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16 de Junio de 2014

Fútbol y capitalismo, dos viejos conocidos

Por Cristián Leporati
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Cristián Leporati es Se desempeña como director de la carrera de Publicidad y profesor asociado en la UDP. También es académico en la Universidad Alberto Hurtado. A su vez, es Consejero del CNCA Región Metropolitana. Posee magísters en Filosofía (UAI) y Antropología Urbana (UAHC). Complementa el desempeño académico con las asesorías en comunicación y diálogo social, es socio de Diálogo Consultores.

La Copa Mundial es un nuevo revés para cualquier cambio en el país. El opio del pueblo es y ha sido desde el S. XX el fútbol. Si el gobierno de Bachelet fue una buena noticia para aquellos que buscamos un cambio profundo de la sociedad, la Copa del Mundo, definitivamente no lo es.

Nos recuerda lo que todavía es probable, que frenar estos cambios es posible. Si cada centro de estudios neoliberal – CEP y Instituto Libertad y Desarrollo – se le ocurrió un plan para amedrentar a la población sobre las reformas tributarias y educacionales, compensándolos a su vez con soluciones híbridas “liberalesocialistas” como camino intermedio; la llegada del Mundial y Dios fútbol sin lugar a dudas será la solución tanto para el gobierno como oposición – pensando que después se viene agosto y los aprontes dieciocheros – para tanto revuelo político social. No hay manera comunicacional más eficaz para resolver los problemas del capitalismo y socialismo y, la lucha entre ellos. Basta con recordar el Mundial de Italia con Mussolini liderándolo con el objeto de posicionar el fascismo  o Videla el `78 en Argentina para evitar el fin de la dictadura y Pinochet con Colo Colo de 1973, buscando ganarse el corazón de un pueblo herido.

Las sociedades modernas niegan a hombres y mujeres la experiencia de la solidaridad, que el fútbol si ofrece en abundancia a través del juego hasta el punto del delirio y sublimación colectiva. La mayoría de los dependientes del retail y empleados se sienten excluidos por la alta cultura; pero una vez a la semana son testigos de un arte sublime por hombres para quienes la palabra genio es a veces una mera metáfora incomprensible. Como una banda de jazz o teatro, el fútbol combina talento individual deslumbrante con trabajo en equipo desinteresado, resolviendo así un enigma que los sociólogos han sido incapaces de explicar. Cooperación y competencia están hábilmente equilibrados. Lealtad ciega y la rivalidad fratricida gratifican algunos de nuestros instintos “evolutivos” más poderosos.

El fútbol también se mezcla con glamour y banalidad en proporción sutil: los jugadores son héroes adorados, y una de las razones de  porque son tan reverenciados es simple: son alter egos que empatizan con cualquier chileno. Sólo Dios combina intimidad y alteridad así, pero incluso él ha sido superado en las apuestas de la celebridad por estos otros “Unos indivisibles” locales: Sampaoli  y Vidal.

En un orden social como el nuestro, despojado de ceremonia y simbolismo, el fútbol interviene para enriquecer la vida estéticas de los chilenos. El deporte es una cuestión de espectáculo, pero, a diferencia de otras actividades culturales, invita a la intensa participación de sus espectadores. Los hombres y las mujeres cuyos trabajos no son un gran desafío en términos intelectuales si pueden mostrar una asombrosa erudición al recordar la historia del partido entre el Colo y Botafogo o las capacidades individuales del “Negro Ahumada”. Disputas aprendidas dignas del antiguo foro griego llenan las graderías y fuentes de soda. Al igual que el teatro de Bertolt Brecht, el juego convierte a las personas ordinarias en expertos.

Este vívido sentido de la tradición contrasta con la amnesia histórica de la sociedad neoliberal de consumo, para la que todo lo que pasó hasta hace 10 minutos ya es pasado. El fútbol le da a los hinchas belleza, drama, conflicto, liturgia, carnaval y el lugar de la tragedia, por no hablar de la oportunidad de viajar a Brasil. Al igual que un poco de fe religiosa austera, el juego determina con que te vistes, con quien te juntas y qué himnos cantas. Junto con la televisión, es la solución suprema al viejo dilema de nuestros supremos amos políticos: ¿qué debemos hacer con ellos cuando no están trabajando?

El Mundial de Brasil, proporciona a la gente común una válvula de escape para los sentimientos subversivos – profanando imágenes religiosas y burlándose de sus amos y señores; podría ser un asunto auténticamente anárquico, un anticipo de una sociedad sin clases.

Hoy en día el fútbol es el opio del pueblo. El ex presidente Piñera se humilló frente a Bielsa y la presidenta Bachelet ha asistido religiosamente a Pinto Durán. Los agentes de “cambio” ya no son los rojos bolcheviques, sino que la roja de Chile.

 

 

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