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9 de Septiembre de 2011

Presidente del Movilh reveló su pasado combativo

Rolando Jiménez contó episodios de su vida que hasta hace poco sólo conocían sus cercanos. Su lucha contra la dictadura militar, las torturas, la salida del PC y las veces que fue relegado al sur.

Por El Dínamo
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La aplicación de corriente como método de tortura -dice como para quitarle gravedad a un tema tan oscuro- duele “menos que tener un cálculo renal”.

Antes de ser activista gay, Rolando Jiménez fue detenido en decenas de ocasiones por luchar contra el régimen militar desde distintos referentes políticos y sociales. Sufrió apremios ilegítimos y para rematar, también fue relegado al extremo sur del país. Dos veces.

Esta historia y sus detalles, hasta ahora sólo eran conocidos por sus más cercanos. Pero el presidente del Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh) acaba de ser calificado como víctima de violación a los Derechos Humanos en el nuevo informe oficial de la llamada Comisión Valech. El suyo es uno de los 9 mil 795 nombres que se sumaron a los 27 mil 255 que en una primera instancia se reportaron como afectados con prisión política y tortura.

Llegó el momento de abrir ese clóset y hablar. Y Jiménez decidió hacerlo.

En investigaciones previas de comisiones oficiales sobre DD.HH. él siempre optó por no presentar sus antecedentes porque sentía que la lucha emprendida no requería ninguna reparación del Estado. Entonces, la primera pregunta estaba dada.

-¿Por qué ahora sí?

-La gente que me quiere, que es con la que trabajo en el Movilh, y que son una familia para mí, me presionaron durante meses para que entregara mis antecedentes al proceso de la Comisión Valech. ¿Por qué? No tengo previsión, no tengo propiedades, casa propia ni cuenta corriente y ya tengo 52 años. Y porque se me abre una posibilidad concreta para estudiar.

-¿Estudiar?

-Voy a estudiar derecho, porque hay una beca y si está todo bien entraré en marzo del próximo año, vespertino. En el Movilh nos hace falta un abogado con dedicación exclusiva, pues hemos dependido de la buena voluntad de muchos profesionales demasiado tiempo. Si yo me titulo, vamos a tener una herramienta preciosa para seguir nuestra lucha.

Además, quiero juntar plata para postular a un subsidio habitacional y comprarme una casa. Son cosas mínimas para cuando uno esté más viejo. Esas son mis motivaciones. Un poco tarde, pero tengo que hacerlo.

-Te corresponde porque fuiste víctima de apremios.

-Sí, pero en todos estos años he visto cómo gente que no hizo un puto esfuerzo por luchar contra la represión recibió una serie de beneficios económicos.

-¿Por qué te costó más reconocerte como víctima de torturas que como homosexual?

-No es eso. Es que siempre actué en base a una tesis personal: yo sabía en lo que me metía cuando a los dieciséis me puse a pelear contra la dictadura. Cuando me meto en algo doy el cien por ciento. Y siempre me pareció que las cosas oscuras que me pasaron eran, entre comillas, parte del juego. Además, nadie me obligó. Tenía un tío que había sido del MIR y que estuvo detenido, pero nunca tuvimos una conversación política.

ELECTRICIDAD

Jiménez inició su lucha en 1976, una de las épocas más oscuras del régimen. En la zona norte de Santiago organizó protestas, tomas y barricadas. Y los aparatos de seguridad comenzaron a observarlo.

La represión en su contra fue aumentando en forma progresiva, con cada detención. De las golpizas sistemáticas se pasó a los secuestros en maleteros de vehículos policiales, a los desnudos contra su voluntad y la aplicación de electricidad.

Una de las detenciones más duras la viví, más encima, con una de las cosas más extrañas que se me ocurrió hacer. Con la Metropolitana de Pobladores del PC nos tomamos la Unicef. Básicamente para reivindicar el derecho a la recreación de los niños más marginados”, introduce.

-¿Eso terminó en torturas?

-Es que tienes que pensar que era plena dictadura. Llegamos en dos micros con un centenar de pobladores, muchos niños incluso. Los pacos nos sacaron la cresta y a los dirigentes nos detuvieron. Terminamos en la comisaría de Las Tranqueras. Horas después llegó la CNI. Ya estaba oscureciendo y me tenían en una celda pequeña que sólo tenía una tablita.

Me obligaron a sacarme la ropa y me pararon con las manos en la pared. Me pusieron un par de electrodos, hicieron girar una perilla y vino la primera descarga de corriente. Me tiraron al suelo y me aplicaron corriente de nuevo. Entremedio me pisaban las manos y las piernas. En los dedos de los pies me pusieron unos cables que daban más corriente todavía. Yo gritaba muchísimo, no lo podía evitar y era mejor, creo, que quedarse callado y aguantarse.

Sabían que yo no manejaba información relevante, pero igual siguieron durante horas. Por el puro gusto de hacerlo, me parece. Uno era cuico, de ojos verdes, supongo que era el jefe del lote.

-¿Y después de eso qué más pudo ocurrir?

-Espérate. Esa misma noche, me echaron a una patrullera, esposado, sin decirme a dónde me llevaban. Terminé en el Cuartel Central de Investigaciones, en General Mackenna. Me revisó un médico. Su objetivo era constatar la gravedad de mis lesiones. Básicamente por si me moría, para que la CNI no les echara la culpa a ellos. Me trajeron comida y en eso aparece el general director, Paredes.

“Cómo lo han tratado”, me dijo. “Bien, me torturaron en la comisaría”, le respondí. “Yo le estoy preguntando cómo lo han tratado aquí, mi gente”, Y a los pocos segundos me lanza la siguiente frase: “Bueno, usted probablemente se va a ir relegado”. Ahí sí que no entendía nada.

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