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17 de Noviembre de 2017

La voluntad como obligación

"No vaya a votar si siente que su opción es no hacerlo, pero tampoco se quede en casa jactándose de su indiferencia; ejerza su derecho a decidir".

Por Patricio Araya
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Patricio Araya es Periodista y Licenciado en Comunicación Social (Usach).

Cada vez que los novios aceptan de manera voluntaria unir sus vidas, acometen la acción intrépida del todo o nada, tanto, que nadie sabe cuánto tiempo perdurará el enlace, ni mucho menos, conocen las causales del cese de convivencia; solo se comprometen a vivir juntos –siendo amantes fieles y sostenedores a manos llenas– y procrear, todo lo anterior cuando sea posible. Llevado a la política, el matrimonio es un buen ejemplo: sus respectivas promesas se sustentan en la buena fe, y sobre todo, se sostienen en un axioma que convierte lo voluntario en obligatorio.

Cuando en 2012 Chile decidió a pasar de la inscripción voluntaria y voto obligatorio, a la inscripción automática y sufragio voluntario, se invirtió otro axioma. Ahora lo que antes era una obligación cívica se rebajó a una decisión discrecional; todo un contrasentido para un sistema político que se valida en las urnas. Peor aún, el electorado se vio en medio de una encrucijada de la que no supo cómo salir.

A partir de la publicación de la Ley 20.568 muchos asumieron que concurrir a sufragar tomaba ese carácter voluntario en el más amplio sentido de la palabra “voluntario”, y dejaron de hacerlo sin mayores cuestionamientos. En rigor, así como en el contrato matrimonial –con o sin documento– las cosas funcionan al límite de la coerción, sin que haya grandes quejas, pues, como se sabe, el que se compromete, se obliga, en términos de libertad electoral también debiese aplicarse un sentido “obligatorio” a la voluntariedad de cumplir con un deber cívico.

Es cierto que nadie está obligado a cumplir una obligación inexistente, pero, a la vez, tampoco está obligado a no votar. Más allá de concurrir a sufragar, hacerlo valida la opinión que se tiene del sistema electoral y de la democracia así establecida; también pone en valor la posibilidad de articular cambios. Quienes se quedan en su casa viendo en televisión cómo se resuelven los escrutinios están haciendo uso de su pleno derecho a no participar del proceso, pero también están siendo reemplazados por otros en decisiones que no dejan de afectarlos a ellos mismos.

No vaya a votar si siente que su opción es no hacerlo, pero tampoco se quede en casa jactándose de su indiferencia; ejerza su derecho a decidir. Si no le gusta cómo funcionan las cosas, haga algo para cambiarlas; tenga el valor de enfrentar sus miedos y sus rabias; su frustración y su desconfianza. No se reste de ese espacio catártico de la urna a oscuras, donde usted y una cartulina en blanco pueden quedar impregnados con algo más que una raya enfurecida, deje en ella sus lágrimas, escriba una grosería, haga un dibujo y salga ufano con su papeleta y deposítela con desprecio, si así fuere el caso.

Para mayor satisfacción, este año le darán tres cédulas en las regiones pares y cuatro en las impares. Tómese su tiempo y exprese sus sentimientos. Elija al que quiera, no deje que otros se arroguen para sí esa pertenencia suya. Anular su voto o dejarlo en blanco, es tan o más válido que marcar una opción de manera correcta. En cualquier caso, permítase ese placer liberador del acto íntimo de usted y su voto. Hágalo y regrese a su living a tomarse un té o una copa de vino. Se sentirá mejor.

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