
Susana Jiménez, ingeniera comercial y magíster en Economía de la PUC, conoce de cerca la primera línea empresarial. Ha participado en los directorios de Esval, Essbio, Soprole y BancoEstado, entre otros.
También tuvo un paso por el servicio público, cuando asumió como ministra de Energía durante el segundo gobierno de Sebastián Piñera (2018-2019). Actualmente, su lugar está en la cúpula de Confederación de la Producción y del Comercio (CPC).
La sede del gremio empresarial se ubica en una casona antigua en Monseñor Sótero Sanz, que en el primer piso cuenta con una gran sala de reuniones. En ella, los retratos a mano alzada de todos los presidentes del gremio cuelgan en la pared. El de Susana será el primero de una mujer en sumarse a ese espacio en 90 años.
La líder gremial sabe que eso conlleva una gran responsabilidad: dejar una huella relevante de su gestión, aunque cree que eso es indiferente al género.
Pese a su nutrido currículum es una convencida de que, pese a su exitoso desarrollo profesional, lo más importante siempre ha sido la familia. Le gusta esquiar con sus hijos e ir al campo lechero que tienen en Curacaví. Es como una disyuntiva entre ese ansiado éxito profesional que ha alcanzado y un simple deseo que la guía al pensar en el futuro cuando deje la CPC: “Quiero estar disponible”.
–¿Qué ha sido lo bueno, lo malo y lo feo de ser la primera mujer en 90 años en presidir la CPC?
–En general, en mi vida profesional siempre estuve rodeada de hombres: jefes, compañeros, personas que me tocó contratar, y nunca fue un problema. No minimizo que en la CPC siempre hubo hombres, y que sea una mujer quien llegue a la presidencia marca un hito. Ese compromiso lo he sentido especialmente de mis pares. Desde mujeres en labores muy sencillas hasta otras en posiciones muy destacadas, he recibido entusiasmo por que haya una mujer en este cargo. Es un doble desafío, porque representas esa fuerza femenina y, al mismo tiempo, la responsabilidad de hacerlo bien.
–¿Cree que va a quedar atrás el estigma de la primera mujer en diversos espacios?
–Es cierto. La primera mujer en el Banco Central, la primera rectora en la Universidad de Chile, la primera en la Sofofa, la primera en la CPC. Pero, más allá de eso, hoy hay muchas mujeres en distintos espacios. De hecho, en marzo me reuní –por el Mes de la Mujer– con representantes de gremios, y cada año hay más. Sin embargo, aún hay que visibilizarlas más. Que deje de ser tema ser la primera mujer y que sea indiferente.
–¿El avance en integración de género es suficiente?
–Se está avanzando rápido, pero por supuesto que partimos de una base muy baja. Hoy se observan brechas, pero se han ido cerrando rápidamente. Al punto de que ya no son tan distintas de las que vemos en países desarrollados. Hay un desafío en aumentar la participación laboral femenina, en contar con más mujeres en la alta dirección pública, por ejemplo. Pero hay que ser honestos: es una realidad en la que aún no es fácil compatibilizar la maternidad con el desarrollo laboral.
–El sistema no acompaña…
–Claro, hay una parte cultural, relacionada con la corresponsabilidad y con cómo se reparten las labores de cuidado entre adultos y niños. Pero también hay una realidad: un porcentaje alto de los niños en Chile nace en familias donde solo está la madre. Aun así, veo muchas iniciativas para abrir espacios de corresponsabilidad, sobre todo en las empresas. Por ejemplo, sin una obligación legal –que personalmente no me gusta, como las cuotas–, sí hay una acción proactiva para incorporar mujeres en el mundo laboral. Solo en tres años, la participación de mujeres en los directorios de empresas IPSA subió de 11% a 24%.
Veo muchas iniciativas para abrir espacios de corresponsabilidad, sobre todo en las empresas. Por ejemplo, sin una obligación legal –que personalmente no me gusta, como las cuotas–, sí hay una acción proactiva para incorporar mujeres en el mundo laboral.
–Hay varias leyes pendientes para apoyar a las mujeres en el mercado laboral, como la Ley de Sala Cuna. ¿Cómo se explica su demora?
–Hay de todo. Hay leyes bien intencionadas que, aun así, han terminado generando perjuicios para las mujeres. Y hay otras que deberían poder implementarse, como la Ley de Sala Cuna, que lleva mucho tiempo en tramitación.
–¿Qué opina del proyecto actual de sala cuna?
–Siempre va a ser perfectible, pero hay que llegar a un acuerdo. Un acuerdo que no pierda el foco: esta es una ley que busca aumentar la participación de las mujeres en el mercado laboral formal. No hay que ser maximalistas. Hoy se pide que sea universal para hombres y mujeres, formales e informales. Pero partamos por lo primero: que las mujeres que quieren trabajar en el segmento formal puedan hacerlo. Eso ya tendría un costo más acotado que un sistema universal desde el inicio. Sería un gran facilitador para que más mujeres se incorporen al trabajo.
–¿Y qué regulaciones no han ayudado?
–Hay otras que no han sido tan buenas, como el artículo 203 del Código del Trabajo, que, al intentar proteger a las madres, terminó perjudicándolas, porque para muchas empresas pequeñas no es rentable. El postnatal de un año, como a veces se ha planteado, también es complejo, sobre todo para mujeres que quieren seguir desarrollando su carrera profesional y no tienen la posibilidad de negociar una jornada flexible si se les obliga a tomar ese tiempo completo. Las leyes, en algunos casos, ayudan y en otros perjudican. Lo que realmente va a marcar la diferencia es un cambio cultural, con incentivos positivos que promuevan liderazgos mixtos, ternas con hombres y mujeres, y que se valore el mérito.
–En la alta dirección, usted mencionó que no le gustan las cuotas. Pero ¿se deben tomar medidas adicionales para sumar mujeres a los directorios?
–Me gusta el modelo de “cumple o explica”. Creo que es un buen enfoque, porque reconoce el mérito y obliga a buscar activamente hombres y mujeres para distintos cargos. Es un paso decidido hacia la paridad, pero distinto a la imposición. Me gusta más ese modelo porque moviliza y genera responsabilidad, sin instalar la sensación de que las mujeres están ahí solo para cumplir una cuota. Muchas mujeres que han llegado a la alta dirección por mérito pueden sentir que se les resta valor si se asume que están ahí por obligación.
Las leyes, en algunos casos, ayudan y en otros perjudican. Lo que realmente va a marcar la diferencia es un cambio cultural, con incentivos positivos que promuevan liderazgos mixtos, ternas con hombres y mujeres, y que se valore el mérito.
–Mencionó que le preocupa el sello que deje en la CPC. ¿Cuáles son sus principales proyectos?
–Lo resumiría en tres ejes. Primero, ser una voz firme en el debate de política pública, con altura y respeto, pero con nuestra mirada propia. Queremos un Chile que podamos dejar a nuestros hijos con más dinamismo, más oportunidades de empleo, emprendimiento, calidad de vida… y seguridad, por supuesto.
Segundo, tener un despliegue territorial que asegure que las decisiones se tomen escuchando y amplificando las voces de todo Chile.
Y tercero, mejorar la percepción de lo que es la empresa en Chile. Visibilizar el impacto que tiene en la sociedad, que va mucho más allá de competir por productos y servicios. Mostrar cómo moviliza al país y contribuye a su desarrollo.