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21 de Enero de 2016

Las destempladas ansias presidenciales de Tarud

No hay mejor forma de mostrarse como una buena opción en momentos en que nadie quiere nada con la política que hacerlo golpeando la mesa. Sonar duro y fuerte al momento de condenar algo da más réditos que trabajar para que haya una condena real de parte del Estado de Chile.

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

En países como Chile muchas veces hay que hacer pequeñas aclaraciones antes de desarrollar una idea. Por lo mismo acá va la mía: lo que sucede en Venezuela es impresentable, ya que nada justifica la poca independencia del Poder Judicial ante el Ejecutivo. Esta especie de monarquía chavista que se ha servido de las ideas de izquierda para instaurar un régimen militar muchas veces más parecido a la derecha más reaccionaria, claramente es una vergüenza para quienes creemos enarbolar postulados cercanos al progresismo. O algo por el estilo. Sin embargo, la forma en que el diputado Jorge Tarud envió un mensaje vía Twitter al líder venezolano Nicolás Maduro, no colabora mucho con el discurso democrático.

“Eres una mierda de persona”. Eso comenzaba diciendo el twitteo del parlamentario, para luego encararle la manera en que había sido tratada la mujer de Leopoldo López, Lilian Tintori, quien habría sido desnudada por funcionarios del régimen antes de entrar a ver a su marido a la cárcel. Es cierto que las acciones de la autodenominada Revolución Bolivariana en contra de sus opositores distan mucho de ser democráticas y acordes con el estado derecho, pero pareciera que el tema acá es otro. Según creo- y desde una perspectiva ciudadana-, lo que habría que preguntarse es si la actitud del militante PPD cumple con el respeto que debería tener por su investidura parlamentaria, y si va acorde con cómo un miembro del Congreso chileno tendría manifestar sus reparos hacia lo que sucede en otro país. La respuesta es clara: no cumple con nada de eso.

Y es que don Jorge hace mucho tiempo que prefiere dar sus opiniones personales de manera lo suficientemente destemplada antes de hacer expresar su parecer de manera diplomática. Los aplausos son más fáciles de obtener en un país que duda de todo lo que hagan sus políticos, salvo cuando estos levantan grandes discursos y dicen estar de acuerdo con el llamado “sentir popular”. Por lo mismo es que Tarud prefiere gritar, usar las redes sociales y las cámaras para increpar a mandatarios que-con justa razón algunas veces y muchas otras no- son repudiados por el oficialismo mental; por el relato imperante que incluso en estos días domina aquella prensa que algunas dicen que nadie lee, pero que sigue teniendo cierto poder.

Cuando Evo Morales pide mar, ahí está el diputado para encararlo. Y ahí están también los nacionalistas de baja estofa para aplaudirlo. En vez de colaborar con un trabajo exhaustivo para mejorar la manera en que Chile se relaciona con sus vecinos y todo país en el exterior que le parece inferior, lo cierto es que este miembro de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados sólo prefiere que lo escuchen, que ojalá-cosa que no ha pasado- vitoreen su nombre por haber interpretado lo que se cree que es la opinión de todos.

Tarud no piensa en Chile ni en los derechos humanos de otros países cuando pasa por encima de su cargo y da sus opiniones como twittero. Al contrario, solamente piensa en él y en cómo ciertas opiniones son más vistosas que otras. Piensa en los retweets que tendrá, y en la reacción de un mundo conservador que no condena a Venezuela por sus brutalidades sino por las ideas de las que se apropió. Total, según dicen, el diputado quiere ser presidente de Chile, y-seamos sinceros- no hay mejor manera de iniciar una candidatura que hablar de todo al mismo tiempo. No hay mejor forma de mostrarse como una buena opción en momentos en que nadie quiere nada con la política que hacerlo golpeando la mesa. Sonar duro y fuerte al momento de condenar algo da más réditos que trabajar para que haya una condena real de parte del Estado de Chile.

A él no le interesa la opinión que tenga el Estado si es que antes puede él aventurarse y dar su impresión para que le palmoteen la espalda y lo encuentren lo mejorcito dentro de la llamada “clase política”. Porque se está perfilando como el mejor aliado de los indignados. La mejor opción para quienes no creen en la política sino en las sentencias taxativas sin reflexión detrás.

Si bien el camino que ha elegido este personaje para hacerse un nombre entre la facilista indignación de turno es el correcto, con el tiempo será desfavorable para nuestra democracia. Porque para fortalecerla es preferible tener legisladores que respeten los conductos regulares antes de salir a la palestra con sus destempladas ansias de obtener ganancias personales.

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