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15 de Enero de 2011

La historia de amor y odio de la "Patrulla Juvenil"

Cuesta creerle al Presidente cuando se refiere al famoso “Piñeragate” como “algo positivo”. En la biografía escrita por Loreto Daza y Bernardita del Solar, “Piñera: Historia de un ascenso”, le comenta a las autoras que tiene “la impresión de que en esa época íbamos demasiado rápido, como en un tren desde el cual no podíamos ver el panorama, y pasaban los postes, los árboles... el episodio sirvió para parar el tren y mirar el paisaje”.

 

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Cuesta creerle al Presidente cuando se refiere al famoso “Piñeragate” como “algo positivo”. En la biografía escrita por Loreto Daza y Bernardita del Solar, “Piñera: Historia de un ascenso”, le comenta a las autoras que tiene “la impresión de que en esa época íbamos demasiado rápido, como en un tren desde el cual no podíamos ver el panorama, y pasaban los postes, los árboles… el episodio sirvió para parar el tren y mirar el paisaje”.

 

Esa radio Kioto, esa cara de felicidad de Ricardo Claro, esa idea de que Jorge Andrés Richards -periodista del programa  La Semana, de La Red – tratara de dejar a la diputada RN Evelyn Matthei “como una cabrita chica, despistada, que está dando palos de ciego” no fue sólo una de las primeras piñericosas. Esa conversación entre Sebastián Piñera y su amigo Pedro Pablo Díaz -hoy embajador en Australia- truncó el camino a La Moneda del RN e hizo que Matthei dejara de compartir esa militancia.

 

 
Ese 23 de agosto de 1992 fue el gran hito que separó a la ya obsoleta -por la unidad y ahora también por la edad- “Patrulla Juvenil”. A las promesas de la derecha liberal de los 80, que querían desprenderse de la chapa pinochetista, acercarse al liberalismo y alejarse del agro y la religión, prioridades originales de su coalición. Lo suficiente como para sumar nuevos votantes y nunca tanto como para perder la venia de quienes tomaban las decisiones en sus partidos, como Sergio Onofre Jarpa.

 

Pero lo peor de ser promesa, es que todos te creen. Y esperan que cumplas. Sebastián Piñera, Andrés Allamand, Alberto Espina y Evelyn Matthei no tenían problema con eso. No en un comienzo. En 1990, con Patricio Aylwin como Presidente, el cuarteto patrullero era la joya de la oposición: las encuestas lo querían y sus porcentajes de proyección eran hasta nueve veces mayor que los de políticos de la Concertación -como Eduardo Frei, que alcanzaba apenas un 4,6%. 

 

Todo iba en perfecta sincronía con la decisión que habían tomado ese mismo verano en Caburgua, en la casa del ahora Presidente de la República. Decididos a aprovechar su capital político, se repartieron los cargos que ellos estimaban necesarios para remover a la directiva fundadora del partido, que en ese momento encabeza Jarpa. Y ser gobierno, claro. Porque, como decía el entonces senador Piñera, “para qué ser senador si no es para ser Presidente”.

 

En ese pacto, él se quedó con el cupo para La Moneda en las elecciones de 1993, y un Andrés Allamand de 34 años reemplazaría a Jarpa en la cabeza del partido. Alberto Espina, quien en ese plan quedaba como jefe de bancada de la Cámara de Diputados, luego negaría la exclusión de Evelyn Matthei en esos planes. 

 

En el libro “Piñera versus Matthei”, de Carolina García de la Huerta y Francisco Javier Piriz, Espina culpa a la próxima ministra del Trabajo de su alejamiento de la tríada masculina: “nunca se dio cuenta de que hizo muy poca vida parlamentaria, tenía baja asistencia, y por ser mujer, optó por nunca quedarse a alojar en Valparaíso”. Piñera, siempre atento a los pasos de Matthei, coincidentemente tenía en esa época un cartel en su oficina que decía “Detrás de todo hombre exitoso, hay una gran mujer esperando quitarle el puesto”

 

La trastienda de esa historia es conocida. Jarpa nunca quiso a Piñera como presidenciable, así que optó por Matthei. Pero su abrupta salida del partido terminó con su candidatura y la patrulla, que estuvo fracturada desde un comienzo. Desde que Piñera y Matthei compartían la misma aspiración de llegar a La Moneda.

 

Por eso, el “Piñeragate” marcó el fin de la alianza, pero sólo el comienzo de una serie de críticas y burlas entre ellos. Entre los cuatro. El segundo hito fueron las acusaciones de Francisco Javier Cuadra, en 1995, sobre el consumo de droga al interior del Congreso. Los trascendidos apuntaban a Allamand, Espina y Jorge Schaulsohn (PPD), y Matthei declaró a la revista Qué Pasa una frase que parecía venir  con suficiente conocimiento de causa: “No me cabe la menor duda que hay parlamentarios que consumen drogas”.

 

La patrulla -cada vez menos joven- se enfrentaba públicamente en todos los debates posibles. En  2006, a raíz de las reformas al binominal, Piñera dijo en el diario La Nación que “cada vez que Evelyn Matthei habla, le salen sapos y culebras desde el interior de la boca; esa es una mujer que está envenenada en su contra”. Ella sólo atinó a responder en la Radio Agricultura que, por sus “individualismos y su falta de respeto, provoca tanta desconfianza entre la gente que creo que nunca llegará a ser Presidente de la República”

 

Un año antes, cuando Piñera se integró a la campaña de Joaquín Lavín, Allamand le criticó lo que la mitad del país -y algunos aliancistas- le hicieron ver durante sus dos candidaturas a La Moneda: “No se puede ser protagonista en los negocios y activista de la política”

 

Sin embargo, cuando el actual mandatario se centró en su candidatura -las dos veces-, la reconciliación con ambos fue tan pública como las peleas anteriores. En mayo del año pasado, Matthei dijo a la revista Cosas que se sentía “plenamente identificada” con el gobierno de Piñera. Y que, “cuando hay algún problema, uno trata de solucionarlo en privado y no vocearlo por los diarios”.

 

Allamand, en tanto, hizo una declaración similar: “He tenido diferencias políticas grandes con Sebastián, que nunca se han trasladado al plano de las relaciones humanas o de lo que es propiamente la amistad personal. En consecuencia, siempre hemos sido capaces de separar muy bien ambos planos”.

 

Esas diferencias políticas se mantuvieron hasta el año pasado inclusive, cuando el actual senador RN criticó el sello en terreno del gobierno de Piñera: “Quizás soy un poco chapado a la antigua, pero la imagen presidencial es muy importante. Si me preguntan si me gusta ver al Presidente con estas parkas rojas -dijo en un canal regional el 6 de julio-, mi respuesta es no”

 

Pero las peleas fueron entre todos y durante los 19 años que siguieron al “Piñeragate”. Matthei dijo que el futuro ministro de Defensa bailaba
la cumbia de los picados”
, cuando se quedó sin la ansiada Cancillería en marzo del año pasado. Y el 2009, a raíz de la colusión de las farmacias y de que el candidato RN fuera accionista de FASA, disparó contra él: “Yo he dicho muchas veces que Sebastián Piñera, mientras antes venda todas sus acciones, mejor”.

 

Espina, quien tampoco quedó impune pero sí más al margen de estos conflictos, resumió en el libro “Piñera versus Matthei” que la raíz de este amor y odio entre ambos es “parte del costo de un vacío de 17 años”, refiriéndose a una “falta de institucionalidad” de ambos. “Nosotros encumbramos a dos personas sin historia partidista, que no fueron quemando una a una las etapas. (…) El concepto político de Evelyn y Sebastián es de pura eficiencia… es el mundo de los negocios, sin piedad. Donde la competencia es fuerte”.

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