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20 de Mayo de 2024

Estamos hartos

Evitemos que se repita lo que dijo Mahatma Gandhi: “Si hay un idiota en el poder, los que lo eligieron están bien representados”.

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AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Tomás Szasz

es filósofo

Las y los que realmente queremos un Chile feliz, tan equitativo como posible, moderno y de bonanza, estamos hartos de inventos y maquinaciones de la izquierda extrema en el poder, de torcer las críticas, de responder a las necesidades con frases grandilocuentes en lenguaje complicado e incomprensible, de contradecir hoy todo lo dicho o afirmado ayer, de ser los campeones de volteretas con tal de distraer la atención del público. Ninguna y ninguno se pone colorado por retractarse o explicar lo dicho; costumbre que contagiaron también a aquellos miembros del ejecutivo que no son de los dos partidos. Ya no se trata de equivocaciones, de interpretar mal las señales entregadas tanto por la oposición como sus socios izquierdistas, sino mentir al que ellos llaman “El Pueblo”, por el que dicen estar luchando. Se trata de una inquebrantable convicción ideológica, una superioridad moral que las y los autoriza a tergiversar, mentir y desinformar. No es casualidad sino firme convicción que son dueños de la verdad y que esa verdad reside en que únicamente un Estado omnipotente puede enderezar al país; un Estado de extrema izquierda cuyo modelo no hay que buscar mucho y al fin y al cabo solo endereza la vida de quienes ostentan el poder y de los cercanos incondicionales.

No se trata de restablecer la seguridad ciudadana sino tolerar la inseguridad y el caos, pues esa sería la única forma no-revolucionaria para llevar a cabo su revolución refundacional. No se trata de instalar la calidad en la educación – privada y/o pública – sino mantener un nivel tan bajo como posible, pues un pueblo instruido no acepta el manejo de un Estado absolutista. No se quiere extinguir la salud privada y reemplazarla por una pública mejor sino ser el único proveedor del servicio y por ese medio tener el poder sobre la gente. El juvenil Frente Amplio – ahora unido bajo ese nombre – ha sido exquisitamente manejado por el viejo Partido Comunista y hasta podríamos estar en el umbral de un nuevo “estallido social” provocado por estas dos fuerzas políticas, si no hay otra manera de impedir entregar a Chile a la ojala no extrema derecha, sino a un conglomerado que parece que está formándose entre las fuerza centrales.

El objetivo es que todo, absolutamente todo – salud, educación, seguridad, trabajo, servicios públicos, etc. etc., dependan del todopoderoso Estado, manejado por el omnipotente presidente de turno, manejado a su vez por la cúpula del Partido. No del FA sino de PC, claro.

Esa izquierda está fundamentalmente, como un enfoque obligatorio, en contra de todo lo que es o pueda ser privado. En su mente cualquier cosa que no sea del Estado está demonizado, como algo que ataca al bienestar y el futuro de las personas. La calladita maldición de la propiedad en sí forma la base de dicha ideología. El Capitalismo, tan defenestrado al principio por el dúo Marx-Engels – pero denostado al final por ellos mismos –, es el diablo. Poco importa que el siglo y medio que pasó desde la primera afirmación demostró todo lo contrario: donde el capitalismo se desarrolló y se transformó de feroz a democrático y benévolo, la felicidad alcanzó a la inmensa mayoría de las personas. En cambio, donde las revoluciones de origen marxista – o sus colores territoriales -triunfaron o se impusieron a la fuerza, la felicidad no existe o se reduce a la de un selecto grupito que rodea al poder.

No es una casualidad o una política errónea el frenazo al litio, a la modernización del cobre, a la postergación del hidrógeno, a una política anti-inversionista. Es un frenazo concienzudamente aplicado al desarrollo, que juega contra al poder de la extrema izquierda. Y mientras mantienen la política – y la opinión pública – en continua desinformación y confusión, el centro y la derecha, en vez de unirse bajo un programa redentor del país, parece una jauría de perros rabiosos que se muerden y rasgan entre ellos y algunos, lamentablemente, hasta tienen la misma soberbia que los sentados hoy en el poder.

Así, no iremos a ninguna otra parte que la que éste se propone. Justamente hoy, cuando por fin existen señales que los movimientos políticos más cercanos a un pensamiento central podrían convertirse en una fuerza desequilibrante – y que sin duda conseguiría la mayoría de los votos ciudadanos – las señales son poco alentadoras. En su esencia es tan ínfima la diferencia entre las ideologías que abarcan desde Demócratas a la UDI que es incomprensible el no haberse conglutinado ya, formando por lo menos un pacto o una coalición que proponga un plan de recuperación para el país. Lo impiden las ambiciones e intereses personales, el erróneo egoísmo que dejará nulo – o malo – recuerdo sobre los personajes referidos en los anales de nuestra historia. Los resultados de elecciones que se aproximan podrían ser la base de las futuras décadas; ojalá los referidos se den cuenta de ello.

Evitemos que se repita lo que dijo Mahatma Gandhi: “Si hay un idiota en el poder, los que lo eligieron están bien representados”.

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