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1 de Enero de 2015

A palabras necias, ojos ciegos

El proyecto educativo del Instituto Nacional con su visión republicana, laica, pluralista y con un fuerte sentido social es más necesario que nunca. Sin embargo, lo que Instituto debe abandonar, es la creencia – bastante fascista – de que esta misión está encomendada para un pocos, para los mejores

Por Mathias Gómez
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Mathias Gómez es Investigador de Política Educativa, encargado de los temas de Educación Superior y coordinador de "Mejora la Técnica". de la Fundación Educación 2020.

Destacar al Instituto Nacional solo por sus puntajes nacionales, no hace más que hablar de nuestras propias anteojeras para evaluar la educación. Creemos que el valor de la educación está en el proyecto educativo del establecimiento, pero al final del día, terminamos mirando su PSU o su SIMCE para determinar si el colegio es bueno o malo. Incluso con ello creemos ya conocer el establecimiento.

Sin embargo, ante el prejuicio de aquellas voces que apuntan al Instituto como un “buen preuniversitario”, quienes critican esta posición no lo hacen mucho mejor.

Los resultados del Instituto Nacional son una rareza. Sus puntajes nacionales representan el 85% de los puntajes máximos de la educación pública. Hacer la comparación entre el Instituto y el resto de los establecimientos municipales, no resiste análisis. Ni siquiera se compara con algún establecimiento privado, donde dicho sea de paso, se concentra el 82% de los puntajes nacionales.

Con alguna razón, algunos plantean que estos resultados se deben a su muy selectivo proceso de admisión al ingreso. Los defensores de la selección –al menos en los emblemáticos – argumentan que en el actual contexto de desigualdad y segregación de la educación del país, el Instituto permitiría al menos “rescatar a los mejores elementos”, permitiría la deseada movilidad social.

El proyecto educativo del Instituto Nacional con su visión republicana, laica, pluralista y con un fuerte sentido social es más necesario que nunca. Sin embargo, lo que Instituto debe abandonar, es la creencia – bastante fascista – de que esta misión está encomendada para un pocos, para los mejores ¿No podría acaso el Instituto asumir el desafío de “dar a la patria ciudadanos que la defiendan, la dirijan, la hagan florecer y le den honor” sin arbitrariamente decir quiénes son “los elegidos”?

No nos confundamos, necesitamos muchos Institutos Nacionales que ofrezcan este proyecto educativo por todo el país, eso sí, sin hacer distinción de origen ni seleccionar quienes pueden acceder a él. Nuestra educación está en deuda y es la educación pública, liderada por sus liceos de mayor tradición e historia los llamados a ser los pioneros en la formación de una nueva educación, acorde a los tiempos actuales y según las necesidades de nuestra sociedad. Esto es lo que debiera caracterizar realmente a un liceo emblemático.

Con la inclusión socioeconómica de los colegios no garantizamos una inclusión real y profunda. Temas como la inclusión de género, la inclusión de los inmigrantes, la inclusión de los estudiantes en situación de extrema vulnerabilidad, la inclusión de personas con algún grado de discapacidad, son algunos de los muchos temas que aún están pendientes y que deben ser abordados prontamente.

Los resultados del Instituto Nacional obedecen a un contexto, uno que versa sobre una sociedad que ya no existe y que no se corresponde con lo que hoy el país necesita. Los ataques contra el Instituto son desproporcionados, sin embargo, el amor irracional a la insignia olvidando la misión misma del Instituto – que fácilmente es la misión de toda la educación pública – flaco favor le hace al país.

Ante las palabras necias de quienes ningunean el valor del Instituto, o de otros liceos similares, no podemos responder tapándonos los ojos y desconociendo la realidad de un país que demanda mejor educación para todos, no para unos pocos.

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