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3 de Octubre de 2021

Amenaza de crisis energética en la antesala de la COP26

En la coyuntura actual y recién emergiendo de dos años de pandemia con complejos escenarios internos, muchos gobiernos podrían optar por diluir los compromisos de descarbonización, acudiendo nuevamente a los combustibles fósiles y estimulando su producción. Esto sin duda sería un golpe fatal a la que quizás sea la última oportunidad de impactar seriamente en la curva de calentamiento.

Por Juan Pablo Glasinovic
En China todavía 2/3 de la generación eléctrica es en base a carbón. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Juan Pablo Glasinovic

Juan Pablo Glasinovic es Abogado

Cuando restan semanas para la máxima cumbre ambiental mundial, la COP26 en Glasgow, Escocia (31 de octubre al 12 de noviembre), en la cual buena parte de la humanidad tenemos puesta las esperanzas de acuerdos contundentes para mitigar el calentamiento global en curso, surgen amenazantes nubes en el horizonte. No se trata de una tormenta que azotará a la ciudad de Glasgow mientras los representantes de los gobiernos, de organismos multilaterales y de la sociedad civil se encuentren discutiendo y negociando los pasos a seguir en el ámbito climático, sino de la conjunción de una serie de factores que pueden descarrilar el proceso, junto con desatar una crisis económica.

Desde hace algunos meses, pero particularmente en las últimas semanas, hemos asistido a una importante alza de los combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón). Ello se debe a varios factores. En primer lugar, la irrupción del COVID-19 generó una alteración sustantiva de los flujos comerciales y del suministro de energía. El cierre temporal de numerosas empresas, de las fronteras y la restricción general de movimiento, implicó una acentuada baja en el consumo energético. Junto con aquello, los países más industrializados y de alto uso de energía, recurrieron a sus reservas ante la disrupción logística y el desbalance entre la oferta y la demanda. Por eso, y a medida que la pandemia se suavizó, la actividad económica fue retomando impulso, con el consecuente incremento en el uso de la energía. Esto provocó presión en el sistema de producción y distribución de combustibles fósiles que sigue siendo la fuente principal de la generación eléctrica en el mundo, el cual estaba haciendo frente a mucha irregularidad e incertidumbre en la demanda. Al existir un desacople entre oferta y demanda por lo antes descrito, en los últimos meses los precios han ido al alza por un exceso de demanda.

En el caso del gas, varios gobiernos sospechan que Rusia, uno de los mayores productores del mundo y el principal proveedor a Europa, estaría contrayendo su producción para hacer subir los precios, junto con presionar por la autorización del funcionamiento del polémico gasoducto submarino Nord Stream 2 que culmina en Alemania y que va a rediseñar el mapa energético europeo.

Sumado a lo anterior, hay factores que tienen que ver precisamente con el clima. En Europa, en atención a una menor intensidad de vientos en estos meses, se contrajo la generación eólica que en algunos países ocupa un porcentaje importante de la matriz, lo que debió suplirse acudiendo en particular al gas. China, país en el cual todavía 2/3 de la generación eléctrica es en base a carbón, en parte por el compromiso asumido por el gobierno de llegar a la carbono neutralidad antes del 2060, y por la disrupción del suministro antes reseñada, se ha volcado a comprar más gas, también empujando los precios y reduciendo su disponibilidad.

La estacionalidad en el hemisferio norte también agrega presión. A medida que se acerca el invierno, aumenta en forma importante el consumo.

La escasez y mayor carestía resultante, ha generado un efecto de pánico en los gobiernos de numerosos países, los que se han volcado a comprar en exceso para rellenar sus reservas o ampliarlas.

En el Reino Unido, país que será sede de la COP26, en las últimas 2 semanas el costo del mega watt hora subió de 147 libras a 540 libras, en atención al súbito e importante incremento en los costos de generación de electricidad, por el alza de los precios del gas natural, que constituye su principal insumo. Y el gobierno británico está considerando otorgar créditos a las empresas de energía para evitar su quiebra.

En Francia, tras cuatro meses de alzas en el precio del gas en casi 35%, el gobierno anunció que congelará su precio hasta abril del 2022. Aunque la electricidad también ha subido, ha sido en menor medida porque la matriz francesa es predominantemente nuclear. El gobierno teme que se repita el fenómeno de los “chalecos amarillos”, que surgió precisamente por el incremento de los precios de los combustibles.

En Perú, una de las razones que se esgrime en el gobierno de Pedro Castillo para nacionalizar Camisea, es también el alza del precio del gas, lo que repercute desproporcionadamente en las personas de menores recursos.

La escasez y mayor costo de la energía está ya afectando la producción industrial. En China desde junio se ha establecido racionamiento en casi todo el territorio, lo que ha significado alteraciones en la cadena de suministros, lo que está teniendo un efecto multiplicador mundial con menos autos, celulares, computadores y productos y componente tecnológicos e industriales, y además encareciéndolos. Eso explica también la prohibición del comercio y generación de criptomonedas en China, por su alto consumo energético.

Ante este panorama, existe el temor de que esto derive en una crisis energética general, lo que a su vez acarrearía una recesión económica, como ya ha sucedido anteriormente.

En la coyuntura actual y recién emergiendo de dos años de pandemia con complejos escenarios internos, muchos gobiernos podrían optar por diluir los compromisos de descarbonización, acudiendo nuevamente a los combustibles fósiles y estimulando su producción. En esa línea, el fracking podría volver a tener un auge.

Esto sin duda sería un golpe fatal a la que quizás sea la última oportunidad de impactar seriamente en la curva de calentamiento.

Pero dentro de este complejo escenario, países como Chile podrían recibir un impulso decisivo para convertirse en potencias energéticas, incluyendo la producción de hidrógeno verde. Mientras más suben los precios de los combustibles fósiles, más atractivas y competitivas se vuelven las energías renovables. Por eso en Glasgow las partes deben resistir la tentación y la presión de salir de este momento complejo por la vía de privilegiar el petróleo, carbón y gas. Y si ello es inevitable porque no hay capacidad de reemplazo en tan corto tiempo, entonces se debe favorecer el gas entre las tres opciones.

La COP26 debe ser la instancia en la que se pueda adoptar un plan concreto de transición en materia energética, procurando armonizar la oferta con la demanda de manera de empujar hacia una convergencia con más certidumbre. Por supuesto esto es una tarea muy compleja por la contraposición de intereses, pero hay pocas alternativas.

Junto con lo anterior, se deben acelerar las investigaciones, desarrollos e inversiones para acumular los superávits de generación eléctrica renovable no convencional, lo que constituye el talón de Aquiles de estas modalidades de generación a la fecha. Otra manera de atacar la escasez energética es promoviendo la interconexión de los países.

La coincidencia de estos problemas energéticos con la COP 26, es, como se ha señalado, una amenaza, pero también una tremenda oportunidad. El resultado dependerá de la voluntad de los principales consumidores de energía en buscar una solución común, que al mismo tiempo considere una asistencia real y significativa para los países menos desarrollados.

Chile, junto con otros seis países, suscribió hace algunas semanas un compromiso de renunciar a la construcción de centrales a carbón. Señales como esas, más la multiplicación de generadoras de energía solar y eólica y el desarrollo de plantas para producir hidrógeno, nos puede ubicar en un lugar central en el nuevo mapa energético mundial. No lo desaprovechemos. Esto podría ser nuestro tan anhelado ticket al desarrollo, además de cuidar, preservar y mejorar nuestro entorno en beneficio de las próximas generaciones.

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