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2 de Febrero de 2024

Cualquier parecido, no es mi culpa

Con pies de barro, disfrazado de un demócrata impoluto, y amparado en su habilidad innata de tergiversar y su talante de hacer discursos llenos de generalidades sin sentido y en promesas que nunca se cumplen, logró lo impensado.

Se hizo del reino. Obtuvo lo que él y sus huestes querían. Hacerse del poder, para crear cargos y puestos nuevos. Entregarles las oportunidades que el mundo injustamente les había negado. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Christian Aste

Christian Aste es abogado

En una Francia aletargada y triste, amaneció el cielo pintado de contradicciones, de promesas incumplidas y de ecos vacíos de verdades ululantes que insistían en ser escuchadas.

En medio del maremágnum sociopolítico, emergió kinetoscópico un apócrifo demiurgo cuyo talento radicaba en su habilidad para manipular la verdad y usarla a su conveniencia.

Con una sonrisa plastificada y un discurso ensayado, el jefe de las hordas manipuladas no solo prometió milagros imposibles, sino que además usó sus trucos de mago charlatán para que sus bufones lo apoyaran.

Con pies de barro, disfrazado de un demócrata impoluto, y amparado en su habilidad innata de tergiversar y su talante de hacer discursos llenos de generalidades sin sentido y en promesas que nunca se cumplen, logró lo impensado.

Se hizo del reino. Obtuvo lo que él y sus huestes querían. Hacerse del poder, para crear cargos y puestos nuevos. Entregarles las oportunidades que el mundo injustamente les había negado.

Pero el jerarca impoluto y prístino, no solo benefició con su inconmensurable generosidad a los activos y fieles militantes de su cofradía, sino que también a todos los que marcharon y permitieron que el zarpazo ocurriera. No se olvidó de ninguno, porque bajo su filosofía buenista y prédica misericorde, todos ellos, han sido, son y probablemente seguirán siendo (si no fuera por él y su ejército incorruptible) víctimas de la explotación y el abuso de un sistema que ha fomentado la acumulación de riquezas, y alimentado el egoísmo y la codicia.

Hasta antes de que emergiera quien es una paradoja en sí mismo, la sociedad estaba marcada por desigualdades flagrantes. En su mirada de hombre de derecho y de bien, no resultaba admisible que mientras las masas hambrientas y desesperadas pulularan en busca de oportunidades, otros disfrutaban, sin siquiera sonrojarse, de privilegios exorbitantes financiados con cargo al abuso.

Se dijo a sí mismo que todo aquello era intolerable, y que alguien debía abogar y enérgicamente por la igualdad, la libertad y la fraternidad. No dudó un minuto, de que él era el elegido.

Como no, sí además de incorruptible y valiente, tenía la gente para eso. Que parte importante de ellos haya provenido del lumpen, y que los principios que lo llevaron al poder hayan sido rápidamente olvidados, mutados y/o en el mejor de los casos atenuados, constituye un detalle. También lo es, es el que la política de los derechos que impulsó prontamente se transformara en una lucha por la supervivencia, y que su mandato haya recordado que la pureza virtuosa no existe, y que no hay hombres completamente buenos, o sólo con luces.

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