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13 de Abril de 2015

La crisis de la derecha según Hugo Herrera I

El profesor intenta demostrar que la sociedad chilena vive actualmente un conjunto de siete alteraciones fundamentales que dan cuenta de un desequilibrio entre pueblo e institucionalidad

Por Valentina Verbal
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Doy inicio a una serie de columnas que apuntan a comentar el reciente libro del profesor Hugo Herrera, La derecha en la crisis del Bicentenario (Santiago, Ediciones Universidad Diego Portales, 2014), que ya en el prefacio señala: “La derecha chilena se encuentra en una crisis grave, una crisis intelectual. Ella carece de un discurso que dé orientación al momento presente. Se ha quedado atrapada en el relato que formuló para la Guerra Fría” (p. 11). Lo hago con el objeto de recoger el guante, puesto que el primer mérito de su libro es invitar a la derecha misma (de la que soy parte) a reflexionar sobre la crisis en la que se encuentra sumida.

En esta oportunidad me referiré al “Capítulo I ¿Qué es un cambio de ciclo?”, en el que básicamente intenta demostrar que la sociedad chilena vive actualmente un conjunto de siete alteraciones fundamentales que dan cuenta de un desequilibrio entre pueblo e institucionalidad (p. 30).

Aunque comparto la idea clave de la crisis intelectual de la derecha, y en concreto de la existencia de un cambio de época, creo que las alteraciones descritas por Herrera ameritan ser matizadas. Al hablar de los “debilitamientos de los ejes del pasado reciente” como la posibilidad de “debatir directamente sobre el tipo de política, de economía y de sociedad que se desea conformar, sin tener que preguntarse antes acaso si responde a los criterios de Allende-Pinochet” (p. 33), me surge la inquietud sobre qué tan cierto sea que la superación de esta división haya generado un escenario propicio para la existencia de un mayor y mejor debate sobre el sistema que nos rige. Y, más aún, hasta qué punto pueda sostenerse la premisa de que el momento actual ha superado la vieja división Allende-Pinochet.

Si bien, en general, pueda sostenerse que la figura de Pinochet está en retirada, no obstante que la derecha conservadora (la UDI) no la haya nunca hasta ahora enterrado, no puede decirse lo mismo de la de Allende. Y aunque sea cierto que nadie lo reivindica con el mismo contenido de comienzos de los setenta —como una suerte de restauración de la vía chilena al socialismo—, sí se le ha utilizado como símbolo del cuestionamiento al modelo político y económico hoy vigente. Por lo mismo, no es casualidad que la Nueva Mayoría haya integrado a sus filas al Partido Comunista y al Movimiento al Socialismo (MAS).

Pero más allá de lo anterior, no resulta tan claro que el cambio de ciclo que vivimos dé cuenta de una política más pragmática, en el sentido de más abierta al debate sobre el sistema que se quiere construir. De ahí que no sea exagerado plantear que, pese a no estarse viviendo bajo una suerte de nueva Guerra Fría, el tiempo presente se parezca a la década de los 60 del siglo pasado. Del comienzo de lo que Mario Góngora denominó “época de las planificaciones globales”, y que diversos autores han entendido como el origen de la crisis que llevaría al quiebre de la democracia chilena. Por ejemplo, es la tesis de Arturo Valenzuela, que sostiene que este quiebre se explica por el paso de una política pragmática y dialogante a una ideológica e intransigente.

Otra alteración descrita por Herrera se refiere a que el modelo económico instaurado en dictadura ha propiciado, según él, una excesiva concentración del poder de los empresarios, que los ha llevado a abusar en contra de los consumidores. Y plantea una suerte de alegato contra el hecho que este mismo modelo haya generado una serie de cadenas comerciales, “a tal punto que casi todo ¡hasta el pan¡ lo compramos en ellas” (p. 37). Luego agrega que esto ha llevado a una disminución notoria de la “vida vecinal”, que ha dejado atrás “la experiencia del almacén de barrio, usualmente atendido por sus dueños o sus dependientes estables” (p. 38).

Cabe preguntarse sobre la situación anterior al modelo (¿era mejor que la actual?), además  de recordar que, aunque fue creado durante la dictadura, la ex Concertación lo mantuvo con algunas correcciones. Y no obstante que sea necesario rechazar la ocurrencia de tales abusos, no parece tratarse de un fenómeno generalizado y que derive, como efecto directo —incluso en la versión que Herrera califica como oligopólica—, del sistema de mercado libre hoy existente. De hecho, los casos más sonados (que él mismo menciona, como los de las avícolas, farmacias, etc.) dan cuenta de la existencia de un orden jurídico que ya regula y sanciona la comisión de abusos. Sin embargo, lo que Herrera plantea es que el sistema económico en sí mismo es oligopólico y abusivo. Me parece que se trata de un planteamiento simplista y temerario.

Una tercera alteración que deseo comentar afirma que “la elite habría devenido en oligarquía” (p. 40). Sin embargo, no parece ser este fenómeno exclusivo del momento actual, sino más bien una característica consustancial, aunque en diversos niveles, de la política chilena a lo largo de toda su historia. El presidencialismo instaurado en la Constitución de 1925, si bien implicó una mejor separación de los poderes —y ya no una marcada subordinación del Ejecutivo al Congreso— mantuvo, sin embargo, a los partidos como entes fundamentales. Desde la segunda administración de Arturo Alessandri (1932-1938), los ministros pasaron a depender de las sedes partidarias. Y aunque sea cierto que últimamente, en los años de la transición, el fenómeno de la oligarquía se haya visto simbolizado en el sistema binominal, parece poco riguroso omitir que también se daba bajo el proporcional. En este sentido, el profesor Jaime Etchepare ha demostrado que el antiguo sistema electoral “fortalecía extraordinariamente la influencia de las directivas partidistas, puesto que ellas establecían a su amaño el orden de procedencia de las listas”, agregando que al conformarse “pactos, para afrontar los comicios, la constitución de las listas era objeto de verdaderas negociaciones comerciales, donde se transaban lugares a cambio de apoyos en otras circunscripciones electorales” (Surgimiento y evolución de los partidos políticos en Chile, Concepción, Editorial Universidad Católica de la Santísima Concepción, 2006, p. 71).

A través de una cuarta alteración a considerar, nuestro autor se refiere al consumo de drogas peligrosas, a la fragmentación familiar y a la pérdida de vínculos sociales, antes ya descritos en torno a la existencia de un sistema, para él, esencialmente oligopólico. Poniendo el ejemplo de Daniel Zamudio, y adhiriendo acríticamente a la sesgada y sensacionalista tesis del periodista Rodrigo Fluxá, minimiza la discriminación y violencia en contra de las personas de la diversidad sexual, reduciéndolas a lo que llama “empobrecimiento espiritual” (pp. 43 y 44). Y no obstante que en el marco del tratamiento de esta alteración no lo dice explícitamente, del conjunto del libro es posible inferir que también aboga por una mayor intervención estatal en materia personal o de vida privada.

Sí estoy de acuerdo con el diagnóstico que realiza del movimiento estudiantil, por ejemplo, al negarle la categoría de revolucionario: “Reclaman lo suyo con gestos y actitudes estéticos, pero se niegan a hacer cambios radicales y a correr los riesgos que ellos traen aparejados (p. 47). Sin embargo, se echa de menos (también en los capítulos siguientes) una mayor conexión entre este movimiento y el discurso de la Nueva Mayoría, más intransigente que el de la ex Concertación, y sustentado en un conjunto reformas orientadas, en palabras de sus propios dirigentes, “a cambiar los cimientos” del sistema que —para bien o para mal, según los casos y opciones ideológicas— ha sido parte esencial del Chile post dictadura.

En suma, si bien comparto la tesis central de que existe un cambio de ciclo en el Chile de hoy —el retorno de la derecha al poder en 2010 y el advenimiento de la Nueva Mayoría bajo el contexto de las movilizaciones estudiantiles de 2011, son señales claras de ello—, las alteraciones descritas por Herrera admiten ser matizadas de manera sustantiva.

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