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6 de Abril de 2015

Precarios y Resilientes

En los desastres naturales, los mas débiles son los golpeados con mayor fuerza. Y no hay que engañarse, esta precariedad no está aislada.

Por Antonio Lipthay
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Antonio Lipthay es Arquitecto UC, Magister en Diseño Urbano de London School of Economics (LSE) y socio fundador de Mobil Arquitectos. Planificador urbano y especialista en diseño de alta complejidad. Convencido de que una ciudad bien pensada puede romper con la desigualdad. En twitter @antoniolipthay.

La precariedad ha sido una condición permanente de nuestra sociedad. Lo que nos mantiene así, en un aspecto, es la condición natural de nuestro entorno. Vivimos sicológicamente preparados para algún desastre natural, sea fuego, agua, volcán o terremoto. Y frente a esto nos hemos acostumbrado a mitigar más que prevenir. Y prevenir es un signo de desarrollo.

Nuestro ADN como sociedad está compuesto por un virtuoso “Gen Resiliente” que sin duda es dominante y característico de nuestras capacidades para tolerar y adaptarnos a condiciones adversas. Pero esa virtud es también la que nos hace, a la vez, muy vulnerables. Sabemos enfrentar el desafío inmediato de la catástrofe, pero en general nos mantenemos atentos para prevenir. Y salvo nuestra excelente normativa sísmica, que dicho sea de paso, hace nuestras estructuras más costosas que las de un país no sísmico, en el resto de los demás casos la inversión en prevención parece inadecuada.

Para quienes creemos que el medio físico, tanto natural como construido, son determinantes para el desarrollo de nuestras conductas, nuestra idiosincrasia, y de cómo ella evoluciona, vemos pasajes de gran sufrimiento frente a la destrucción de nuestros asentamientos por efecto de la furia de la naturaleza. Sin embargo al poco tiempo, volvemos a ocupar territorios en el mismo lugar donde se produjo la catástrofe.

Esto tiene dos caras, una, en la que inmediato nos reponemos, solidarizamos y adormecemos el dolor con campañas de emergencia (que en los últimos años son cada vez más recurrentes). En medio de esto, se activan las alarmas de aquellos con herramientas técnico-intelectuales y buscamos poner en la mesa la discusión de la planificación territorial, el fortalecimiento de las instituciones y sus facultades para actuar en la emergencia y por último, buscamos responsabilidades para que exista algún juicio publico que identifique al enemigo que deberá pagar por errores, descuidos u omisiones.

Sin embargo, la otra cara es la que tiene que ver con el tema de fondo y que subyace: la pobreza, la precariedad. Esta se hace evidente cuando una catástrofe como el 27/F, el incendio en Valparaíso, y el 25/M en el Norte de Chile nos afectan. En todos estos casos, los mayores daños, pérdidas de vidas humanas y materiales se concentran mayoritariamente sobre comunidades vulnerables. Los mas débiles son los golpeados con mayor fuerza. Son aquellos que han debido habitar zonas de riesgo potencial, difícil acceso y frágil sistema de autorespuesta.

Y no hay que engañarse, esta precariedad no está aislada, es parte integral de todo nuestro sistema social. Es por eso que planificar es una herramienta (útil y necesaria) que podrá tener efecto real sólo en la medida que nos hagamos cargo de disminuir brechas de inequidad, de invertir (en software y hardware) en las ciudades y pueblos como una manera de impulsar el desarrollo global del país y nos hagamos cargo como cultura, de que el territorio es propiedad de todos, y por lo mismo, cuidarlo no recae en una autoridad de turno, sino, en cada miembro de la comunidad.

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