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13 de Noviembre de 2014

Tolerancia cero al racismo

En Chile también tenemos una ola migratoria notoria con la cual hemos sabido convivir, pero, a diferencia del caso europeo, no han surgido movimientos públicos de racismo y xenofobia, lo que demuestra los grados de tolerancia e inclusión de extranjeros a nuestra sociedad en todos los ámbitos: laboral, cultural, artístico y gastronómico, por decir algunos.

Por Rodolfo Baier
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Rodolfo Baier es Periodista y subsecretario de Gobierno.

El triste espectáculo racista que se vivió en el fútbol profesional chileno el último fin de semana no puede repetirse ni en las canchas de Rancagua ni en ningún otro estadio del país. Así de categórico, así de claro. Ninguna consideración ni racionamiento permite justificar actitudes como las que tuvo un grupo puntual de hinchas en contra del venezolano Emilio Rentería.

El Ministro Alvaro Elizalde y la Ministra Natalia Riffo recibieron al afectado y manifestaron a nombre del Gobierno su apoyo, en un acto de reparación mínimo frente a la agresión de la que fue objeto. Y Rentería respondió a este acto de desagravio con una actitud digna de imitar: no quiere sanción al club involucrado en el incidente y pide dar vuelta la hoja, esperando que esto no vuelva a suceder. Un tapabocas claro y contundente para quienes lo insultaron.

Estamos frente a un caso que, de repetirse, nos pondrá en un triste ranking de países donde el racismo abunda y en que las sanciones a quienes la cometen son ejemplificadoras. En Europa han tenido la desafortunada experiencia de lidiar con estos fenómenos y los han combatido con firmeza, hechos que, nos aventuramos a decir, es reflejo de lo que se vive en sus calles, donde la migración latina y africana ha sido muy importante en las últimas décadas.

En Chile también tenemos una ola migratoria notoria con la cual hemos sabido convivir, pero, a diferencia del caso europeo, no han surgido movimientos públicos de racismo y xenofobia, lo que demuestra los grados de tolerancia e inclusión de extranjeros a nuestra sociedad en todos los ámbitos: laboral, cultural, artístico y gastronómico, por decir algunos.

Por lo mismo, al no existir un ambiente abiertamente discriminador en la sociedad chilena (no decimos que no exista, pero éste sigue siendo mínimo), un hecho como el ocurrido en el estadio de Rancagua es una señal de alerta por dos razones. La primera, porque podemos estar frente a un germen racista que se está incubando y masificando, y que no hemos podido detectar y extirpar; y la segunda, el fútbol es un catalizador de emociones, pero sobre todo es ejemplificador y a su vez amplificador de conductas.

En efecto, el deporte y en particular el fútbol siempre han brindado una real oportunidad a los excluidos y discriminados: jóvenes que partieron en canchas de tierra en barrios marginales hoy triunfan en el país y el extranjero, abriendo la puerta para que otros los imiten y sigan su ruta. No obstante, también se copian otros comportamientos: peinados, vestimentas y hasta tatuajes de los jugadores favoritos o de las barras más populares.

Si atendemos a ese silogismo, no podemos permitirnos soslayar los eventuales actos racistas que se cometan en un partido de fútbol, porque la xenofobia tarde o temprano se va a trasladar a las calles. La dirigencia del fútbol, con el apoyo del Gobierno, debe seguir resguardando al deporte como símbolo de vida sana, de competencia justa y de transmisión de valores positivos, como el respeto, la inclusión, nunca como escenario para la violencia y discriminación.

De ahí lo vital poner atajo a la brevedad a actos de esta naturaleza, pues se trata de hechos que hipotecan el futuro de Chile bajo el manto del racismo y la violencia. Más que castigos, se requiere hacer pedagogía social, que permita a las actuales generaciones y las futuras incorporar en su mente y en su corazón a la diversidad.

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