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3 de Enero de 2021

Rompan filas, Albión en solitario

Los próximos años serán fundamentales para ver si el Reino Unido logra conciliar la mantención de un espacio europeo privilegiado con una mayor autonomía comercial, y cumplir las promesas de Johnson de un mejor futuro en solitario.

Por Juan Pablo Glasinovic Vernon
Foto: Pixabay.
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Juan Pablo Glasinovic Vernon

Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado

Este 1 de enero marca un nuevo hito para la Unión Europea y para el Reino Unido. Tras 4 años tormentosos en la vida política británica que dejaron una estela de divisiones internas y un sabor amargo en las relaciones con el bloque europeo, el país emprende rumbo en solitario. Albión (nombre de Gran Bretaña que se remonta a los griegos) rompe fila con la escuadra continental y despliega sus velas hacia alta mar.

Durante estos 4 años, un país que era visto como flemático, estable y predecible en lo político institucional, se convirtió en un caldero de pasiones. Quien abrió la caja de Pandora o terminó de destaparla fue el primer ministro David Cameron, quien se ganó un lugar en la Historia por su candidez y mal cálculo político. Determinó un realizar un referéndum que nadie había pedido ni tenía obligación de convocar, y sin claridad sobre lo que implicaba un voto a favor de la salida (tan confiado estaba de ganar), para solucionar una pugna en el seno del Partido Conservador. Ya sabemos lo que pasó. Su sucesora Theresa May vivió una pesadilla tratando de implementar la opción ganadora, y terminó desahuciada por su propio partido. Hasta los laboristas quedaron desgarrados y no supieron aprovechar la lucha fratricida entre los conservadores, perdiendo la opción de ganar las últimas elecciones generales en diciembre de 2019.

El Reino Unido, constituido por 4 naciones, Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte, quedó también dividido en 2. Las dos primeras a favor del Brexit y las últimas en contra.

Boris Johnson, un hombre sanguíneo, quien era considerado como una curiosidad dentro del mundo político británico y que probablemente no hubiera podido aspirar a la cabeza del gobierno antes del referéndum del Brexit, sintonizó con el torrente de emociones de la coyuntura y prometió hacerse cargo de la salida de la UE e inaugurar una nueva etapa para el país. La mayoría del electorado lo respaldó, cansada emocionalmente del culebrón y ante la falta de una alternativa seria (los laboristas con Jeremy Corbyn, en vez de adoptar una posición clara respecto del Brexit, impulsaron un programa económico estatista que aspiraba a cambiar la configuración económica del país).

Tras arduas negociaciones durante este año de transición (el Reino Unido salió de la UE el 31 de enero del 2020, pero quedaba sujeto a las reglas comunitarias hasta el 31 de diciembre) y varios puntos de quiebre, finalmente el Reino Unido y la UE acordaron las condiciones definitivas de la separación en el Tratado de Comercio y Cooperación. Según este instrumento, el Reino Unido abandona el Mercado Común y la Unión Aduanera el 1 de enero, así como deja de pertenecer a todos los tratados de la UE y cesan las políticas de la misma en territorio británico. También concluye el libre movimiento de personas, bienes, servicios y capitales entre la UE y el Reino Unido.

La UE y el Reino Unido devendrán en 2 mercados separados, con sus sistemas regulatorios diferentes. Esto creará barreras al intercambio de los bienes y servicios y a la movilidad transfronteriza que no existían hasta hoy, en ambas direcciones.

Sin perjuicio de este divorcio, ambas partes mantienen un acuerdo de libre comercio en materia de bienes, previniéndose la instauración de barreras, siempre que se respeten ciertas premisas que no impliquen una competencia desleal (previniendo por ejemplo que el Reino Unido se convierta en una suerte de gran zona franca o puerto libre como Singapur o Hong Kong). No ocurre lo mismo con los servicios, que no quedaron incorporados en el acuerdo. Más de 40% de las exportaciones británicas son servicios y el sector representa el 80% de la actividad económica del país.

En materia de movimiento de personas, los británicos residentes en la UE y los comunitarios residentes en el Reino Unido mantendrán la mayoría de sus prerrogativas, pero hacia adelante los nacionales de las partes estarán sujetos a la legislación migratoria de cada país, no pudiendo permanecer más de 90 días como turistas en el territorio de la otra parte. Cesa también el reconocimiento automático de títulos profesionales y técnicos, debiendo validarse según las normas locales. Termina asimismo el programa de intercambio estudiantil universitario en el seno de la UE “Erasmus”, lo que reducirá significativamente la matrícula de las universidades británicas.

Uno de los escollos más duros en la negociación fue el estatus de Irlanda del Norte, junto al tema de la pesca comunitaria en aguas británicas. Respecto de lo primero, ese territorio operará como una parte más de la UE en materia aduanera, evitando una frontera dura con la República de Irlanda. En cuanto a lo segundo, se acordó un régimen transicional de 6 años, para después seguir con la negociación de cuotas anuales.

En materia de aviación, el tráfico será ilimitado para los vuelos directos, si bien una aerolínea británica no podrá operar vuelos de pasajeros o carga intraeuropeos, ni operar vuelos de pasajeros hacia o desde la UE (por ejemplo, Londres-Madrid-Santiago).

Las partes propenderán también a la integración energética y a la coordinación de los esfuerzos contra el cambio climático.

El tratado no contempla cláusulas en materia de cooperación en el ámbito de la política exterior ni de la seguridad y defensa, sin perjuicio de la común pertenencia a la OTAN y la OSCE.

El Reino Unido seguirá participando de algunos programas europeos como en el ámbito científico, siempre que paguen una contribución como asociado externo.

Al concluir la negociación, Boris Johnson declaró que el Reino Unido estaba “retomando el control de sus leyes y de su destino”. Por su parte, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyden dijo que “la separación nunca ha sido querida por Bruselas. Es hora de dejar el Brexit atrás, el futuro está en Europa”.

Ambas se dan cuatro años para el cumplimiento del acuerdo.

Si bien se puede decir que la solución alcanzada recoge bastante el espíritu de la común pertenencia anterior a la UE, el mayor peso de la aplicación del tratado dependerá de la condición de que el Reino Unido no pretenda sacar ventajas desleales en materia de competencia. En esa línea, este país deberá ser muy cuidadoso en los futuros pactos comerciales que suscriba con terceros países. Al menos mientras no logre disminuir su dependencia de la UE, como principal mercado de sus exportaciones. Casi 50% de las mismas van al bloque europeo, siendo 7 de sus miembros los principales socios comerciales del Reino Unido.

Se estableció un sistema de solución de controversias que considera diversas etapas, pero está claro que en la eventualidad de una guerra comercial, los británicos tienen mucho más que perder que la UE. De hecho, diversos estudios estiman que esta salida pactada, implicará que el PIB per cápita británico será un 6,4% inferior durante la próxima década respecto de si el país hubiera permanecido en el bloque comunitario.

Los próximos años serán fundamentales para ver si el Reino Unido logra conciliar la mantención de un espacio europeo privilegiado con una mayor autonomía comercial, y cumplir las promesas de Johnson de un mejor futuro en solitario.

A este desafío se suma el peligro de un desmembramiento interno. En mayo próximo son las elecciones del parlamento escocés y el Partido Nacionalista Escocés apuesta a constituir mayoría en solitario (actualmente tienen 63 escaños de 129), precisamente haciendo campaña contra el Brexit. De lograr un triunfo macizo, los nacionalistas pujarán por un nuevo referéndum de independencia. Y aunque esta decisión pasa por el Parlamento Británico, una avasalladora mayoría nacionalista de 2/3 o más en el Parlamento Escocés, dificultaría el bloqueo de esta pretensión.

El Reino Unido ha iniciado su solitario camino. No tendrá el lastre de la UE, pero deberá salvarse solo en caso de naufragio. Cada decisión tiene sus implicancias.

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