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24 de Julio de 2018

El lenguaje de todes

"La discusión por el uso de un lenguaje género-inclusivo o género-neutral, por lo tanto, no es simplemente una diferencia de estilos. Es también un debate político, el enfrentamiento de diferentes ideas del mundo donde hacer explícita la diversidad y la neutralidad del género importa".

Por Óscar Marcelo Lazo
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Óscar Marcelo Lazo es Neurobiólogo y Doctor en Fisiología. Investigador en el UCL Institute of Neurology. @omlazo

Hasta que escribí el título de esta columna, todavía nunca había usado formas de lenguaje género-neutrales. Me ha costado menos de lo que esperaba, aunque todavía la leo y me exasperan algunos sonidos. Pero por esta vez, me los aguanto y punto.

No tengo especial resistencia a usar estas formas de lenguaje; de hecho, me parecen un intento perfectamente legítimo de rebelarse frente a las limitaciones de nuestro idioma y tratar de cambiarlo desde abajo. Un modo de subvertir el uso que de él hacemos les ciudadanes de a pie. Pero no me sentía parte de esa aventura. No era exactamente mi pelea, ni estoy aún seguro que lo sea en lo cotidiano.

Lo que me ha sorprendido, sin embargo, es la resistencia de algunes y la abundancia de vestiduras rasgadas por lo que describen como una verdadera amenaza a la lengua española, un despliegue de ignorancia, una distracción ridícula. Me han surgido preguntas, o más bien sospechas, y acaso un sutil deseo de usar estas palabras para contestar a más de algune. Para provocarles.

Sospecho de quienes se resisten, primero porque a estas alturas de la historia es bien evidente que el lenguaje no es estrictamente fijo ni solamente describe una cierta realidad verificable, sino que además contribuye a producirla. El lenguaje es por sí mismo un acto que transforma y crea: pone en marcha fenómenos, los regula, los limita y de algún modo todo lo que somos capaces de reconocer sobre nosotres mismes ocurre en el lenguaje. No solo porque el lenguaje nos permite narrar eso que somos, también porque de algún modo encarnamos el relato de nosotres mismes. Todo esto se ha dicho ya mucho mejor en la filosofía de Austin, de Derrida, de Butler, y de varies otres por décadas.

La discusión por el uso de un lenguaje género-inclusivo o género-neutral, por lo tanto, no es simplemente una diferencia de estilos. Es también un debate político, el enfrentamiento de diferentes ideas del mundo donde hacer explícita la diversidad y la neutralidad del género importa. Y como todo debate político, tiene consecuencias prácticas. Jane Stout y Nilanjana Dasgupta de la University of Massachusetts, estudiaron el 2010 las diferencias que en una entrevista de trabajo ocasionaba hablar de los empleados con un lenguaje género-exclusivo (ellos, los muchachos), género-inclusivo (ellos y ellas, los trabajadores y trabajadoras) y género-neutral (quienes trabajan, las personas). Descubrieron que cuando se usaban apelativos en masculino, las mujeres se sentían menos identificadas con la oferta de trabajo y menos motivadas para obtenerlo. De algún modo, bastaba no aludirlas para negarlas, derribar sus expectativas y pre-disponerlas negativamente. En general no hubo diferencias entre el uso de un lenguaje género-inclusivo y género-neutral, salvo que una pequeña parte de los varones —y esto no deja de sorprenderme— miraron con desconfianza y juzgaron como sexista el uso de un lenguaje género-inclusivo (Stout, J.G. et al. 2011. Pers Soc Psych Bull).

Quienes se resisten a esta subversión del lenguaje, por supuesto, no lo hacen reivindicando el sexismo y la invisibilización de la mujer, sino apelando a una tradición idiomática. Según elles nuestra lengua contendría ya todo lo necesario para hacer un uso no-sexista del lenguaje sin necesidad de modificar su estructura ni acuñar nuevas palabras. La evidencia publicada por Sczesny, Moser y Wood el 2015 (Sczensy, S. et al. 2015. Pers Soc Psych Bull), sin embargo, mostró que cuando se investigaron las razones por las cuales cientos de hombres alemanes y suizos adoptaban o no el lenguaje género-inclusivo, en la mayoría de ellos había una intención deliberada, anclada a sus valores y actitudes frente al sexismo. Demostraron que quienes utilizaban formas inclusivas y neutras de lenguaje lo hacían fundados en convicciones que los motivaban a hacerse conscientes y cuidadosos con su manera de hablar. Quienes no lo usaban, en tanto, eran más proclives a tener actitudes que ellos mismos reconocían como sexistas. Así, al menos en el caso de estudio, la adhesión a un cierto modo de nombrar a las personas y usar el propio lenguaje es cualquier cosa menos políticamente neutro. Está lleno de convicción.

Y es que el lenguaje forma parte fundamental de quienes somos. No es solamente un dispositivo que usamos para comunicarnos con otres, es también la voz con que nos hablamos a nosotres mismes. Muy probablemente el lenguaje moldeó nuestro cerebro y fue un factor determinante en la evolución de los homininos que tuvo como resultado al hombre y la mujer. Hablar nos permitió un nivel de coordinación de conductas y vínculos de grupo que hicieron posible nuestra sobrevida, nos permitió hablar de aquello que no estaba, manifestar aquello que buscábamos, nombrar aquello que era hasta entonces invisible. Anotarlo, recordarlo tiempo después, pasarlo a la siguiente generación. Y cada vez que une pequeñe ser humane adquiere el lenguaje, y pasa de señalar a decir, hay todo un linaje que se habla en él. Y en ella. Una historia de cosas que no están, que ya no existen o que no existen todavía, y que en el habla cotidiana adquieren realidad concreta.

No es que la evolución haya hecho de nuestro cerebro la perfecta maquinaria para el lenguaje y así hayamos dado una especie de salto hacia la humanidad. Es el lenguaje y sus fabulosas ventajas adaptativas lo que fue seleccionando atributos, paso a paso, en todos los linajes que nos precedieron (ver, por ejemplo, el estudio de Belzeau, A. et al. 2014. J Hum Evol). Por eso mismo, las lenguas están vivas. No importa si sus reglas son coherentes y razonablemente completas y exhaustivas. Mientras haya algo que nuestro lenguaje no nombra o no enfatiza suficiente, hay espacio para subvertirlo.

El otro día, a propósito de un artículo de Seigi Miranda aparecido en La Cuarta (“Querides compañeres: así es el lenguaje inclusivo”), vi en mis redes sociales el video de un hombre de lentes oscuros que se grabó dentro de su auto haciendo una verdadera pataleta. Acusaba a quienes promovían esta forma de hablar de quedar como unos imbéciles y contradecirse flagrantemente al demonizar letras, para después cambiar de opinión y demonizar otras como símbolo del patriarcado.

Es claro que el tipo de los lentes oscuros no entendió que no son las letras, sino los usos los que limitan lo que podemos o no decir. No entendió que subvertir el lenguaje no es una tarea gramaticalmente necesaria ni terminada. Que, antes bien, responde a desafíos concretos: que nadie crea que cuando se habla de todos, se alude exclusivamente a la audiencia masculina, que nadie crea que cuando se dice todos y todas, se excluye a quienes no se identifican con la binariedad femenina y masculina. No se inventan el todes porque crean que le falta una palabra al español, ni porque haya una letra malvada, ni algo que no se pueda decir, sino porque seguramente se puede decir distinto. Con otro énfasis y otras fórmulas.

Ocurre con el énfasis de decirle Presidenta a Michelle Bachelet. No porque no sepamos que la forma correcta para nombrar a una mujer que preside sea “la presidente”. Sino porque, sabiéndolo, aún nos interesa enfatizar su género femenino fuera de toda duda de uso plural. Y así con las profesiones, con algunos pronombres, con los casos vocativos.

Y para la generación que lo intenta, que tiene sus razones para intentarlo, no será fácil. A elles mismes les costará enormemente hablar sin equivocar el uso coherente de sus invenciones. Pero acaso sus hijes sean hablantes natives de este nuevo código. Encuentren en ese lenguaje una identidad nueva que las generaciones anteriores no hemos tenido.

Si aceptamos que son las reglas de la evolución las que determinarán el éxito o el fracaso de esta apomorfía, no hará falta que el lenguaje inclusivo sea política pública, ni ley, ni normativa explícita de las organizaciones. No hará falta perseguir a les resistentes ni ningunear a les subversives. Será el uso cotidiano, el habla doméstica, lo que hará encarnarse un nuevo código, lo que cambiará para siempre el idioma y el modo como las próximas generaciones hablan de sí mismas. O fracasará y seguiremos hablando como lo veníamos haciendo.

Me siento ciertamente extranjero y torpe en este idioma. Incómodo. Migrante en mi propio tiempo y mi propia lengua. Pero reconozco que el lenguaje es colectivo, flexible y que hace emerger los mundos en que queremos vivir. Reivindico el sagrado derecho de todo hablante para hacer su revolución. Así que esta columna es por ellos, por ellas, por elles.

Por todes.

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