenina, condición que dentro de una sociedad patriarcal y
tradicional, como la nuestra, la conserva en un estado de
marginalidad en relación al resto de las artes e inhibe la
incorporación de más hombres a esta práctica disciplinaria.
Sin embargo, su
desarrollo ha ido en aumento en estos últimos años y precisamente
han sido las mujeres las que han tomado los espacios de
representación, creando sindicatos y escuelas. La mayoría de las
coreógrafas realizan la autogestión de sus espacios y de sus
producciones. Nombres como Elizabeth Rodríguez, Paulina Mellado
(nominada a Altazor 2011) e Isabel Croxatto dieron a la danza
independiente un nuevo perfil en los noventa, demostrando que era
posible la creación de espacios de gestión y de producción.
Hoy en
día muchos son los nombres de mujeres que han entrado al espacio de
la creación desmitificando también la imagen de la bailarina no
pensante, generando reflexiones sociales, políticas, artísticas y
culturales mediante sus obras.
En mayo se
estrena una nueva camada de coreógrafas con un discurso potente que
no debemos dejar pasar. Es el caso de Francisca Keller y su Compañía
Zanda -danza al revés- quienes estrenan en GAM (Centro Cultural
Gabriela Mistral, del 6 al 29 de mayo) su obra Carnados basado en viejas prácticas
espiritistas de nuestra sociedad chilena.
Otro estreno que promete es
Un Viaje a Macondo de Valentina Morales, –Sala Agustín Siré,
Morande 750/ del 4 al 21 de mayo– inspirado en el libro
de García Márquez con una interesante propuesta audiovisual y
sonora.
Sin duda una oportunidad para conocer las nuevas propuestas
femeninas de nuestra danza nacional.
María |