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30 de Diciembre de 2014

Magia a la luz de la luna

Como siempre no voy a contar la película. Simplemente formulo algunas preguntas: ¿Podrá un hombre cínico y arrogante cambiar de idea con respecto a lo desconocido? ¿Bastarán las evidencias? ¿O terminará como “el regado regado” de los Hermanos Lumière?

Por José Blanco J.
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José Blanco J. es Profesor de Estado (Universidad de Chile), Doctor en Filosofía y Doctor en Materias Literarias (Universidad de Florencia, Italia). Se ha dedicado a la filología medioeval y humanista, dando especial importancia a Dante, Petrarca y Boccaccio sobre los que ha escrito numerosos libros y ensayos. Ha traducido al castellano textos de cronistas florentinos que vivieron en América en los siglos XVI y XVII. También ha publicado libros de historietas de dibujantes chilenos.

La magia ha estado presente en muchas películas de Woody Allen: en Edipo redimido, cuando su madre opresiva desaparecía en una caja, en Alice con el chino que la sacaba de su cobardía, y en Recuerdos, Sombras y nieblas y La maldición del escorpión de jade. Pero también está contacto con los muertos – real o ficticio – como en Scoop y Encontrarás al hombre de tus sueños.

Sin embargo, la magia en Woody no es la misma, por ejemplo, que la de Federico Fellini, con su intrigante “Asa Nisi Masa” de Ocho y medio, con la hipnosis de Cabiria, o con las incursiones espiritísticas de Julieta de los Espíritus.

En el caso del director romañolo, la magia es una puerta que se abre hacia nuestro inconsciente y el mundo surrealista. En el de Allen llega a ser una forma de espiritualismo y filosofía moral, que reemplaza a la religión.

Estamos en Berlín, en 1928, y el mago Wei Ling Soo es capaz de hacer desaparecer un elefante o de teletransportarse ante un público que lo aplaude maravillado. Es, en realidad, un ilusionista y hace ver a la gente lo que ella quiere ver. De hecho, al llegar a su camarín se transforma en Stanley Crawford y es el mismísmo Colin Firth, que nuevamente se revela magistral interpretando a un ególatra, escéptico y ateo al estilo de Nietzche.

Se aparece un viejo amigo (Simon McBarney, parecido caricaturescamente a Allen) que le pide que lo ayude a desenmascar a Sophie Baker, una falsa médium (la aún casi veinteañera Emma Stone) que está estafando a una acomodada familia en el Sur de Francia.

Parten así hacia la Costa Azul y el director se solaza en describir a la clase acomodada de esa época: autos, muebles, menaje, trajes, sombreros. Todo acompañado por la música preferida por éste: hay incluso una fiesta a lo Fitzgerald con todos sus ritos y detalles.

Como siempre no voy a contar la película. Simplemente formulo algunas preguntas: ¿Podrá un hombre cínico y arrogante cambiar de idea con respecto a lo desconocido? ¿Bastarán las evidencias? ¿O terminará como “el regado regado” de los Hermanos Lumière?

Al final de cuentas quedará el eterno problema: la elección.  En Annie Hall: dos extraños amantes, era la alternativa entre “lo horrible y lo misérrimo” Aquí es entre la vida verdadera y su ilusión: un accidente que le ocurre a un ser querido puede ser una vuelta de tuerca más que convincente, pero… ¡a veces no basta!

Y la segunda lectura. Dentro de poco, en Alemania, muchos no querrán ver el elefante, pero éste seguirá allí: su desaparición no pasa de ser un juego de prestigio. La tragedia incumbe y está frente a los espectadores: sólo se puede remover por un momento del campo visivo.

(Magic in the Moonlight. Francia/USA, 2014)

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