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6 de Junio de 2016

El falso heroísmo de los periodistas de Qué Pasa

"Están bien lejos de ser mártires. Si bien no debería haber discusión en que sería un error bastante grave que alguno de ellos se fuera preso por el artículo en cuestión que molestó a Bachelet, lo concreto es que realmente su labor consiste en algo más mundano que sus “nobles” decisiones editoriales: el deber de apuntar hacia un lado sin que nos demos cuenta".

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

La semana pasada, y debido a la que querella en contra de la revista Qué Pasa por parte de la Presidenta Michelle Bachelet, los discursos de democracia y libertad periodística reinaron en todos los espacios de conversación en los medios y las redes sociales. Muchos hablaban de que esta acción judicial era una mala idea y que atentaba en contra del libre ejercicio de la prensa, instalando, de manera bastante inteligente, a los periodistas de este país como héroes censurados.

Es cierto que en Chile ha habido profesionales que han debido sufrir la censura de sus ideas e informaciones. Recurrir a la dictadura sería casi un lugar común en este aspecto, sobre todo cuando, en el comienzo de esta aún adolescente democracia, también hubo enjuiciamientos y persecuciones en contra de profesionales que dieron una opinión o desnudaron aspectos de la vida pública que se contradecían con el artificioso relato de la transición. Pero también hay que recordar que existe otro periodismo. Uno que siempre ha estado más del lado del encubrimiento del señalado relato que de destaparlo y dejarlo a la vista pública de los ciudadanos. Un ejercicio que ha logrado por años posicionar temas que no son tan reales, levantado candidatos de manera estratégica, debido a que antes que independientes reporteros, son más bien fieles empleados de un discurso que los mantiene con trabajo, llevándolos incluso a acceder a cuotas de poder.

Ese es el periodismo que hemos visto en estos días. Uno más bien funcional a la agenda política de una ideología que es silenciosa, pero que cuando ataca lo hace de manera inescrupulosa, recortando informaciones y exponiendo un contenido de manera antojadiza, para luego escudarse en el noble arte de informar a la población.

Es cierto, ninguno de los que realizamos este oficio, ya sea desde la opinión, el reportaje o el reporteo instantáneo de la televisión, hablamos desde la objetividad. Porque esta no existe en este ejercicio, y si así fuera sería bastante poco nutritivo para el intercambio de ideas en un debate nacional que necesita miradas y posiciones claras. Sobre todo en una realidad como la nuestra en que lo “objetivo” no es más que la propaganda de quienes disfrutan de su triunfo ideológico.

Es por lo mismo que urge que cierta prensa nos revele sus ideas y sus posiciones antes de contarnos un cuento que muy pocos creemos. Pero sobre todo es principal que los grandes medios de este país, en un contexto de concentración de poder tan evidente, dejen de lado la soberbia y actúen de acuerdo a una democracia que no necesita construcciones irreales ni héroes “apolíticos”.

Los periodistas de Qué Pasa están bien lejos de ser mártires. Si bien no debería haber discusión en que sería un error bastante grave que alguno de ellos se fuera preso por el artículo en cuestión que molestó a Bachelet, lo concreto es que realmente su labor consiste en algo más mundano que sus “nobles” decisiones editoriales: el deber de apuntar hacia un lado sin que nos demos cuenta. Sin que se note que su “heroísmo”, y “corajudas” ansias de fiscalizar al poder, no son más que excusas que construyen un bonito texto con el que buscan hacer olvidar las intenciones políticas tras sus publicaciones.

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