La banalidad del discurso político y el plan Araucanía
"Mi hijo tiene 5 años. De aquí en más, ¿qué discurso le puedo mencionar?: ¿Si, señores: civiles y militares? ¿Arriba los corazones? ¿Con alegría, con determinación y con mucha humildad, he tomado la decisión de ser candidata?".
Freddy Sánchez Ibarra es Licenciado en Historia, Diplomado en Estudios Políticos y Postitulado en Filosofía y Educación de la Universidad de Chile y Magíster en educación de la Universidad Mayor. Tiene publicaciones en el ámbito de la historia, literatura y educación. Además es coautor de un libro de historia oral de la comuna de Ercilla financiado a través de un proyecto FONDART.
El discurso político siempre me ha fascinado. En algunos casos me gusta por su estructura estilística, por su importancia histórica (así como por la discusión fascinante que nos lleva a desentrañar si esa potencialidad pudiera ser real o por el contrario construida a partir de la ignorancia supina o de un maquiavelismo – maquiavélico), así también por la profundidad de su mensaje o incluso por lo relacionado con la emocionalidad tanto de las masas (¿existe aquello?), como en mi fuero interno.
Así, “Gettysburg”, “I have a dream”, “Nuestro miedo más profundo”, el arquetípico “se abrirán las grandes Alamedas” me llevan a leerlos y releerlos en función de los lentes o prismas expuestos.
Ahora bien, de un tiempo a esta parte, es claro que nuestros políticos y nuestra política en su descenso al infierno, en su tropiezo, a estas alturas casi con consecuencias tetraplégicas, en el fango, ha llevado a banalizar a tal extremo el discurso político y público que criticarlos por estilo, profundidad, conexión con la emocionalidad o sus posibilidades de trascendencia es yermo.
Esta perorata, surge a partir de la lectura del discurso de Bachelet y su petición de perdón al pueblo mapuche. A partir de los 90, la esperanza en nuestros líderes hizo que algunos ingenua y sinceramente (¿ingenuidad y sinceridad son conceptos que pueden existir huérfanos?) nos sintiéramos movilizados por Patricio Aylwin y esa petición de perdón a las víctimas de la represión de Estado y de crímenes de lesa humanidad, que en su choque con la realidad, con falta de correlato factual, en que finalmente permite que Pinochet muera en casa con la comodidad de quien no tienen nada que arrepentirse y que pudiera sentirse confortable en la perspectiva de que llevó una vida que bien valió la pena. Nos entregó ese primer desencanto, esa inoculación de la sospecha que de ahí en adelante crece como un escudo inmunológico para lo que viene y que incluso relativiza la añoranza de tiempos de discursos mejores.
Piñera pulveriza todo, Piñera representa el mal gusto, Piñera representa la mentira. Y es Piñera, en este contexto, quien lleva al paroxismo la burda desconexión (a estas alturas y al parecer, sin retorno) del discurso con la realidad. “La educación como bien de consumo”, el movimiento estudiantil como “causa noble, grande, hermosa”, el movimiento estudiantil reprimido en las calles, el anuncio del fin de la gratuidad… paren, me quiero bajar.
Y ¿Finalmente? Bachelet. “Como Presidenta de la República, pido humildemente perdón al Pueblo Mapuche y a las víctimas de la violencia rural. Hemos fallado como país.”. El cuerpo de Aylwin seguramente no ha sido consumido todavía y ya ha sido parafraseado en su grandilocuencia, y Piñera feliz debe… o en realidad, no debe haberse dado cuenta que la extensión de su banalidad y mal gusto reflota. “Hemos fallado como país”, por eso saqué a Huenchumilla (no era garantía de cambio, pero implicaba un guiño a la causa), invoco ley antiterrorista, atiendo demandas de camioneros golpistas, aplico ley antiterrorista, mantengo de manera mañosa el carácter imputados a mapuches sin mayores pruebas… ¿Me quiero bajar de nuevo?
Mi hijo, asiste a una escuela, en que su profesora es mapuche, quien con amor involucra a sus niños en nuestra cultura originiaria. Mi hijo lo agradece a diario, no ve la realidad mapuche como ajena, no la percibe como objeto de estudio, se involucra, la quiere, se siente perteneciente. Mi hijo tiene 5 años. De aquí en más, ¿qué discurso le puedo mencionar?: ¿Si, señores: civiles y militares? ¿Arriba los corazones? ¿Con alegría, con determinación y con mucha humildad, he tomado la decisión de ser candidata?. No, espero que él y otros puedan construir mejores discursos en forma, fondo y de relación virtuosa con la realidad. Hijo, nosotros hemos fallado.