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22 de Octubre de 2019

La conversación

"Chile debe dejar de ser una fantasía para unos y una sufrida realidad para otros. Si nos damos cuenta de esta realidad y la compartimos, tenemos un punto de partida para que esa mesa de diálogo comience a construir un modelo de país acorde a los tiempos y a una sociedad moderna".

Por Guillermo Bilancio
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Guillermo Bilancio es Profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibañez. Consultor en Alta Dirección

Chile despertó, dicen algunos.

Chile está atado a los violentos que buscan romper con el orden social, dicen otros.

Desde el gobierno, el discurso oficial está focalizado en la violencia inusitada e injustificada, y que tal situación merece una revisión y la posibilidad de abrir un diálogo.

Desde la oposición, se plantea que la violencia de unos pocos vándalos no tapa la manifestación masiva genuina, que exige un replanteo integral del modelo de país en el que los chilenos quieren vivir.

Son dos diferentes diagnósticos de una realidad que cada uno de los sectores percibe desde su prisma o, mejor dicho, desde su racionalidad limitada.

Ahora, con los hechos consumados y con la sorpresa de que no todo era como se suponía que era en Chile, todos piden una salida pacífica. Ahora, parece ser el momento de “la conversación”.

Pero aquí aparece un problema nunca resuelto: Acerca de qué y cómo conversar.

¿Quién o quienes serán los que definan el eje de la conversación?

¿Cuál es el verdadero propósito de la conversación?

Nadie va a dudar, desde lo políticamente correcto, que el propósito es el bienestar general, es hacer foco en las necesidades de la gente y tener un país vivible.

Pero para alcanzar ese objetivo superior indiscutible… ¿Qué modelo de país es el que se debe diseñar?

Queda de manifiesto que Chile tiene un modelo económico que sostiene al sistema político, fundamentado en acciones centradas en el crecimiento y en un mercado tan libre para la mayoría, como tan protegido a la vez para los sectores más influyentes.

En tal sentido, y desde una perspectiva crítica, se puede afirmar que Chile privilegia la rentabilidad individual por sobre el valor social, lo que representa un capitalismo viejo, acumulador y especulador, lejos del discurso ya agotado sobre la competitividad y la teoría de la creación de valor. Estamos lejos de eso.

No hay duda, que el capitalismo es hoy la opción que prevalece sobre cualquier otra, pero hay que ver como se usa: Al servicio del desarrollo y de una adecuada distribución de la riqueza que genera, o para alimentar la voracidad de unos pocos. Una opción de capitalismo distributivo significa progreso, mientras que la otra es indiscutiblemente retraso.

En estos términos, hay que diseñar la conversación. Y para ello es clave darse cuenta de un conflicto sociocultural que no lleva meses ni años, sino décadas.

Para trabajar sobre ese conflicto, hay que reconocer la brecha entre “ellos y nosotros”. Suponer que no existe tal brecha existencial y eterna no es un buen punto de partida.

Y en esa brecha, unos y otros tienen diferentes fines y utilizan diferentes medios.

Durante décadas, unos utilizaron el potencial de sus medios relacionados con el poder político y económico para coaccionar sobre los fines de los otros. Y eso incrementó las diferencias hasta un punto en que los intentos de resolución, como lo estamos viviendo, terminan en un acto de guerra donde los medios de unos y otros se enfrentan más allá de las desigualdades.

Unos con piedras, otros con la jerarquía y el poder. Dos actos de violencia diferentes, pero violentos al fin.

La conversación debe primero darse en un espacio, en la que cada una de las partes tiene necesariamente que ceder pensando en que la equidad es lo que permite construir una sociedad sólida. En estos días, quedó demostrado que la sociedad chilena es frágil, casi de cartón.

En ese espacio de resolución a partir de la persuasión, unos deben ceder la actitud de supremacía social basada en una economía coercitiva, los otros deben deponer actitudes revanchistas y entender que el bienestar no es una solución mágica.

Para llevar adelante esa conversación, no es suficiente con acciones y ofertas gubernamentales, sino que es imprescindible deponer actitudes y así crear un eje conceptual en términos igualitarios y despojando a cada una de las partes de las intenciones de supremacía.

Será factible que el discurso eterno y desgastante de la equidad y la transversalidad se haga realidad entre los actores relevantes de la política, de la sociedad intelectual y científica, de los empresarios y sindicalistas. Todas las fuerzas vivas alrededor de una mesa común, con un eje y un propósito común. Nada fácil cuando aparece la hipocresía de las partes involucradas en las que ceder o perder está prohibido.

Sin una mesa de diálogo integradora, solo existirá una solución transitoria a los síntomas para cuidar una imagen que ya no es la que el mundo suponía que era.

Es el momento de resolver nuestro sistema cultural, político y de gestión de la sociedad sin pensar en que es lo que “queda bien” en términos de cosmética. Una verdadera transformación.

Chile debe dejar de ser una fantasía para unos y una sufrida realidad para otros. Si nos damos cuenta de esta realidad y la compartimos, tenemos un punto de partida para que esa mesa de diálogo comience a construir un modelo de país acorde a los tiempos y a una sociedad moderna.

Hay recursos. El capitalismo es y será la respuesta pero, así como lo estamos usando, no nos sirve.

Debemos integrar liberalismo con progresismo para avanzar en un espacio más justo para convivir.

Conversar para aprender a convivir. Ese es y será el propósito. Pero hay que ceder y adoptar la actitud de aprender a perder para que finalmente aprendamos a ganar todos.

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