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28 de Febrero de 2014

Las calles en silencio

El sonido tiene un importante poder sobre las personas y lo que es más complejo aún, es que este poder es invisible, no sólo porque de suyo el sonido lo sea, sino porque no reparamos en cómo cada sonido/ruido está perfilado para que determinemos nuestro comportamiento en la ciudad.

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Estoy a punto de cumplir 4 meses en la ciclo y desde que empecé a visitar los circuitos los domingos hay un sonido que no deja de rondar en mi cabeza, o más bien un silencio que mis oídos no pueden olvidar.

Aunque la ausencia total de sonido sea algo que sólo existe en teoría y en efecto, la mudez absoluta del mundo no es ni siquiera concebible para el ser humano, cuando empecé a visitar los circuitos los días domingos me replanteé el significado que la palabra silencio tenía para los demás y por qué pareciera ser un bien tan preciado y a la vez escaso. Fue entonces, a partir de la experiencia en CicloRecreoVía que me pareció interesante tratar de comprender la importancia de la existencia que éste tiene para ciudades tan sobrepobladas como Santiago.

Lo primero que podría decir resulta obvio y es que no cabe duda que en general el ruido que produce el tráfico vehicular es desagradable para la mayoría de las personas; las bocinas y las partidas aceleradas de motos y autos muchas veces afectan a tal punto que nos ensordecen por unos segundos, alterando incluso nuestro estado de ánimo. Por lo demás éste efecto, que podría parecer sujeto a la sensibilidad personal de cada uno, se constituye en realidad como un elemento contaminante para nuestra urbe, el problema es que pareciera ser que de todos los tipos de contaminación, el de la contaminación acústica no sólo es la que menos le importa a las autoridades, sino que, más grave aún, los propios habitantes de la ciudad no estamos en lo absoluto conscientes de cómo el sonido/ruido afecta, determina e influye en nuestro diario vivir.

Siguiendo con esta última idea es importante señalar que el sonido tiene un importante poder sobre las personas y lo que es más complejo aún, es que este poder es invisible, no sólo porque de suyo el sonido lo sea, sino porque no reparamos en cómo cada sonido/ruido está incluso perfilado para que nosotros determinemos nuestro comportamiento en la ciudad, pues más allá del sonido de las bocinas y de los tubos de escapes de las motos, que son en general un desagrado para la mayoría, existen una serie de sonidos que nos regulan. Pienso por ejemplo en el sonido de la famosa tarjeta “bip” cuando debemos utilizar el transporte público, pues para saber si podemos o no subirnos a la micro o el metro es un sonido el que nos da el aviso que nos permite o nos impide acceder al transporte. Por otra parte están las alarmas de los autos o de las casas, que como el nombre bien lo dice, buscan alarmar a las personas sobre algo que está sucediendo, en este caso un robo, y de hecho y sin ir más lejos, hasta el propio timbre de la bicicleta es para muchas personas un sonido alarmante, ya que al escuchar el “ring-ring” de la campanilla cuando van por la vereda, inmediatamente se sobresaltan y miran hacia atrás.

De esta misma manera podría seguir mencionando una serie de ejemplos que constatan la importancia y la influencia que el sonido tiene sobre nosotros, el punto es cómo o qué podemos hacer para tener más conciencia de estos sonidos y relacionarnos quizás de una manera más amable también con la ciudad y es aquí donde el silencio se vuelve importante y necesario, pues si bien no existe propiamente tal como ausencia de sonido, me gusta pensarlo como la instancia en que aquellos sonidos pequeños (los que están en el límite de nuestra audibilidad) se hacen audibles y aparecen en nuestro medio ambiente sonoro.

Desde aquí entonces es que pienso en la CicloRecreoVía como este espacio silencioso, en donde se produce un encuentro ciudadano, el cual no sólo implica un reunirse con y entre los habitantes de la ciudad, sino que además nos expone a una sonoridad nueva, o más bien poco habitual, puesto que cuando se cierran las calles se abre la ciclo y también se abren nuestros oídos, para disfrutar de las calles en silencio, las que en realidad y en vez de estar ausentes de ruido, se pueblan de sonidos que en la semana son anulados por bocinazos y rugidos de motores, pero que al menos por un día logran emerger a la superficie auditiva e instalarse como un paisaje sonoro nuevo que nos recuerda la belleza del sonido de la cadena de una bici, de la sonrisa de una niña o el sonido de la ausencia de lo que allí transcurre durante la semana, aquello que llamamos rutina diaria.

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