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3 de Noviembre de 2016

La “uberización” de la ciudad

Los barrios centrales –sobre todo los sectores mejor ubicados y equipados como Providencia, en Santiago- están enfrentando la llegada de la plataforma AIRBNB, un sistema donde los individuos colocan sus propiedades en una lista en internet para que otros las alquilen de forma temporal, y donde la relación negocio-consumidor es inmediata.

Por Isabel Serra Benítez
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Isabel Serra Benítez es Arquitecta Laboratorio Ciudad y Territorio UDP.

El Ministerio de Transporte y Telecomunicaciones acaba de ingresar un proyecto de ley que busca regular a la empresa internacional UBER que se define por ser una plataforma de servicios de transporte que proporciona a sus clientes una red de movilización privada, a través de su software de aplicación móvil.

Sin entrar en la discusión respecto a los temas de control e impuestos de estas actividades económicas –parte de lo que está en el debate-, sería interesante discutir respecto a un fenómeno que pocos han advertido: la “uberización” de la economía y sus efectos en los barrios y ciudades, es decir, cómo la lógica de UBER de vincular demanda y oferta ociosa mediante una plataforma virtual, sin intermediarios, ha ganado terreno y se ha extrapolado a otras materias urbanas. A diferencia de los típicos problemas de ciudad que son espaciales, tangibles y observables, la “uberización” es un asunto mucho más difícil de cualificar y cuantificar, pero con aparentes buenos resultados económicos y de reducción de costos.

Se auguran tantos beneficios respecto a este nuevo modelo de negocio, que ya se está extendiendo a otras áreas como servicios domésticos, jurídicos y residenciales. En este último caso, los barrios centrales –sobre todo los sectores mejor ubicados y equipados como Providencia, en Santiago- están enfrentando la llegada de la plataforma AIRBNB, un sistema donde los individuos colocan sus propiedades en una lista en internet para que otros las alquilen de forma temporal, y donde la relación negocio-consumidor es inmediata.

Hasta aquí todo bien, pero surgen algunas interrogantes. ¿Cómo conviven las distintas actividades de una ciudad? ¿Es lo mismo vivir, residir, habitar en un lugar que pasar unos días en él? ¿Quién y cómo se regulan las externalidades negativas que trae consigo el arriendo temporal de un departamento que pertenece a una comunidad? Algunos efectos que sobre este último punto ya está teniendo el uso de sitios como AIRBNB: primero, la semana laboral de los vecinos de una propiedad ocupada mediante este servicio, no coincide con la semana de vacaciones de los turistas, lo que obviamente trae conflictos. Dos, en general en los arriendos temporales de departamentos donde el dueño no reside, no existe un control de cuánta gente entra, generando problemas de seguridad. Se estipula una capacidad máxima, que finalmente se duplica o triplica.

Tres, la manutención de los espacios y gestión de la basura no es prioridad para los turistas que vienen por unos días. Por lo general este fenómeno viene asociado al desarrollo del turismo de compras, grupos extensos de familiares y amigos que generan importantes cantidades de cajas, bolsas y envases de comida rápida que sin mayor preocupación dejan en cualquier lugar.

Esta es una actividad económica que no está regulada y por ende en algún momento de la negociación, alguien saldrá perdiendo y alguien no querrá hacerse cargo del problema. Sí, esta es una negociación entre privados, a nadie le debiera importar, pero, ¿qué pasa cuando este departamento pertenece a una comunidad, posee espacios comunes y su valor se define principalmente por los atributos urbanos del edificio y su barrio? A partir de esto se entiende que ya no son dos los que participan en la transacción, sino que además están los vecinos de esta comunidad que velan dificultosamente por la manutención de sus edificios y barrios. Éstos deberían ser considerados en el cálculo económico de esta transacción, incorporando las externalidades negativas que genera. No podemos seguir dejando la regulación de la ciudad a la buena voluntad de la mano invisible del mercado.

Debe existir un protocolo de convivencia, más aún en urbes densas y complejas donde cada metro cuadrado está en disputa. Vivir en el centro de las ciudades trae consigo un montón de beneficios, pero también conlleva mucha responsabilidad, sentido de comunidad y colectividad. Obtener ganancias importantes por el arriendo temporal de una propiedad, no es el problema, la discusión comienza cuando no se considera a la comunidad y los espacios comunes.

Hablemos de dónde comienza la libertad del negocio privado, del emprendimiento, y cuándo este interfiere con los intereses superiores de una comunidad. Esta línea hay que definirla y luego, antes de que esto se vuelva ingobernable.

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